La millor terreta del món, la tierra de la eterna primavera. Alicante. Los tópicos son válidos, pero no tienen en cuenta las clases en enero, en el IES Jorge Juan, no en la vertiente que da al mar, soleada y agradable a media mañana, sino en la de la montaña, sin sol, temperaturas de pocos grados y las ventanas abiertas, aireadas, con un biruji siberiano. Igual o peor que en Agres o en Banyeres y lo escribe uno que se ha criado entre ese clima.

Ha sido una semana complicada de gestionar, con numerosas ausencias de profesores y alumnos y una necesidad de aclimatación, después de unas largas vacaciones. Clases inactivas una hora sí y otra no; grupos a medias o con asistencia restringida; frío y viento; barullo en los pasillos. En resumen, el ambiente está distorsionado y resulta espinoso mantener una cierta normalidad. La dirección, esta semana coordinada por la vicedirectora Teresa, se ha multiplicado para ajustar todos los detalles.

En este contexto, ha resultado harto gratificante la actitud de muchos alumnos, de muchos grupos. Un ejemplo. Jueves, de dos a tres de la tarde, hora en que -en circunstancias normales- todos estamos ahítos y necesitamos salir, despejarnos, llenar el estómago, nos toca trabajar. Y el grupo que tenía de 2º de ESO, lo hizo. En silencio, tranquilamente pero sin pausa, analizamos la figura de Enric Valor, especialmente el compilador de rondallas, más o menos el equivalente valenciano a Menéndez Pidal con la literatura castellana y los romances.

Al final, les felicité. Les dije que admiraba su capacidad de abstracción y de concentración en unas circunstancias dificultosas así como la templanza para mantener el equilibrio.

Evidentemente, no todos los grupos son iguales, pero con algunos ha sido placentero compartir esta semana momentos de incomodidad y dificultad, lo cual me ha llevado también a replantearme las acciones pedagógicas a corto y medio plazo.

Ya lo dijo alguien: adaptarse o morir.