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Novak Djokovic, en un entrenamiento

Si hablamos de tenis, podemos decir que Australia hace unos cuantos días que ha vuelto a la normalidad. Para eso, Novack Djokovic tuvo que abandonar el país clandestinamente, casi como un fugitivo. Tras más de once días reivindicando su participación en el open australiano, el hasta ahora número uno de la Asociación de Tenistas Profesionales, estaba siendo el protagonista, me temo que muy a su pesar, de un culebrón, de un “partido” que nunca quiso jugar. Durante dos semanas, con su negativa a vacunarse contra el COVID, poco a poco se fue convirtiendo en la cabeza visible de los antivacunas. Papel en el que se le veía cada vez más incómodo.

Salvando las distancias, el caso del tenista serbio, me recordó una película entrañable que vi hace un tiempo; “La vida de Brian”. Os recuerdo a los que ya la visteis y a los que todavía no la habéis visto, que se trata de una comedia inglesa de los Monty Python que narra las aventuras y desventuras de un judío que nace al mismo tiempo y en el mismo lugar que Jesús de Nazaret. Brian ya en sus primeros días de vida y con la visita por error de los tres Reyes Magos, es confundido con el mismísimo Cristo, el hijo de Dios para los cristianos. Nuestro protagonista se pasa toda la película negando que fuese Jesús y huyendo de una multitud que confundida, sí lo consideraban el redentor del ser humano. Todo aderezados con una serie de acontecimientos rocambolescos y desafortunados para desgracia del protagonista, que corroboraban las ideas de sus seguidores y discípulos que lo perseguían allá donde fuese. Brian nunca pudo escapar de la confusión generada en torno a su persona e incluso llega a morir crucificado como lo fue Jesucristo. Eso sí, a pesar de todo y de todas sus penurias, muere cantando y silbando “Always Look on the Bright Side of Life”; o lo que viene a ser lo mismo: “Mira siempre el lado bueno de la vida”.

Djokovic tardó mucho en reaccionar y cuando trató de no ser el portador de la bandera de los negacionistas del COVID, ya no pudo. Aclamado por una pequeña muchedumbre, capitaneada por el presidente serbio Aleksandar Vucic y empujado por sus padres el tenista fue aupado a un altar; a un pedestal al que estoy seguro de que el deportista balcánico nunca quiso subir. Al tenista no lo “crucificaron” como al pobre Brian, pero sí está sufriendo en sus carnes los “latigazos” a los que por sus actos lo han condenado. Prohibiciones de disputar otros torneos, falta de apoyo económico de los que son o eran sus patrocinadores, y lo que más duele a un deportista de élite, la pérdida de prestigio y de credibilidad de muchos, muchísimos seguidores de la estrella deportiva. El tenista seguirá jugando, es su vida, pero quizás nunca consiga arrojar el lastre adquirido en Australia, y que de forma involuntaria le une a estos nuevos negacionistas, a los antivacunas.

Y es que tienes que llamarte Donald Trump o estar hecho de su misma pasta para abanderar a esta tribu, a esta cuadrilla, a estos antisistema que niegan la existencia de un virus que sigue expandiéndose y matando por todo el planeta. La Real Academia Española de la Lengua define al negacionista como aquella persona que tiende a rechazar sobre todo las evidencias que incomodan su marco de pensamiento. Aunque hay muchos grados, pueden llegar a negar, por ejemplo, que la tierra es redonda; son los terraplanistas. Los hay que niegan las teorías evolutivas de Darwin y Wallace; los llamados creacionistas. Y también están los recién incorporados de la mano de la pandemia que, al no creer en la presencia del virus, se niegan a cumplir con las normas establecidas para evitar el contagio del COVID; son los covidiotas. El adjetivo “covidiotas” es uno de los términos, junto a otros, incluidos en el diccionario histórico de la RAE en su última actualización del 13 de abril de 2021.

Tratar de rebatir los argumentos de los covidiotas para explicar su comportamiento antisocial me da mucha pereza. Tratar de dialogar con un negacionista es como “luchar contra molinos de viento” o como intentar “pellizcar un cristal”. Lo único que sí les recordaría, de forma pausada y relajada, es lo que afirmó el secretario general de las Naciones Unidas, el portugués António Guterres cuando las víctimas de la pandemia alcanzaron el primer millón de muertos. Dijo; “La ciencia es importante, la cooperación es importante, la desinformación mata”. Los covidiotas, enfundados en su egoísmo, en su fanatismo, en su falta de civismo y en su falta de respeto hacia sus semejantes siguen causando sufrimiento, dolor y muerte. Y todo justificado tras unos argumentos faltos de rigor, tras unas mentiras y tras la banalización de unos hechos que son irrefutables, y es el de que sus vecinos, sus compañeros de trabajo y sus familiares enferman y otros mueren.

¿Cuántos covidiotas renunciaron a sus creencias, hace unos días, formando largas colas en los vacunódromos ante la amenaza de pedir el certificado de vacunación para acceder a los lugares de ocio? Esperemos que a Novack Djokovic también le sirva de estímulo el riesgo que corre de perder su prestigio, su popularidad, además de 26 millones de euros y acabe vacunándose públicamente. Además de proteger su salud y la de los que le rodean, también podrá limpiar su nombre del covidiotismo que otros quieren atribuirle. Ojalá también sirva para que sean muchos, muchísimos de sus seguidores covidiotas los que, imitando a su héroe, terminen llenando las colas frente a unas mesas donde puedan vacunarse. El tenista aún puede rectificar. Podríamos tener un final feliz del culebrón Djokovic, al tiempo que podríamos seguir mirando el lado bueno de la vida.

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