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El cementerio nuevo de Elche, en una imagen de archivo. |

Tengo amigos y amigas cuyos padres son mayores. A veces hablamos de ello y me parece que huelen la orfandad. No es raro que me pregunten a mí, que soy un huérfano antiguo, cómo fue el fallecimiento de los míos. En el caso de mi madre, les cuento, me hallaba en la oficina (trabajaba entonces en Iberia), despachando con mi jefe los asuntos del día, cuando alguien abrió la puerta, asomó la cabeza, me miró y dijo:

-Juanjo, tu madre…

No necesitó añadir nada más porque mi madre llevaba una semana en coma. Esperábamos la noticia de un momento a otro y se dio en ese instante, a las diez de la mañana de un martes de invierno. Hacía frío y sol. Mi jefe, me toco el hombro en un gesto de solidaridad.

-Vete a casa.

Recogí los papeles, pasé por mi despacho para dejar las cosas en orden y me dirigí al aparcamiento.

Los relatos sobre la muerte de los padres poseen el mismo grado de sencillez que de eficacia. Su óbito suele darse en medio de la vida cotidiana. Lo normal es que la noticia interrumpa una actividad banal. Quizá estás fregando los cacharros cuando suena el teléfono. Tal vez acabas de salir de la ducha cuando llaman a la puerta. Es posible que estés viendo un telediario. En todo caso, el tiempo se congela cuando escuchas las palabras fatales. Quiero decir que sufres una especie de ataque de relevancia por el que eres consciente de la mosca que acaba de posarse sobre el borde de la mesa o de la leve brisa que ha movido los visillos. A veces, esos visillos los ha movido el muerto o la muerta al irse.

A mí me fascinan los relatos sobre el fallecimiento de los padres porque suelen ser cortos y precisos. En ocasiones, aunque haya pasado mucho tiempo, se cuentan en presente: “Yo acabo de coger al autobús cuando suena el móvil. Observo en la pantalla que es mi hermano. Mal asunto, me digo. Papá acaba de fallecer, me dice. No sé si bajarme en la siguiente parada o continuar porque he olvidado adónde voy”.

Ese tipo de presente recibe, en la preceptiva literaria, el nombre de “histórico”. La muerte de los padres nunca deja de suceder, de ahí que tantos recurran, para contarla a ese tiempo verbal. Otro día les contaré el tránsito de mi padre.

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