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Marc Llorente

Pulso entre Biden y Putin

Joe Biden. Reuters

Lleva un año en una Casa Blanca que, sin ser el refugio de un pésimo histrión como Trump, continua pálida porque muchas de las propuestas electorales siguen dormidas. El demócrata Joe Biden cogió la batuta con un aprobado y ahora suspende. La explicación está en la división interna de su partido, la polarización política y la mala situación generada en 2021, una de cuyas principales causas reside en el huracán de la pandemia. El desempleo ha bajado en Estados Unidos, pero el costo de la vida asciende.

El choque entre progresistas y moderados contribuye a bloquear medidas del plan social de reconstrucción, y la obstrucción republicana no se queda atrás ante todo lo que los demócratas proponen. En nuestro país, la cabeza más visible de esa actitud se halla en Casado, lo que perjudica seriamente la salud democrática y pone en entredicho cualquier intento de avance necesario. La propaganda de unos y otros es un viaje a ninguna parte que no arregla las cosas ni las pone en el camino de la solución. La crisis climática, allí, aquí o allá, y otros problemas exigen determinación y dejarse de farsas.

La reforma migratoria está estancada en el Senado estadounidense y casi once millones de simpapeles no pueden conseguir la ciudadanía. Detenciones, muertos cruzando la frontera y desaparecidos pintan un panorama no muy diferente al que tuvo la anterior administración. Por si fuera poco, al paisaje mundial debemos añadirle lo de Rusia y la posible invasión en Ucrania. Biden aprovecha la jugada para sacar pecho y amenazar al presidente ruso Putin. Occidente y la OTAN, incluyendo a España, se movilizan. Las provocaciones militares en general enturbian las vías diplomáticas.

El germen del problema se gestó en la revolución ucraniana de 2014. Previamente, Rusia presionó y quedó suspendido un acuerdo de asociación con la Unión Europea. Las razones geopolíticas de unos y otros no cesan en su empeño, y las insurgencias financiadas, las invasiones y los conflictos armados no desaparecen nunca totalmente. Miles de tropas rusas se concentran en el sur y este de Ucrania. O sea que las amenazas de más sanciones hacia Rusia colean desde el pasado mes de diciembre.

Whashington y Moscú se reúnen, se hacen fotos y no fuman la pipa de la paz. No avanzan diplomáticamente y las hazañas bélicas se planifican con más vigor. Las acusaciones públicas de sabotaje, realizadas por Estados Unidos contra Rusia, y otras afirmaciones de diverso cuño no ayudan a sosegar los ánimos. El escenario probable podría ser una ofensiva limitada, un pulso de Putin para que se palpe cuál es su músculo y medir la respuesta de la comunidad internacional. Mucho más graves serían las «consecuencias masivas», humanas, políticas y económicas de una invasión.

Los intereses comerciales, el suministro energético de gas y otros factores están en juego. Joe Biden celebra su primer aniversario en el despacho oval y engrasa la maquinaria vestido de Superman. ¿Puede sumar puntos en el Senado y Congreso de cara a las votaciones de noviembre de 2022? Entre otros países que aportan lo suyo, Biden incrementa las toneladas de armamento letal, la ayuda sin condiciones a Ucrania en defensa de su soberanía e integridad territorial. Uno de los países más ricos, en tierra fértil, con altas tasa de pobreza y corrupción muy extendida. Democrático, eso sí. Miles de millones ha recibido en préstamos y ayudas de la Unión Europea durante estos años.

Crece la escalada de tensión en lugar de una desescalada, y la cuestión de fondo, como siempre, es el negocio de la guerra en zonas conflictivas, que no decae en busca de réditos. Invierten en un festival de millones para matar si se tercia. Pero en favor de la vida y de neutralizar la miseria en el mundo no se hace lo que debería hacerse en conjunto. Las lacras de distinta índole no tienen arreglo.

Vladímir Putin busca los tres pies al gato. Joe Biden ordena y manda. Ucrania se llena de recursos bélicos y recibirá un «macropaquete» económico de la UE a fin de afrontar necesidades y para su «modernización y fortalecimiento». Y el follón continúa frente a un público que observa la histeria (disuasoria quizás) y las hostiles artimañas de todos.  

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