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José María

Revolucionarios de salón

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

Lo nuevo no siempre es mejor. Es más, en lo que a la cultura se refiere suele ser bastante peor que lo viejo. A las pruebas me remito. Y no existe mejor evidencia que los documentos gráficos que el gran almacén de internet nos permite consultar desde cualquier sitio con conexión wifi.

Uno de ellos entronca precisamente con el título de este artículo, revolucionarios de salón. Una expresión que hace ya muchos años utilizó el magnífico escritor argentino Ernesto Sábato en un programa televisivo que tenía por nombre “A fondo”. En éste, emitido en Televisión Española, el periodista Joaquín Soler entrevistaba a determinados personajes ilustres, patrios y extranjeros, de diferentes ámbitos de la cultura, la ciencia, la medicina e incluso la política. Por él pasaron, entre otros, Jorge Luis Borges, Salvador Dalí, Severo Ochoa, Federico Fellini o el ya citado Ernesto Sábato.

Nada que ver con la programación actual, pues este mes se ha emitido en la misma cadena el capítulo 515 de “Corazón”, en el que Anne Igartiburu rescata el formato clásico de la prensa rosa y cuenta a los españoles quién se acostó con quien la semana pasada y por qué el botox fue la causa de la ruptura entre aquellos dos participantes de Gran Hermano.

No hay color. En cualquier caso, volvamos a lo nuestro, al escritor argentino.

Resulta que, en su entrevista en 1977, en un momento dado, y después de explicar su pasado como secretario general de la Federación Juvenil Comunista de su país y su clara alineación con los movimientos sociales que persiguiesen una mejora de las condiciones de la clase obrera, dijo que, precisamente por estas razones, nunca le gustaron los revolucionarios de salón. “No creo en ellos. Yo puedo discrepar y he discrepado con ideas de Guevara, pero ante un hombre como Guevara yo me pongo de pie. En cambio, de la misma manera, detesto las personas que hacen la revolución en América Latina desde París o Londres. Eso no me gusta nada, pero nada”.

Y es que lo que pretendía Sábato era denunciar algo que hoy en día, le pese a quien le pese, está muy de moda: la hipocresía. Actuar de forma contraria a los valores sostenidos o, a sensu contrario, hacer aquello que fervientemente se critica.

Pongamos un ejemplo. Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. En el año 2014, en una entrevista con Jordi Évole, se mostró partidaria de que todos los políticos imputados deberían dimitir. Incluso llegó a plantear someter a referéndum su propia dimisión si se daba el caso. “Es un hecho suficientemente grave como para que la ciudadanía opine”. Ello no obstante, seis años después, en 2022, cuando ella ha sido imputada por unas supuestas subvenciones ilegales a entidades afines, se ha negado a dimitir, a hacer lo que ella misma dijo que se debería hacer.

No estoy defendiendo que todos los políticos imputados deban dimitir. Ni mucho menos. La imputación no equivale a una condena, ni siquiera se ha celebrado el juicio, ni siquiera ha concluido la fase de instrucción. La imputación es una garantía para el investigado, para que éste pueda ejercer el derecho de defensa que el artículo 24 de la Constitución le reconoce por ser parte pasiva de un proceso penal.

Lo que denuncio es la hipocresía. Reclamar que otros hagan lo que yo no pienso hacer. Creerme por encima de los demás, de aquellos que han depositado su confianza en mí precisamente porque han creído que tenía ciertos principios que, en realidad, no tengo. Esto es lo grave. No la imputación en sí, pues la Sra. Colau no ha sido condenada por ningún delito y mañana mismo podría archivarse la causa si, después de practicadas todas las diligencias, resultase que no hay indicios de participación delictiva.

Hay que ser coherente. Y todavía más si se ejerce un cargo público. Es lo que piden los ciudadanos: coherencia, sinceridad y respeto a la palabra dada. No es mucho. Pero es necesario si quienes nos gobiernan pretenden que confiemos en ellos.

No puedo arengar a los ciudadanos sobre lo crueles que son las macrogranjas y decirles que tienen que reducir el consumo de carne cuando yo, en una celebración de 270 invitados, sirvo 250 solomillos (teniendo en cuenta la asistencia de veinte coherentes vegetarianos) que, sumados todos, implican el sacrificio de decenas de cerdos o vacas, según cual sea su procedencia.

No puedo arengar a los ciudadanos sobre dónde debería vivir un político de izquierdas. Es decir, en un barrio obrero, por ejemplo, en Vallecas, y luego trasladarme a una casa unifamiliar con jardín y piscina en las afueras que, según la distribución soviética de los espacios vitales, podría dar cabida a más de diez familias.

Y reitero lo dicho. No critico no dimitir cuando se es imputado, cuando se disfruta de un solomillo de carne de Kobe, de un Vega Sicilia Valbuena 5º o de un chalet con piscina. Lo que me resulta intolerable es denunciar a quienes lo hacen para luego hacerlo tú, como también decir a los demás, a tus votantes, que han de seguir comiendo mortadela y bebiendo vino Don Simón cuando tú, aunque no quieras reconocerlo públicamente, has pasado a formar parte de la burguesía o, en ocasiones, de la nueva aristocracia.

¡Oh coherencia! Noble concepto ridiculizado y humillado. Pero es que se está tan bien entre algodones…

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