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Antonio Sempere

La Biblioteca Gabriel Miró

Imagen de una reciente protesta por el cierre de bibliotecas municipales en Alicante

El déficit de bibliotecas en la ciudad de Alicante es descorazonador. Recordar cómo se han perdido las antiguas, entre la más absoluta indiferencia, da idea de la pasta de las gentes que habitan esta tierra. En un encuentro reciente salió a colación la Biblioteca Gabriel Miró que durante mucho tiempo la Fundación de la Caja Mediterráneo mantuvo en sus instalaciones de la avenida de Ramón y Cajal. Diríase, para los no avisados, que dicha biblioteca cerró a traición de un día para otro, con nocturnidad y alevosía, para que ningún alicantino se enterase de la tropelía, con el fin de que las hordas en pro de la cultura se concentrasen a sus puertas, pidiendo explicaciones a los responsables.

Nada más lejos de la realidad. La Biblioteca Gabriel Miró sufrió una muerte lenta, una agonía de libro. Hasta el punto de que los escasos habituales a la misma estábamos convencidos de su defunción antes de la fecha del óbito. Como cuando preguntamos por aquel enfermo terminal que alarga la vida artificialmente y nos sorprendemos: ¿Pero aún vive?

Vive, si a eso se llama vivir. Primero se eliminó la hemeroteca, luego la sala de estudio, y finalmente quedó una bibliotecaria de guardia, a la que cuando preguntabas hasta cuándo iba a continuar, te respondía encogiéndose de hombros. A lo mejor, la próxima vez que intentas asomarte ya han desalojado.

Pues bien, todo este proceso se produjo ante la pasividad de la sociedad alicantina, de sus agentes culturales (si es que los hay), y de sus políticos. Salvando las distancias, a mí todavía me preguntan si están abiertos los cines Panoramis, que cerraron para siempre el 12 de marzo de 2020. Sólo el hundimiento del Hércules generaría ruido mediático.

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