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Ánxel Vence

No sabemos votar

Chanel, en el Benidorm Fest.

Ya sea en el Congreso, ya en dominios menos frívolos como el del cante, va quedando claro que en este país no sabemos votar. Es el azar el que gobierna.

Un asunto en apariencia tan serio como la reforma del mercado laboral se solventó en el Congreso por gracia o desgracia del error de un diputado; pero no es eso lo que inquieta a una mayoría de españoles. El ruido y la furia del público los ha desatado otra votación, tal vez de menor cuantía, en la que se decidía el nombre de la representante de España en el festival de Eurovisión.

Todavía sigue ocupando horas de tele y abundante espacio en los demás medios el aromático voto a Chanel del jurado que dejó fuera de juego a Tanxugueiras y a Rigoberta Bandini. También se discute, ciertamente, el lance de ópera bufa que permitió, igual que podría haberla impedido, la aprobación del nuevo cuadro de relaciones entre empresarios y trabajadores. Aunque en este último caso, las pasiones parezcan algo más limitadas.

El trabajo de la mayoría de los diputados del ramo culiparlante consiste tan solo en apretar botones cuando toca aprobar o rechazar un proyecto de ley o cualquier otra cuestión que se someta al refrendo de la Cámara.

No parece labor compleja a cambio de 6.000 euros de sueldo mensual; pero ya se ve que la Ley de Murphy rige sobre todas las demás en el funcionamiento de las Cortes. Si hay una posibilidad de meter la pata -o más bien la mano- entre el sí y el no, nunca puede descartarse que algún congresista manazas se equivoque.

Otro tanto ocurre con las mucho más enrevesadas votaciones para elegir a la candidata española en Eurovisión, que ese ya es asunto de mayor trascendencia.

Hasta RTVE, como entidad organizadora, ha tenido que salir a dar explicaciones por la contradicción entre el voto popular -o telefónico- y el de los jueces adjetivados de profesionales. En realidad, el canal público, que iba y va de capa caída, fue el verdadero ganador de este percance al conseguir que se disparasen por un día sus índices de audiencia. Y más que lo harán, previsiblemente, cuando se celebre el festival propiamente dicho.

Frente a esa arrolladora atención del público, poco importa que la reforma -o contrarreforma- laboral haya sido aprobada por error y con un gol en propia puerta de los partidos que se oponían a ella. Más notable resulta aún que tal suceso no haya suscitado, ni de lejos, el mismo grado de polémica que lo de Eurovisión.

De ello se deduce que el principal problema de este país no es de orden económico, sino canoro. Por grande y endémico que sea el desempleo en España -líder destacada de ese ramo en Europa-, lo que de verdad indigna al pueblo es el cuestionable método de elección de la cantante que va a defender el honor del país en los escenarios europeos. Que una ley tan importante como la laboral se apruebe o se rechace por error ya parece cuestión a todas luces secundaria. Y literalmente anecdótica.

Es natural. Los diputados dan a menudo el espectáculo con sus trifulcas; pero, puestos a elegir, la gente prefiere a los profesionales del show business, que son en este caso los (otros) cantantes.

Coincide, eso sí, que el gasto de los dos eventos corre por igual a cargo del contribuyente, que es el que paga la fiesta. Ni votar sabemos en este raro país. 

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