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José Manuel Ponte

Putin y el lenguaje no verbal

Alberto Fernández y Vladimir Putin.

El presidente ruso, Vladímir Putin, que antes fue agente de los servicios secretos de su país, suele presentar sus apariciones en público cuidando mucho el “lenguaje no verbal”. Un medio de averiguación del inconsciente en el que seguramente habrá sido entrenado para ejercitar su antiguo oficio, pero que también le resultará de gran utilidad en el todavía más importante que ahora desempeña. A lo largo de estos últimos años Putin (y quienes lo apoyen en el proyecto de restituir a Rusia su papel de gran potencia) ha sabido tocar la tecla sentimental del orgullo patrio con gran astucia. Por ejemplo, con la restitución del himno soviético como himno de la nueva República. Ha sido un completo acierto, ya que se trata de una pieza musical de gran aliento sinfónico. Y sus comparecencias han resultado espectaculares, como esa en la que aparece cazando osos en los bosques siberianos desnudo de cintura para arriba mientras exhibe un torso musculado que ya lo quisiera para sí nuestro José María Aznar, el Rambo del PP, como se le conoce en los gimnasios madrileños. No menos impactante fue la imagen de su bajada en batiscafo hasta los diez mil metros de profundidad. Una vez demostrado que el presidente de Gobierno de la Federación Rusa está en una espléndida forma física y hasta podría protagonizar una de las películas de la serie de James Bond, queda por certificar si su capacidad intelectual llega al mismo nivel de eficiencia. Lo cierto es que, hasta ahora, no ha defraudado a su público (siempre hay público para cualquier clase de espectáculo, sobre todo si no cobran la entrada). Claro que la penúltima de las pruebas se las trae. Nada menos que se trata de comprobar en esta especie de berrea del ciervo que se ha organizado en torno a Ucrania y cuáles son los machos con derecho a procrear y cuáles deben esperar al año que viene para darse el gusto. De momento, en la entrevista con el presidente francés, Emmanuel Macron, en Moscú, el presidente ruso ha querido dejar muy claro que no le concede un papel principal en la salida de la crisis, aunque le agradece su empeño en servir de intermediario. Nadie de la administración rusa estaba a esperarlo en el aeropuerto y Macron hubo de andar bajo la lluvia desde la escalerilla del avión hasta el edificio de la terminal. Luego, ya en el palacio del Kremlin lo hizo sentar en la cabecera de una larguísima mesa mientras él ocupaba la otra. La escena de los dos, uno frente al otro en una mesa larguísima, ofrece un aspecto cómico. A esa distancia hay que hablarse a gritos o con la ayuda de unos telefonillos lo que roza la tomadura de pelo, sobre todo si se ha de recurrir a los traductores para dialogar con cierta agilidad. Las agencias informan de que la entrevista duró un poco más de cinco horas, aunque con tantos obstáculos el tiempo efectivo de intercambiar opiniones habrá sido mucho más corto. Nadie cree que nos estemos deslizando hacia una nueva guerra mundial, porque eso sería el fin de la humanidad como especie, pero todavía quedan formas muy dolorosas de complicarnos la vida.

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