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Joaquín Rábago

La banca y sus clientes

Archivo - Edificio La Vela de BBVA. Ciudad BBVA, sede del banco en Madrid.

He firmado como varios cientos de miles de compatriotas la petición impulsada por el médico jubilado Carlos San Juan de Laorden para exigirles a nuestros bancos un trato más humano y empático con sus clientes, sobre todo los de mayor edad.

Se trata de un sector, el financiero, que acaba de anunciar sus mejores resultados desde 2007, algo que ha conseguido sobre todo a base de despedir a decenas de miles de empleados con el consiguiente deterioro de los servicios que ofrece.

La fórmula está clara: conseguir que, gracias a la digitalización, sea el cliente quien haga el trabajo que antes hacían en las sucursales los propios bancarios. Todo ello en beneficio de la entidad, sus directivos y accionistas.

Es algo coherente con el nuevo tipo de capitalismo, volcado en externalizar riesgos a la sociedad a través de instituciones y cliente.

Y parece mentira que haya tenido que ser un ciudadano con claro valor cívico quien supla iniciativas que debía haber asumido mucho antes partidos que se dicen progresistas.

Como tantas empresas, los bancos han aprovechado la pandemia del Covid para reducir el trato personal con los ahorradores, obligándoles a utilizar el móvil o el ordenador para todo tipo de operaciones.

Ocurre mientras tanto con todo: uno va a comer a un restaurante, pide la carta y le contestan que tiene en la mesa un código QR y que se las apañe con su portátil si es que lo tiene y lo lleva encima.

Le sucedió también a uno el otro día en una exposición en el palacio de Cristal del Retiro madrileño: no había manera de enterarse de quién era el artista porque no había ningún cartel explicativo, sino sólo un código QR.

Aunque llevaba móvil, pedí inmediatamente una hoja de reclamaciones para quejarme al museo organizador. Afortunadamente me dieron un papel donde exponer mi queja sin que me exigieran escribir un correo electrónico.

Pero volviendo al motivo principal de esta columna, el menosprecio que parece mostrar la banca por los mayores, a los que pertenece “más del 50 por ciento de los ahorros generados durante la pandemia”, es decir buena parte del capital que maneja y con la que opera la banca.

Se queja con toda razón el iniciador de la campaña en change.org del cierre de oficinas, de que muchos cajeros son complicados de usar y cuando se averían, se tarda en repararlos, y de que hay muchas gestiones que solo pueden hacerse por internet.

“En los pocos sitios donde queda atención presencial, los horarios son muy limitados, denuncia aquél, hay que pedir cita previa por teléfono, llamas y nadie lo coge. O te acaban redirigiendo a una aplicación que no sabemos manejar”.

En muchos de ellos, las ventanillas de atención al cliente se cierran a las once de la mañana, lo que afecta no sólo a los mayores, sino a mucha gente que trabaja y que no puede acudir a esas horas.

Por no hablar de tantas localidades de la que hemos dado en llamar “España vacía” donde vive todo gente mayor que depende de sus pensiones y en las que desapareció la única oficina que allí había.

Todo ello hace que echemos cada vez más en falta una banca pública como la que existe en otros países europeos, una banca que los máximos responsables de nuestro sector bancario, desde el Banco de España hasta la patronal desestimaron en su día por la experiencia ciertamente negativa de las Cajas de Ahorro.

Pero éstas no fueron precisamente el mejor ejemplo de lo que deberíamos entender por una banca pública. Sus gestores y altos directivos, nombrados por los partidos políticos, concentraron el poder en sus manos, lo que puso en cuestión su viabilidad, como denunció el economista Bruno Estrada.

A la mala gestión de los políticos responsables se sumó además el tsunami inmobiliario, lo que terminó costando 60.000 millones de euros al erario público.

Pero es posible otro tipo de banca pública. Es la que existe en muchos países europeos más prósperos que el nuestro como Alemania, Francia, Italia, Holanda, Suiza y los escandinavos.

No sólo apoya a la pequeña y mediana empresa, sino que financia proyectos sociales, infraestructuras públicas, así como la sanidad y la llamada economía verde.

Hay incluso una Asociación Europea de Bancos Públicos, que agrupa a cerca de un centenar de entidades. Pero el poderoso lobby bancario español siempre se ha resistido, y el Gobierno no parece estar tampoco por la labor. ¡Así nos va!

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