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José Manuel Ponte

Complejidad infinita del fútbol

Mbappé se exhibió ante el que puede ser su futuro equipo.

De entrada, una obviedad. El fútbol es un deporte de equipo. Lo juegan once atletas y durante los noventa minutos, como mínimo, que dura el espectáculo se pueden sustituir hasta cinco atletas más, aunque sin rebasar nunca el número mágico de once. Por supuesto, al tratarse de un deporte profesional que mueve mucho dinero, los campeonatos están sometidos a complejas reglamentaciones, cuya observancia está sometida al criterio interpretativo de un juez supremo que, para mayor garantía de equidad, sigue el juego sobre el terreno acotado al efecto. Este juzgador profesional es auxiliado, a su vez, por otros cuatro jueces también profesionales y como la vigilancia de todos ellos devenía en constantes polémicas entre aficionados, jugadores y periodistas se acordó poner en funcionamiento una última instancia judicial, que tras consultar vídeos, grabaciones y otros medios de prueba, dicte la definitiva sentencia sobre si una mano al borde del área grande merece ser castigada con penalti. Un dictamen de una juridicidad enrevesada porque también se ha de comprobar previamente si esa mano fue movida con o sin intención de desviar la pelota de su circunstancial trayectoria La cantidad de argumentos y contraargumentos sobre esas delicadas tareas de enjuiciamiento parece que ha llevado al ánimo de un importante grupo de directivos a estudiar la manera de simplificar un trámite que antes resolvía expeditivamente un solo arbitro con dos auxiliares corriendo la banda con una bandera blanca. Actos heroicos que se retribuían con unas modestas gratificaciones. El que esto firma, que en sus días mozos jugó en modestos campeonatos bajo control federativo, no se atreve a pronosticar cuál será la próxima deriva del fútbol y de las subsiguientes complicaciones reglamentarias. Aunque ya ha escuchado en alguna tertulia de café (no confundir con otras lamentables tertulias) que la próxima modificación podría versar sobre el cómputo del horario efectivamente jugado. Al parecer, los que estudian este asunto reloj en mano han constatado que en algunos casos de los 90 minutos reglamentados tan solo se juegan 50 minutos, o menos. Y hay entrenadores que hacen de esa habilidad un aliciente para su contratación. Parar el partido con diversas triquiñuelas se cotiza. Casi tanto como disponer de un buen departamento publicitario que realce la figura de un solo jugador olvidando que el fútbol es un juego de equipo. Escuché por la radio mientras cenaba algunos pasajes del partido entre el Paris Saint-Germain y el Real Madrid y pude comprobar horrorizado que la tabarra sobre el hipotético fichaje de Mbappé está llegando al paroxismo. Algún locutor llegó a decir que ya era el mejor jugador del mundo y le llamó “bicho”, “monstruo” y “rey del fútbol”. Es la misma tabarra insoportable que padecimos a propósito de Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar, Bale, y otros monstruos parecidos. Y menos mal que Raúl ya está retirado y no acepta homenajes. Sería aún más horrible.

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