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Francisco José Benito

La Cuarta Vía

F. J. Benito

La luz de Villena, el golf y el nuevo "boom" del turismo residencial

El efecto refugio de la Costa Blanca en caso de confinamiento y el ahorro acumulado en Europa en dos años de aislamiento vuelven a impulsar la construcción de vivienda turística, pero copiar el modelo de la década del 2000 sería catastrófico ambiental y económicamente.

Benidorm ofrece un ejemplo de cómo aprovechar el suelo de manera sostenible, la ciudad compacta David Revenga

Hace ya de esto varios inviernos. Tomando un café con un buen amigo, este me comentó que se estaba planteando seriamente entrar en una sociedad que proyectaba la construcción de un campo de golf en Villena. ¿En Villena le espeté? Le dije que me parecía una locura. Pero es cierto que la Costa Blanca era, y es, un destino ideal para miles de golfistas del centro y norte de Europa. Aficionados que allí ven como las posibilidades de practicar su deporte favorito se esfuman de octubre y mayo por el frío, la nieve y ese cielo gris que no permite saber ni en qué hora del día se encuentran. De ahí el éxito de la franja costera de la provincia, donde apenas llueve y en invierno podemos disfrutar de máximas de 20 grados, cuando en Villena, sólo a 65 kilómetros del mar soportan hasta ocho grados bajo cero. Mi amigo sonrió, apuró el café y me respondió que el que se equivocaba era yo. ¿Por? La primera y gran razón es que los amantes del golf eligen la provincia de Alicante por su luz, por esos más de doscientos días soleados al año, y a Villena no le gana en claridad ni la mismísima Benidorm.

¿Y por qué les cuento esto? Pues porque el golf es uno de los atractivos en los que se cimenta el éxito del turismo residencial de la provincia que tras los años duros de la pandemia vuelve por sus fueros. Un producto que mantiene 96.000 empleos al año, que mueve 12.000 millones de euros todos los ejercicios (y no solo en la construcción de urbanizaciones) pero al que, a veces injustamente, se le ha relacionado con los desmanes urbanísticos que provocaron la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2008.

Paradójicamente, se trata de un sector al que la pandemia le ha venido hasta bien, debido a que la Costa Blanca vuelve a ser vista en toda Europa como un refugio ideal para el teletrabajo y para disfrutar de un confinamiento mucho más llevadero que en el centro de Europa. Vamos, que en el caso de tener que pasar una cuarentena por el covid o por lo que nos pueda esperar si los primos del maldito virus se manifiestan, nadie duda ya de que se vive mucho mejor en una casa frente al mar en Playa Flamenca (Orihuela), en la Playa de San Juan o en Xábia, que encerrados en un piso del centro de Münich, por muy bien acondicionado que esté. Si a eso añadimos el gran volumen de ahorro que se ha producido en Europa en los dos últimos años, tenemos el caldo de cultivo que explica por qué el turismo residencial está a las puertas de un nuevo “boom”. Empleo y riqueza para una provincia que, ojo, no puede permitirse cometer los errores urbanísticos y financieros de mediados de la década 2000/2010. Es obligado apostar por un urbanismo responsable que ayude, además, a combatir las consecuencias del cambio climático, que ya se nos vienen encima. De entrada, en forma de comienzo de un nuevo ciclo de sequía que vuelve a cogernos con los deberes sin hacer.

La elección de la provincia como un lugar para soportar mejor las medidas contra el covid ha provocado también un cambio en el perfil de edad del comprador, que se ha rejuvenecido en diez años, pues ha pasado de ser una pareja en torno a los 62 años, cercana ya a la jubilación, a clientes con una media de 52 años que piensan que ante lo que ha pasado en los dos últimos años hay que aprovechar mejor el tiempo, como sostiene Pablo Serna, consejero delegado de TM, el principal grupo inmobiliario de vivienda turística. Y no le falta razón.

El turismo residencial se ha convertido, utilizando un símil bancario, en un sector «sistémico» (su eliminación afectaría al conjunto de la producción de la provincia) para la economía de la Costa Blanca al mover un total de 12.000 millones de euros al año, de los que seis mil millones corresponden al gasto de los extranjeros que tienen su segunda residencia en la provincia, y otros seis mil al movimiento económico de la compraventa de apartamentos, villas y chalets. En total, la actividad representa ya el 17% el PIB.

Turistas que, además, priman los destinos que cuidan el medio ambiente y que destacan por su apego por la movilidad sostenible y la utilización de energías renovables. Hay que apostar, por ejemplo, por la construcción de bosques urbanos como sumideros de carbono, parques inundables como el que se construyó en la playa de San Juan, por la reducción del sellado del suelo urbanizado con obras de drenaje, por ahorro de agua (captación y reutilización del agua de la lluvia en edificios y la vía pública, tanto para riego como para baldeo), por los huertos urbanos y por la reducción de los vertidos.

En la provincia, donde se cometieron barbaridades en la invasión del territorio permitiendo la construcción en barrancos y ramblas, también se ha apostado en muchas ocasiones por un modelo arquitectónico sostenible. La denominada ciudad compacta, como Benidorm, es más eficiente ambientalmente que el modelo de ciudad dispersa, porque se ocupa menos suelo y se consigue mejorar la eficiencia, por ejemplo, en la gestión del agua y de la energía, puesto que se producen menos pérdidas en la red de suministro. Además, los desplazamientos de los servicios básicos son más cortos, así como la movilidad urbana en general con lo cual, las emisiones de CO2 son menores.

Por contra, el modelo de ciudad dispersa es más derrochador de suelo, agua y energía y obliga a realizar un mayor número de desplazamientos por parte de la población, por tanto, mayores emisiones de gases de efecto invernadero. Por no hablar de aspectos tan mundanos como la recogida de basuras por parte del camión cada noche. Jorge Olcina, geógrafo y climatólogo, se ha hartado de explicarlo en los últimos años. El modelo compacto es el que crea ciudad, frente al modelo disperso que genera células urbanas desconectadas entre sí. En el Mediterráneo, la cultura de ciudad siempre ha estado basada en el modelo compacto, frente al disperso propio del mundo anglosajón. El disperso genera mayores beneficios a corto plazo a los ayuntamientos en forma de licencias de obra, pero a la larga pasa factura. Por eso se desarrolló tanto en España y en la provincia en los años noventa y en el comienzo del siglo XXI, en la etapa de «boom» inmobiliario.

¿Estamos a las puertas de nuevo boom? Lo dicho. Cuidado con lo que hacemos porque tropezar de nuevo con la misma piedra lastraría nuestro futuro. Y, por cierto, el problema no se afronta limitando el acceso al agua. Esta semana ha tenido lugar la primera gran manifestación contra el recorte del Tajo-Segura. Y por las calles de Murcia no estaban solo los agricultores. Mientras, una promotora formalizaba la venta de 130 viviendas de las 196 que ofrece un edificio de 36 alturas en la playa de Poniente de Benidorm a compradores de Países Bajos y Polonia. La Costa Blanca vuelve por donde solía y eso es importante.

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