«Pese a haber nacido en Italia ¿tú crees que el Rey Juan Carlos I es italiano o español?» La pregunta escondía trampa, argumento para la autodefensa. La obvia respuesta de su interlocutor zanjó la cuestión allanándole al camino: «Pues lo mismo me pasa a mí. Nací en Alicante, pero soy alcoyano por los cuatro costados». De hecho, Milagros García Aznar dio a luz a su único hijo varón en el número 50 de la ya desaparecida calle 30 de marzo, en pleno barrio alicantino de El Pla, poco menos que por accidente. El parto tuvo lugar tiempo después de que su marido, Juan Gisbert, llegara desde Alcoy a la capital de la provincia para trabajar como jefe fundidor en Volund, una empresa danesa dedicada a armar motores para barcos. Fue voluntad de Juan, al que siempre le rondó en la cabeza que en los hospitales robaban a los niños, que su mujer pariera en la casa conyugal a su tercer vástago, Juan Antonio, un niño que se empapó de alcoyanismo cada Semana Santa, verano, Navidad y, cómo no, cada abril en la ineludible cita de Moros y Cristianos.

Sin embargo, gran parte de la trayectoria de aquel niño que pronto se destapa como buen estudiante se traza en Alicante, completando su formación desde el colegio Padre Manjón hasta la Universidad, pasando por Jorge Juan y el Babel, ese instituto de nueva creación que endereza casos perdidos, en el que cursa el Preu durante un año que le lleva momentáneamente a desviarse del camino de las ciencias. El amor a las letras y la influencia de las Betty Girls, un grupo de profesoras progresistas de ese instituto comandadas por Beatriz Inés, conduce a Juan Antonio Gisbert, en un primer momento, a estudiar filosofía, cautivado por el magisterio de Ana Anta, Juana Serna y Emilia Gómez, en cuya casa comienza a apreciar la música de cantautores aliados con la protesta política.

La filosofía, no obstante, solo le dura un curso al cruzarse en el camino durante ese mismo verano la posibilidad de presentarse a una oposición para acceder a una plaza de auxiliar en Caja del Sureste y comenzar a ganar dinero. Aprobada la prueba y tras tomar posesión de su puesto en una oficina de Maisonnave, el joven estudiante de letras cae en la cuenta de que los estudios elegidos poco tienen que ver con la carrera profesional que acaba de emprender, así que retoma su inicial inquietud por las ciencias y se matricula en Economía en la Universidad de Alicante. Por esa época decide cumplir con el servicio militar, con destino en Rabasa, que cubre combinando el cuartel con su trabajo en la oficina bancaria. Paralelamente, no descuida la carrera, que completa con tres cursos en Alicante y los dos últimos en Valencia, hasta que se licencia en Económicas con Premio Extraordinario.

La singladura bancaria de Gisbert empieza con paso firme. Juan Sanchís, uno de sus primeros jefes en la entidad de ahorro, le promociona y traslada a Servicios Centrales tras evaluar la calidad de sus informes y recibir continuas alabanzas de la dirección general. Asimismo, desde instancias más altas quedan prendados de un estudio comparativo elaborado por Gisbert en torno a posturas adoptadas por el Ministerio y la Confederación de Cajas. El informe no pasa inadvertido y es visionado por Enrique Fuentes Quintana, uno de los economistas españoles con mayor influencia en la segunda mitad del pasado siglo, que llega a reclamar a «ese economista» de Alicante para incorporarlo a su equipo.

No ha lugar dado que Curro Oliver Narbona se adelanta a todos para ascender a Gisbert como secretario general de Caja del Sureste, cargo que desempeña hasta recibir la primera oferta del terreno político. Esta llega desde la Conselleria de Hacienda para ocupar la dirección general de Economía, donde el alcoyano trabaja durante cuatro años antes de regresar a la banca.

En ese punto inicia una de las etapas más intensas de su vida. Román Bono asume la presidencia de la CAM -entidad resultante de la reciente fusión entre la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia y la Caja de Ahorros Provincial de Alicante- y adopta como primera decisión nombrar a Juan Antonio Gisbert director general de la recién nacida Caja de Ahorros del Mediterráneo, dando pistoletazo de salida a una etapa dorada con la compra de Caixa Torrent, la filial española del italiano San Paolo y el de la británica Abbey National.

Así se cubre una década fructífera que, en el año del cambio de siglo, sitúa a la CAM como la tercera entidad de ahorro de España en beneficios y la cuarta en volumen.

Ese tiempo de gloria queda interrumpido inesperadamente con el cambio político.

La llegada de Eduardo Zaplana al Palau de la Generalitat provoca un movimiento en la presidencia de la entidad, además de malestar interno entre la cúpula directiva y una abrupta ruptura. Esta sobrevino por diferencias irreconciliables entre el empresario Vicente Sala y el propio Gisbert, que entiende la salida de Bono -a quien siempre consideró su mejor presidente- como una traición dado que había un acuerdo unánime desde tiempo atrás destinado a convencerle para que continuara al frente de la presidencia.

Sin embargo, no hubo opción: Sala sustituye a Manchi y a ese relevo le suceden dos años de tensiones entre Gisbert y el nuevo consejo de administración, que alcanzan el cenit con un serio aviso a la salud del alcoyano. Tras ello, se negocia un acuerdo para desvincularse de la CAM, que a partir de ahí entra en declive hasta su desaparición.

El trayecto del economista, no obstante, no se detiene en ese tramo. Gisbert regresa a la Universidad de Alicante para dar clases de Teoría Económica hasta que Pedro Solbes y Aurelio Martínez le convencen para hacerse cargo de la dirección general de financiación en el Instituto de Crédito Oficial. En el ICO cubre un periodo de cuatro años hasta recibir, de nuevo, la llamada de la banca, su particular desierto aventurero que lleva tan dentro. En esta ocasión es Ruralcaja, una entidad de ahorro que encuentra peor de lo que imaginaba. Aunque entre sus innatas habilidades de gestión no figura el talento para hacer milagros, sí fue capaz de encontrar un «novio» para sacar a Caja Rural de su desamparo. Y ya en capilla Cajamar colocó el anillo.

Superado el último escollo, el alcoyano amaga con la retirada de la primera línea de fuego dando clases de Economía en Fundesem. Pero en ese camino se cruza Ximo Puig, quien, pese a topar con reticencias iniciales, le convence para ponerse al frente del Puerto de Alicante, una entidad que encuentra deficitaria y que el año pasado arrojó casi tres millones de euros de beneficios.

En el Puerto, Gisbert pone en marcha la ampliación del parking, el cierre de la bocana y la normativa para crear el deseado Centro de Congresos, desplegando su particular obsesión por abrir definitivamente esa frontera a la ciudad.

Hoy, como le advirtió «El Maquinita», un estibador que conoció al aceptar este último cargo, «cuando la sal se te meta dentro no vas a querer marcharte nunca del Puerto». Así que ahí sigue, mientras libra la batalla más dura de su vida contra un enemigo que le invade y ante el que muestra la firmeza y voluntad de hierro que siempre le acompañó, la que le llevó a ser el mejor en lo suyo.