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Mari Carmen Díez Navarro

Como tú, piedra pequeña

Como tú, piedra pequeña

Los niños están muy cerca de la tierra y sus aconteceres. Persiguen hormigas, les cuentan las patas a los escarabajos, hacen comida con hojas y semillas, dibujan su nombre con una rama en el puro suelo... Entre sus múltiples andanzas “terrenales” están la búsqueda y captura de piedras que les llaman la atención por algún motivo: porque “brillan al sol”, porque “parecen un huevo”, porque “son muy blancas”, porque “están frescas”, etc.

En el enorme patio de nuestra escuela, las piedras son interrogadas a diario por la insaciable curiosidad de los niños, que las someten a sus manejos para sacarles brillo, o ver sus matices de color, rugosidad o frescura. Sabiendo esto, y con el doble objetivo de que aprendieran y disfrutaran, pedí una vez a mis alumnos que trajeran de casa un mineral a la clase. Y la estantería de las cosas naturales se nos llenó a rebosar de maravillas, que nos fascinaron por sus colores, formas, procedencias o curiosas propiedades. Entre los minerales aportados por los niños había: mármoles, ópalos, calcitas, rocas volcánicas, talco, carbón, corales, etc. ¡Hasta arena rescatada de los zapatos de Roque tuvimos en nuestra exposición! ¡Él mismo nos explicó que la arena era “piedra en polvo”, o sea, que también era mineral!

Recopilamos cuatro rosas del desierto que causaron sensación por ser tan bonitas y porque supimos que se forman con arena “seca y dura”. Las ágatas nos impresionaron por su belleza, además de venir acompañadas con la coincidencia de que la perra de Estela del Mar se llamaba «ÁGATA» y acababa de morir. Las piedras volcánicas tuvieron un éxito tremendo por el impacto del volcán y sus peligros. A los niños les gustó mucho ver sus distintas tonalidades desde el rojo hasta el negro y enterarse que hay una que era utilizada “antiguamente” para fregar las cazuelas: la llamada piedra pómez.

Los “minerales que manchan” lograron muy buena acogida: la hematita de Noa, que nos manchó los dedos de rojo, el talco de Dante que nos puso las manos blancas, el grafito, carbón con el que se hace la mina de los lápices, que manchaba de negro. Había otros minerales que gustaban por muy variados motivos: la pirita porque pesaba y por su forma de cubo y su tono dorado, la pizarra por ser “tan fina”, los que brillaban por su esplendor innegable, el cuarzo rosa por su color, etc.

Capítulo aparte merecieron las piedras preciosas, a las que los niños llamaban “piedras bonitas”, y que disfrutamos gracias a algunas madres que nos prestaron generosamente sus joyas: turquesa, malaquita, lapislázuli, ámbar, jaspe, ojo de tigre, amatistas, jade y, por supuesto, oro y plata. En las casas, los joyeros fueron curioseados a fondo por los niños, que pedían a sus padres lupas o linternas “para ver mejor” los minerales engarzados en los pendientes, collares o pulseras. Por supuesto, aprendieron a distinguir “las joyas de plástico” de las verdaderas, usando el truco que aportó Candela: «si están frías son minerales, y si no, no».

Fue muy interesante hablar de las diferencias entre los seres vivos y los no vivos. Para los niños y las niñas resultó sorprendente darse cuenta de que los “no vivos” duraban más que los vivos, “¡y eso que no tienen vida!”, decían, perplejos. También les chocó saber que algunos minerales duros se rompían si llegaban a caerse, porque eran frágiles. Al hablar sobre las minas, los niños evocaron a los Siete enanitos, y yo no resistí la tentación de cantarles una canción, que dio pie para decirles que el trabajo de minero es peligroso y difícil, ya que tiene muchos riesgos, desde accidentes, a enfermedades.

Se está quedando la Unión

como un corral sin gallinas,

con tanto minero enfermo

en el fondo de la mina.

Rocío, la mamá de Dante, vino un día a explicarnos cosas sobre el tema cargada de libros de la Universidad, de muestras de minerales (de cuando ella iba al instituto), y de una espléndida sonrisa. Nos dijo que vivimos en un planeta que se llama Tierra, y que en él están los minerales, que no están hechos por las personas, sino que son naturales, y además son muy importantes y nos hacen falta para vivir.

También nos contó que los minerales tienen curiosas propiedades: la mica es un mineral blando y el diamante durísimo, que corta a todos los demás minerales. El talco mancha los dedos y de él se fabrican los polvos de talco. La magnetita es un imán. El alumbre sirve como desodorante y para ponérselo después del afeitado. El azufre es venenoso. Contó que hay quienes dicen que los minerales son buenos para la salud, que dan suerte como la amatista o la piedra de luna, o que simbolizan cosas. Fue un rato muy bonito. Hubo atención, extrañeza, admiración, contento…

La verdad es que aprendieron bastante, y además pudimos hablar de otros temas que salían a colación: la duración de la vida, las severas condiciones del trabajo en las minas, la belleza de las piedras, el papel de los recuerdos, los gustos de cada persona, etc. Descubrimos que ninguna piedra es igual, como las personas, que somos todas diferentes. También que a la mayoría de las personas nos gustan los minerales, por eso se ponen en las joyas para lucirlos y por eso en las casas suele haber algunos que se guardan “de adorno”, o como recuerdo de algún sitio. Y es que para aprender con los niños no hay mejor cosa que subirnos al carro de sus intereses, acercarnos a sus curiosidades y acompañarlos en sus búsquedas y sus alegres asombros.

A mi me gustaba especialmente cuando nos poníamos a cantar con Paco Ibáñez el poema de León Felipe, porque el ambiente quedaba inundado con una emoción nueva, la de compartir la belleza.

Así es mi vida, mi vida,

piedra, como tú.

Como tú,

piedra pequeña, como tú,

piedra ligera, como tú.

Como tú,

canto que ruedas, como tú,

por las veredas, como tú…

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