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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Envueltos en sombras

Foto de archivo

El 31 de diciembre de 1999 compartieron espacio televisivo Yeltsin y Putin. Boris para decir que «en el último día del XX renuncio a mi cargo» y el sucesor con tal de prometer en tono grave antes de desear feliz año nuevo que «el Estado protegerá de manera confiable los elementos básicos de una forma civilizada: la libertad de expresión, de conciencia, de prensa y los derechos de propiedad». Lo juro.

   Acudo al súper con la cabeza en quienes aguardan a que cese el bombardeo para adentrarse en busca de provisiones entre estanterías tan enclenques como el ánimo. Pesco pan al que le meten pasas porque qué difícil es dar con uno como Dios manda. Aunque sorteo recodos contra reloj reparo en que me observan. Sí, miran, noto escorzos, se distancian y caigo en que se me ha olvidado enfundarme la mascarilla. Sintiéndome sospechoso titubeo sobre lo que hacer. Desde luego, miga, tiene. Me disculpo ante la empleada que casi me anima, maldigo en silencio las sombras en que seguimos envueltos y, por supuesto, salgo escopetado.

   «En la guerra de Oleg», recreada en la región de Donest donde gobierno ucraniano y separatistas rusos anduvieron a descarga limpia, los críos imparten lecciones magistrales en la escuela rural sobre el tipo de minas que pueden explotar camino a casa. Trienios acumulan en la materia. Me sobresalto con una llamada inesperada. Menos mal que he sido capaz de subir a la pantalla de inicio la imagen de mi madre que sosiega lo suyo. Ahora que no podré hablar jamás con ella, viene bien tenerla a mano. Cuesta reconocerse en quiénes éramos un par de años atrás. Para el sapiens Noah Harari, el mandamás ruso no contempla Ucrania como un país real pese a contar con más de diez siglos de historia siendo Kiev una gran metrópolis cuando Moscú era nada y menos. Según el analista, Vladimir ganará batallas, pero ha perdido la guerra ante la respuesta del pueblo invadido y el odio inoculado que alimentará la resistencia por generaciones. Pues, sí. Mejor no podemos estar.

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