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Antonio Sempere

En pocas palabras

Antonio Sempere

Ay, la sanidad pública

Enfermeros y personal sanitario de una planta de enfermos de covid en el hospital comarcal

La sanidad pública vive momentos angustiosos. Las listas de espera son obscenas. Todo lo que no sea urgente entra en un limbo peligroso y desesperante. Cuando un médico de cabecera te remite a un especialista existen muchas posibilidades de que el paciente se quede sin cita. Sus agendas, sencillamente, están cerradas. Solamente cuando se abran dichas agendas seremos avisados telefónicamente y se nos asignará un día para el que, tal vez, pueden restar todavía semanas o meses. Lo peor es que ni siquiera tenemos derecho a establecer una cuenta atrás.

Dos de mis especialidades con las agendas cerradas son Cardiología y Neurología. La primera, para revisar cómo evoluciona mi insuficiencia cardíaca. La segunda, por la cefalea crónica. En Cardiología la espera sin que el teléfono dé señales de vida suma semanas, en Neurología meses. Lo peor de todo, insisto, es no tener siquiera una fecha de descuento. Todo esto unido al carácter un tanto hipocondríaco te hace vivir al día. Olvidarte de lo material. Pensar que hoy estás, pero mañana puede que no.

Aunque, eso sí, nunca te quitas de la cabeza, en los momentos de incertidumbre, lo injusto que es padecer un sistema de salud tan endeble. Que funciona para las urgencias y los casos a vida o muerte. Pero que deja mucho que desear en el día a día. Ahí la calidad de vida es para quien se puede permitir pagar una sanidad privada.

Ante esta situación tan precaria, tan inmoral, los pacientes, lejos de rebelarse, aguantan carros y carretas. Faltaba la pandemia para poner la puntilla a una situación que ya era desastrosa. Antes de marzo de 2020 las listas de espera quirúrgicas y las agendas cerradas de especialistas estaban a la orden del día.

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