Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Momentos de Alicante

La hermanastra

Elche. información

ELCHE, DICIEMBRE DE 2011

Su voz sonaba algo distorsionada por el tubito que tenía en la comisura de la boca. Me acerqué dos pasos y percibí un ligero aroma a canela que provenía de aquella especie de sillón reclinado. La visión de su aura, de un color parecido al albaricoque (rosa con naranja), ayudó a calmar mi ánimo.

–Hola, Amelia.

LA HERMANASTRA

El tubito del respirador artificial dificultaba reconocer su sonrisa, pero sus ojos, a pesar de estar casi en blanco por la ceguera de la NOHL, sonreían.

Tomó con los labios la especie de palanquita que tenía delante de la boca y el sillón se desplazó automáticamente hacia la derecha, produciendo un breve chasquido seguido de un ruido suave y continuo. Se detuvo frente a un sofá del salón, junto a la mesita sobre la que había una lámpara y una foto enmarcada

–Tuve sospechas cuando me enteré de que los padres con ojos claros no tienen hijos con ojos oscuros. Realmente es un mito, pero entonces me lo creí.

Con curiosidad, avancé unos pasos para aproximarme lo suficiente a la mesita, quería distinguir a la pareja que aparecía fotografiada. Ambos superaban los sesenta y tenían los ojos azules.

–Siéntate, por favor –me dijo. Lo hice en el sofá; Roberto, el detective que me había traído, se sentaba en un sillón a mi izquierda–. Por desgracia, mi padre ya había fallecido y solo pude preguntarle a mi madre. Le costó reconocerlo, pero al fin lo hizo entre sollozos y promesas de que siempre me había querido como si me hubiera parido. Sabía que era cierto porque me sentí amada…, mimada incluso. Le pregunté por mi origen, pero sabía muy poco porque fue mi padre quien se ocupó de todo. Ella sólo sabía que había nacido en Villajoyosa y que todos los trámites de adopción les habían costado unos cuatro millones de pesetas.

–¿Cuatro millones? –se me escapó. Era una cantidad muy alta, teniendo en cuenta que sucedió en 1983.

–Sí… Mi padre era un empresario de éxito: dueño de una importante fábrica de calzado, propietario de varios edificios céntricos de la ciudad, como éste. Para él cuatro millones suponía una cantidad aceptable, a cambio de tener, de manera legal y rápida, lo que más ansiaban: una hija, que no hijo. En su opinión, una hija nunca abandona a sus padres, cosa que no puede decirse de la mayoría de los varones. Y, además de satisfacer sus ansias de paternidad, querían asegurarse una ancianidad tranquila y cuidada. Mi madre falleció el año pasado…

–Lo siento, pero has dicho que tu padre pagó esa cantidad de dinero a cambio de una adopción legal y rápida… Parece que fue rápida, pero legal…

Amelia calló al abrirse las puertas del salón. Felipe, el mayordomo, apareció para preguntar si deseábamos tomar algo o preparaba la cena para algún invitado. Amelia nos ofreció quedarnos, pero le dije que debía regresar cuanto antes a Alicante.

–Y yo le prometí que la llevaría en mi coche –dijo Roberto.

El mayordomo se retiró cerrando las puertas del salón, Amelia prosiguió:

–Tengo la certeza de que mi padre estaba convencido de que mi adopción era legal. La hizo a través de un abogado ilicitano, amigo personal. Otra cosa es que, efectivamente, el origen de la adopción fuera fraudulento… En aquellas fechas, aunque tenía curiosidad por saber quién era mi madre biológica, en mi vida pasaban cosas importantes, por lo que fui posponiendo la decisión de ponerme a ello… Hasta hace unos meses, que empezaron a conocerse los primeros casos de bebés recién nacidos robados hace treinta o cuarenta años, para venderlos en adopción. Tuve el pálpito de que tal vez era lo que había pasado conmigo. Y esta sospecha se fue convirtiendo en certeza conforme reaparecieron mis encuentros oníricos con nuestra hermana. Fue Carmen la que me advirtió que…

–Espera, espera –interrumpí–. ¿Estás diciendo que conocías a Carmen y te reuniste con ella…?

–En sueños, sí. Te costará creerme, pero es la verdad, y te aseguro que no voy a entretenerme en tratar de convencerte, sobre todo porque no es el asunto principal por el que he querido reunirme contigo. Además, Patricia, eres testigo de uno de esos encuentros. Nos vistes juntas, ¿no es así? –Recordé el sueño que tuve junto a la cama de mi hermana Carmen durante mi última visita al hospital en el que estaba ingresada. Este comentario me dejó muda, con la boca entreabierta. El color del aura de Amelia, que había evolucionado poco a poco hasta un amarillo claro, me convenció de su sinceridad–. Todo empezó en septiembre pasado, cuando desperté del coma en que había estado cerca de tres meses. No recordaba nada durante ese tiempo, excepto la mujer con la que me reunía a menudo en un lugar cada vez más caótico, y que decía compartir conmigo aquella terrible obsesión que me había llevado a ese lamentable estado…

–¿Obsesión? –pregunté, pese a intuir la respuesta.

–La misma que la tuya. La misma que, al parecer, han padecido muchos de nuestros antepasados cuando han estado suficientemente cerca…

Volvieron a abrirse las puertas del salón y una chica de servicio uniformada dejó una bandeja con bebidas encima de la mesita de nogal que había junto a los asientos que ocupábamos.

–Gracias, Virginia –dijo Amelia, esperando a que saliera del salón y cerrara las puertas para proponerme:

–Quizá lo mejor sea empezar por el principio, ¿no te parece?

Asentí.

–Bien… La mayoría de los casi veintinueve años que tengo los he vivido aquí, en Elche. Soy hija única, he tenido cuanto quería. Padezco algo de dislexia, pero gracias a mis esfuerzos y al apoyo recibido he sido buena estudiante. Me licencié en Derecho y aprobé la oposición de judicatura. Pasado un tiempo conseguí ocupar una plaza en los juzgados de Alicante. Nada más llegar comenzó mi pesadilla; empecé a sentir los primeros síntomas de esta obsesión que tú conoces tan bien y que no voy a explicar. Tenía alquilado un piso en la plaza de Pío XII, cerca del lugar donde, quizá ya lo sepas, se encuentra el origen de nuestra maldición…

Calló para observarme con atención y no quise defraudarla.

–Sí, sé lo que hay guardado en Las Cigarreras…, aunque no estoy muy segura de que sea una maldición.

–¿No? Pues a mí me ha costado muy caro, te lo aseguro… Fue instalarme en aquel piso y abrirse las puertas del infierno… No voy a explicarte todo porque lo has vivido o te lo ha contado Carmen… Mi compañero de piso llegó a cerrar con llave la puerta del apartamento por las noches, para evitar que me escapara en alguno de los muchos terrores nocturnos que sufría. Una noche de mayo, según me contó, intenté salir del apartamento saltando a un balcón vecino. Fallé… Era un tercer piso, caí en la acera de espaldas… Me llevaron al Hospital General de Alicante, estuve en coma. Fue entonces cuando empecé a tener mis primeros encuentros oníricos con Carmen. ¿Cómo era posible? No lo sé, cuando desperté era lo único que recordaba. En aquellas ensoñaciones trató de consolarme diciéndome que no era la única que padecía esos trastornos, que vosotras también los sufríais…

–¿Sabías que se encontraba ingresada en un psiquiátrico por padecer esquizofrenia?

–No, lo supe más tarde. Después de salir del coma volví a soñar con ella. Fue cuando me dijo que creía que éramos hermanas. Me habló de vuestra madre… nuestra madre…, y del parto que tuvo en 1983 en Villajoyosa, en el que supuestamente el bebé nació muerto… Imagínate lo que sentí al despertarme… Villajoyosa, 1983… todo coincidía… Pero me encontraba inhabilitada para comprobarlo. En la caída me rompí las dos primeras vértebras cervicales y quedé tetrapléjica. Desde entonces vivo aquí con un marcapasos, obligada a respirar con ayuda de este aparato. –El halo amarillo que envolvía su cuerpo fue adquiriendo una tonalidad dorada oscura–. Pero me repuse en seguida…, anímicamente quiero decir. Creo ser una mujer de voluntad robusta… Entonces decidí confiar la investigación que yo no podía hacer a mi primo Roberto, que es detective –le miró–. Nos hemos criado juntos… Bueno, aunque soy adoptada, ni que decir tiene que sigo queriendo a los míos como si fueran de mi propia sangre. A mi madre no la quise ni un gramo menos cuando supe que no me había parido…

–Comprendo.

–Roberto empezó sus pesquisas en el cementerio de Villajoyosa, donde tuvo la suerte de encontrar un papel en el libro de registro con el nombre de Ana María Mayans Tur y una fecha que coincidía con mi nacimiento. Lo cierto es que resultaba muy raro porque no había registrado…

–A través de los datos de empadronamiento supe que tanto su hermana Carmen como usted tenían los mismos apellidos que su madre. En Benidorm averigüé la fecha de defunción de su madre. Lo demás fue más fácil –aclaró Roberto.

–Mi primo me informó de que Carmen estaba ingresada en un psiquiátrico de San Juan, pero no me hizo falta ir a verla para confirmarle que somos hermanas. También averiguó que tú la visitabas regularmente.

–¿Y por qué lo sé ahora?

Se miraron antes de que él me respondiera:

–Teníamos dudas. No sabíamos cómo iba a reaccionar.

–Le pedí a Roberto que esperara porque estaba muy intrigada –le interrumpió Amelia–. Esa es la verdad.

–¿Intrigada?

–Aunque sabíamos que éramos hijas de la misma madre, quise que siguiera investigando acerca de ti. Era cierto lo que Carmen me dijo: Que eres la elegida para poner fin a la maldición que persigue a nuestra familia desde generaciones…

–Te repito que no creo que sea una maldición. Y en cuanto a lo de que soy la elegida…

–Cuando me enteré de tus progresos en las sesiones de hipnoterapia, supe que Carmen había acertado.

–¿Cómo sabes lo de mis sesiones de hipnoterapia?

–Ya te lo hemos dicho. Roberto estuvo investigando, por eso supimos que habías empezado a sentir los síntomas de la atrofia óptica de Leber, que padecías la misma obsesión que yo y que ibas a la Clínica Hipnos de Alicante para apoyar tu tratamiento con sesiones de hipnoterapia. Tus reiteradas visitas nos hicieron sospechar que el tratamiento daba buenos resultados. Me alegré por ti, por las tres… Aunque no había vuelto a tener ningún trastorno más desde que volví a Elche, quise saber si yo también podía averiguar el origen por medio de la hipnosis. Fue frustrante, mis recuerdos no superaron el año.

–Pero si me lo hubieseis dicho…

–Amelia estaba deseando decírselo, Patricia. Créame. Pero pensamos que lo mejor era no interferir en el proceso con el doctor Ríos. Un proceso interesante, aunque desconocido.

–Necesitaba saber el resultado.

–Lo siento. Era la única manera que encontramos –adujo Roberto–. Llevaba días siguiendo al hipnotista. Supe que en su portátil guardaba la información más relevante. Entrar en la clínica era más complicado, pero tampoco resultó difícil.

–Gracias a eso conocimos el resultado de tus increíbles regresiones… Fue verdaderamente revelador… –la admiración de Amelia se evidenciaba en la tonalidad de su aura cada vez más dorada–. ¡Hermana, cómo te he envidiado…! –Sus ojos me sonreían con afecto–. ¿Comprendes ahora por qué eres la elegida? Ni Carmen ni yo contamos con ese don. Tengo el mismo lunar que tú, padezco la misma enfermedad degenerativa en los ojos, pero nadie puede más que tú regresar al pasado, recordar lo ocurrido durante generaciones, en busca del origen que nos ha perseguido siglos. ¿Hasta dónde has llegado?

–Esta tarde he retrocedido a 1614. Todo apunta a que nuestras raíces pasan por una familia morisca que vivió en un valle del norte, cerca de Denia.

–Pero sabemos que procede de aquí, en Alicante. Y en el siglo XI –repuso Amelia.

–Sí. Todavía hay mucho por retroceder… Y cada vez nos está costando más –reconocí.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats