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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Hablemos bien de nosotros

Putin se da un baño de masas en medio de la guerra en Ucrania

Cada día nos cae encima una plaga. Que eran diez, y no siete, como comúnmente se dice. De todas maneras ya hemos perdido la cuenta. Esta colección de mezquindades humanas y estupideces de la naturaleza hubieran merecido en otra época acciones contundentes de las autoridades eclesiásticas y milagrosas, como Apariciones de Quienes habitan las celestes esferas. Ahora nos tenemos que apañar con las debilidades de la ONU, el humor de China y las renacidas habilidades de la UE, apenas aparejadas con lecturas superficiales de Beck y otros maestros de los que sólo nos acordamos cuando llueve, cuando truena, cuando hay maremotos, cuando hay epidemias, cuando cae Sahara o, en fin, cuando Putin se pone estupendo. Menos mal que es Cuaresma, y tantas maldiciones quizá computen como penitencia. Podría ser. Y si no que se lo digan al Patriarca Ortodoxo de Moscú y de todas las Rusias, que está perdiendo a la mitad de la grey, convencido de que Dios va con Rusia. Los tiempos vienen recios.

Sin embargo, el miércoles, a eso de las 9 de la mañana, ocurrió un pequeño milagro. Iba en mi automóvil camino de mi primera clase y escuchaba en la radio publicidad. Pero entre anuncio y anuncio sintonizaron con el Congreso: iba a empezar la sesión de control al Gobierno. Últimamente hago por escuchar la primera pregunta, la del líder de la oposición al Presidente del Gobierno, por si me sirviera para proponer una práctica a mi alumnado. Mas he aquí que, como es sabido, Casado nos ha dejado y se ha metido a Capitán Superhéroe Antifascista del conservadurismo europeo. Su lugar lo ocupa Cuca Gamarra, que le aseguro que se llama así, que no es una broma ni un desliz de la publicidad. Tal Portavoz del PP formuló una pregunta razonable, sobre economía, creo; fue dura, pero ni insultó, ni mezcló las churras de las ideas con las merinas de las alusiones personales, ni dijo que el Gobierno es la peor de las iniquidades. Hacia las 9 horas y siete minutos, volví a creer en el progreso de la humanidad.

Ciertamente a Feijóo las aguas de Madrid y del resto de España no le están sentado bien del todo, porque antes, cuando sólo era gallego, era coherente, incluso levemente monocorde: un peregrino que para ganar indulgencias sólo tenía que cruzar una plaza. Y ahora se ve que se está reciclando. Y ora dice que lo de la ultraderecha mal, ora que si no es para tanto; aquí afirma que lo de la violencia de género no se toca, allí matiza que lo mismo hay que matizar. Pero, bueno, no avasalla. Ha delegado en Ayuso eso. Cualquier día le insultará a él, está en la naturaleza de las cosas: Rusia invade Europa, Madrid invade España. Y además, como en Madrid los pobres que no hay son invisibles, pues eso que llevan ganado.

Pero el caso es que se están consiguiendo algunos consensos básicos. Será por la guerra, que una guerra une mucho, casi tanto como una victoria deportiva. Será. Pero es. Y ya hay tropa de izquierda alarmada, la que, como dice Enric Juliana, se arrepentirá de no manifestarse ante la Embajada rusa. Yo creo que se equivoca: ciertos niveles de cohesión social necesita la izquierda para que no se generen desgarros que impidan el avance de sus propuestas. Porque estas no pueden ser siempre lo contrario de lo que dicen los malos, porque imagínate que un día no hay malos, ¿qué sería entonces de la izquierda? Así que el PSOE tiene margen para hablar de sus cosas con el PP, como antiguamente. Pero ese hablar tiene unos límites infranqueables, los que se derivan de las urgencias de la identidad de cada cual, que en los últimos años se han reconstruido como antítesis. Por lo demás, una apreciación abstracta y apriorística contra el crecimiento del gasto militar, sirve de nada: analicemos con qué ritmos, con qué estructura, a cambio de qué otras medidas presupuestarias –ingresos y gastos- y con qué repercusiones en el conjunto de la economía. Y ya veremos. 

Leo encuestas o artículos de opinión y me da la impresión de que hay un cierto cambio de clima. Hay solidaridad, y no sólo hacia Ucrania: hay deseo de no olvidar lo que nos ha pasado, incluyendo los precios que pagamos por la improvisación –sea en el sistema público de salud o de protección social o en las relaciones internacionales-; hay un cansancio más que notable de desprecios e injurias; se construye una aspiración a ponerse manos a las obras. Y hay dolor y miedo: nos electrocutan las facturas y nos falta el combustible para el entusiasmo. Pero diría, sin necesidad de caer en la frivolidad del optimismo, que en esa sopa de angustia, los ingredientes de templanza y prudencia están ganando algunas batallas, atemperando ramalazos de rabia.

En realidad, la gran pregunta, la que el PP ha formulado con rotundidad peligrosa, es hasta dónde son legítimas actuaciones parciales si tienen como contrapartida que la ultraderecha tome posiciones en el tablero. No se ha derrumbado el conservadurismo tibio y las izquierdas están siendo capaces de combinar su esteticismo y su pragmatismo. Las fuerzas vivas no están echándose a ningún monte, aunque la fragmentación del pensamiento y de los intereses gaste malas pasadas. Y las que nos quedan, si la guerra se enquista. Pero insisto: aunque crezca la intención de voto a Vox, una inmensa mayoría de la ciudadanía advierte de sus peligros. Lo que es tanto como decir que estamos aprendiendo a estrenar un pensamiento no-lineal, porque los efectos colaterales inesperados son tantos que nos abruman. La extrema derecha, la que sigue una “política de la eternidad” basada en el clamor de la nostalgia, como ha explicado Snyder; ese populismo fiero, de Putin a Abascal, de Trump a Le Pen, es el efecto colateral de las injusticias, de la prepotencia, de la desigualdad neoliberal. Ahora tienen, incluso, que aprender a que entre ellos también se pueden devorar. 

Esta es la lección de estos años. No es preciso vivir en un ambiente politizado: basta con apreciar que los impulsos que quieren acelerar estas extremas derechas tienen que ver con la vida cotidiana. Pero me parece que, con estas cosas, mucho más que cantando “Resistiré”, es como vamos descubriendo que un “nosotros” muy amplio, muy plural, para nada nostálgico ni doctrinario, es lo único que nos puede salvar. Somos más y somos mejores. No lo olvidemos, porque, si no, cualquier día descubriremos a un ángel buscando a los primogénitos. Y hay ángeles con mucha mala leche.

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