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Juan José Millas

No me extraña

Vista por satélite de Mariúpol.

El optimismo antropológico se lo pueden permitir muy pocos. Está caro, está por las nubes, más caro que el marisco, más que la fruta o las verduras, más que la vivienda. Sale uno de la cama con buena voluntad, dispuesto a comerse el mundo, pero el mundo se lo ha comido a uno antes de llegar al quiosco de los periódicos. Rusia utiliza para masacrar a la población civil ucrania misiles hipersónicos, llamados así porque pueden alcanzar velocidades diez veces superiores a la del sonido. Llegan antes los misiles que las palabras, de manera que las negociaciones van por detrás de los ataques. Digamos que las palabras se deslizan con la pereza del caracol frente a estos artefactos capaces de transportar ojivas nucleares, sean lo que sean las ojivas nucleares. Otra de sus características es que vienen de lejos, pues el botón de encendido se encuentra a 1.500 o a 2.000 Kilómetros del objetivo. Significa que el funcionario que lo aprieta no asiste al espectáculo de los cuerpos rotos ni de las vísceras volantes. Es casi como matar con el deseo. ¿Y quién no ha deseado imaginariamente el deceso de alguien? En este caso, ni siquiera es preciso que lo deseen, pues desconocen por completo a las víctimas. Matar de este modo es como ir a la oficina: fichas, coges un café con leche de la máquina, te colocas frente al ordenador, comienzas a teclear y por cada pulsación sale un misil directo a su destino. A media mañana te tomas un descanso para el bocadillo.

Total, que al tiempo que el misil sin alma alcanzar una comunidad de vecinos de Mariúpol, cae sobre ti el pesimismo antropológico como una lluvia de cenizas que se enreda en el pelo y se te mete en los ojos y ya no eres capaz de ver otra cosa que la maldad del mundo, una maldad que no hay análisis geopolítico capaz de atenuarla. Y el día acaba de empezar, pues aún no has reparado en el asunto de los saharauis, ni en el de la inflación galopante, ni en el de la huelga de transportes, ni en el de la pandemia, ni en el del recibo de la luz… No es fácil gobernar estos excesos de realidad que vienen golpeándonos desde 2008 (por poner una fecha) con una regularidad obsesiva. Cuando llego al quiosco de los periódicos, resulta que está cerrado por defunción. No me extraña.   

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