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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

La calle

La ministra de Transportes, Raquel Sánchez.

Cuando escuché a una ministra decir que las movilizaciones de transportistas eran cosa de la ultraderecha me preocupé. Y no por si era verdad, que posiblemente lo es, sino porque daba un crédito a Vox que, tarde o temprano, se lo cobraría. Por lo demás usaba un tipo de argumentación impropio de democracias liberales. Y así seguimos: los transportistas de ultraderecha desgastando al Gobierno y los que no lo son agraviados e iracundos. ¿Descalifica este hecho al Ejecutivo? Errores siempre se cometen y no parece fruto de sofisticada elaboración de un gabinete de inteligentes comunicadores políticos –permítaseme el oxímoron-. De hecho, confieso que mi admiración por el Presidente Sánchez crece en la misma medida en que se le acumulan las contrariedades. Otra cosa es que no estoy muy seguro de que sepa rodearse de políticas/os que comprendan y sepan explicar situaciones fluidas en vez de intentar controlar con rigidez hechos incontrolables. Este es uno de los mayores problemas de la política actual, cada vez más tentada de hacer política sin políticos, sino con técnicos, algoritmos, youtubers y cosas así. Lo de Casado es otro buen ejemplo que el PP trata de corregir canonizando apresuradamente a Feijóo. Quien esté libre de culpa que tire el primer camión. Pero en el Gobierno se nota más. Y más si se desayunan con lava, almuerzan virus, comen bombas, meriendan gas y cenan megavatios. En fin: al menos desde que vociferan algunos transportistas, callan los antivacunas.

El hecho es que en tanta crisis bajo el signo del siniestro total, empieza a provocar una agitación que es, en sí, fuente de preocupación. Ya hubo intentos durante la pandemia. No somos los únicos: los ejemplos menudean por toda Europa. Algunos por razones ideológicas y otros porque su forma de explicar que no tienen ideología consiste en eso: libertad con ira, que sale barato. La calle es nuestra, que dijo Don Manuel, el Fundador. Lo decimos como una anécdota casi simpática, pero entonces era algo siniestro. La democracia nos enseñó que la calle es de todos o de nadie. Y lo hizo a base de los esfuerzos de la izquierda, porque las derechas disponían de otros lugares de esparcimiento para sus cortos ideales y amplias ambiciones. Ahora la izquierda va perdiendo la calle.

Creo que en este amargo momento hay una mayoría que ansía una cierta lentitud en los gestos, sabiendo que sólo con tranquilidad se iniciará la reconstrucción del tejido rasgado. Los sindicatos lo han entendido y han propiciado gestos, seguidos muchas veces por la patronal, para que el diálogo social sea consistente. Porque aterroriza mirar el incremento de las desigualdades y los sectores que se despeñan por el calvario social. Ante esto caben dos posiciones: la de los sindicatos armados de paciencia y razones o la de la extrema derecha que hace girar su discurso al resentimiento soez, ofreciendo falsas soluciones fáciles a los problemas más complejos. Esta será una tensión permanente que se modulará según la evolución en el Este y el surgimiento o/y eclipse de problemas nuevos. Pero, también, de la llegada de fondos europeos. A Vox estos fondos le deben parecer azufre luciferino, y pueden marcar su diferencia con el PP, que los intentará usar donde gobierne, aunque sus hábitos clientelares no le servirán para desprenderse de Vox como imprescindible aliado de futuro.

No estoy muy seguro de que los partidos de izquierdas estén a la altura de las circunstancias. No les pido que convoquen más manifestaciones. Es más, les ruego que convoquen menos, sobre todo si van a ser estrepitosos fracasos. Porque deberían recordar una lección básica: si vas a ser pocos, que no te cuenten. Pero el problema es que esos partidos, sus escasos “cuadros medios” y “activistas”, poco formados pero imbuidos de furor moral, viven con frecuencia en un espléndido aislamiento, habituados a dos cosas perniciosas: 1) fragmentar sus discursos hasta que los diversos sectores sociales no creen que necesitan saber nada de los vecinos –eso si no se pelean dentro de cada movimiento-; 2) concebir el éxito político en “salir en la foto”, aunque la foto revele que tras la pancarta sólo hay unos pocos y esforzados militantes. Lo que digo, pues, es que hay que concebir la calle de otra manera, reservando las exhibiciones para momentos puntuales bien preparados.

Para algunos, la alternativa es el uso de las redes. Pero cada vez hay más objeciones a depositar demasiada confianza en ellas. Primero porque su formato es muy poco persuasivo y la primacía de lo emocional favorece tendencialmente a una oposición echada al monte, especializada en el grito. Lo segundo, porque las redes son el escenario favorito para la polarización: las muestras de enfado, los ropajes rasgados con facilidad inaudita, se bloquean mutuamente, porque el lenguaje de las redes es único y no contribuye a la adhesión a políticas positivas. Y precisamente se trata de avanzar en lo propositivo, en invitar a la ciudadanía a comprender las dificultades del momento e imaginar colectivamente nuevos horizontes.

En cualquier caso la reflexión a la que invito supone recuperar la concepción de las fuerzas políticas como “intelectuales colectivos orgánicos” que no se limitan a la protesta indiscriminada ni a la defensa sectaria de gobiernos afines, sino que, ante todo, elevan a esos gobiernos las sensibilidades que, precisamente, están en la calle, tratando de discernir la complejidad del momento. Y sabiendo que abonando el “efecto burbuja” –creer que todos o la mayoría son o piensan como mis amigos de las redes- sólo se propaga el engaño.

La calle a ganar por la izquierda preocupada por la ultraderecha es una calle de largo plazo. Lo urgente debe ser atendido, pero lo importante requiere de un pensamiento estratégico que evalúe escenarios, establezca mediaciones, se esfuerce en articular complicidades con las diversas expresiones de la sociedad civil, tratando de no poner contra las cuerdas a ninguna de ellas. Porque a la nómina de exquisitos izquierdistas ofendidos le sigue una paralela de derechistas. Quizá de derechistas que no lo eran, pero que, hartos de verse asociados con los que lo son, se apuntan, por si ver si un bloque alternativo les deja en paz. La manifestación antigubernamental de temas agrarios es un buen ejemplo: la presencia de los cazadores junto a grupos de interés económico es una enseñanza que algunos no deberían olvidar. Porque las normas fruto del voluntarismo son especialmente reversibles ante un cambio de mayorías. Ganar la calle es, también, disponer de un espacio de estabilidad legislativa y de perdurabilidad de los avances y no victorias de cartón piedra.

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