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Rafael Simón Gil

Este horrendo ninot

La vicealcaldesa de Zaragoza a la izquierda, y la edil Amparo Bella, a la derecha.

Estar con el pueblo pero a espaldas del pueblo, esta es la lacónica -por miserable- realidad que acosa a nuestra extrema izquierda que acosa al pueblo; entre otras razones, porque el populacho, aborregado, volátil e influenciable, no sabe lo que le conviene y debe ser tutelado por sus mayores, sus gurús de extrema izquierda y de la gauche divine que tanto se desviven en pontificar qué es bueno para el pueblo -qué le conviene a su salud democrática, cultural, de género, medioambiental, sexual, de ocio y moral-, y qué es malo -lo que no le conviene para evitar que se contamine y enferme de libertad mal entendida, virus éste (la libertad) contra el que no hay vacuna-. Ya ocurrió en tiempos de la II República cuando las dos mujeres más representativas de partidos de izquierda negaron el derecho al voto de la mujer con la paternalista, machista, retrógrada, desconfiada y supremacista argumentación de que la mujer (ese oscuro objeto del deseo buñueliano) “è mobile cual piuma al vento”. Luego se alzó la desacomplejada voz de Clara Campoamor -una feminista que hoy estaría excluida del sectario club creado por el feminismo radical patrio-, que no era de izquierdas, para decirle a las que sí eran de izquierdas, Victoria Kent y Margarita Nelken, que el derecho al voto de la mujer era inalienable; no podía mediatizarse ni cercenarse aludiendo a su ignorancia, a su dependencia y a su volatibilidad (la donna è mobile).

Pero hete aquí que ahora son las izquierdas quienes se adjudican, en rigurosa exclusiva, el logro del sufragio femenino con el lábil argumento de que Clara Campoamor es nuestra Clara Campoamor de toda la vida. Poco importa que tanto Victoria Kent (Partido Radical Socialista) como Margarita Nelken (primero en el PSOE y luego en el PCE, que escribió en 1936 en la revista de UGT Claridad el artículo “Las hembras de los señoritos” -hoy de rabiosa actualidad-, donde distinguía “entre las compañeras y madres de los hombres y las jaleadoras de los señoritos”), poco importa, digo, que se opusieran al voto femenino. Y aún importa menos que en el célebre debate del 1 de octubre de 1931 en el Congreso Victoria Kent dijera: "Si las mujeres españolas fueran todas obreras… hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy… para pedir el voto femenino". “Por hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer”. Discurso al que contestó Clara Campoamor, nuestra Clara: “¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra?; “¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre… ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?”; “… en el Parlamento francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir que una Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto -que en España existe- no puede negársele a la mujer”. “Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer”; “… no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias”. Por 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones (la de Indalecio Prieto incluida), la mujer española pudo votar por primera vez el 19 de noviembre de 1933. Todavía siguió porfiando Victoria Kent contra el voto femenino proponiendo que las mujeres no pudieran votar en elecciones generales hasta no haberlo hecho dos veces, al menos, en unas municipales. Volvió a fracasar tras la demoledora sentencia de Clara Campoamor oponiéndose a que dentro de la Constitución figurara “Un monumento al miedo”.

Dicho lo anterior, como cumplido Hors d´oeuvre que precede al plato principal consistente en una abundante ración de desmemoria histórica, volvemos sobre el origen de las especies y el título del artículo: “Este horrendo ninot”. Resulta que la concejal de Podemos en el Ayuntamiento de Zaragoza, Amparo Bella, calificó de “ninot horrendo” la hoguera que Alicante plantó en aquella ciudad. Luego, tras la polémica y el ridículo, se retractó, pero eso fue luego. El hecho en sí carece de mayor importancia si no fuera porque el hecho en sí viene de quien viene: de la voz del pueblo. La misma voz supremacista, elitista, sabionda, despreciativa y paternalista de nuestra extrema izquierda y gauche divine. El pueblo, pero sin el populacho, que debe ser en todo momento tutelado por sus mayores. (Por hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer). Y es siempre lo mismo. La actual fiscal general del Estado (no comprendo por qué no se reivindican como fiscala), Dolores Delgado, quieren que sea premiada -para cuando cese en su actual cargo- como Fiscal de Sala del Supremo en una sutileza introducida de matute por el PSOE en la Ley concursal. Lo mismo que @sanchezcastejon cuando en plena pandemia “coló” a Pablo Iglesias en el CNI, medida que anuló el Constitucional. Pero todo se perdona a quien tiene, por prerrogativa genética, la razón histórica, la memoria democrática y la superioridad moral frente al pueblo en nombre de quien habla. Por eso se filtró en las grabaciones de Villarejo la frase de Dolores Delgado sobre Marlaska sin que se rasgaran la razón histórica, la memoria democrática y la superioridad moral porque se hizo fuera de contexto. “Por hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer”, dijo Victoria Kent fuera de contexto. Ninot horrendo, descontextualizado. A más ver.

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