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Juan R. Gil

Orgullo de la Universidad

La UA despliega la suma de talento con los alumnos de mayor proyección en 40 años

Es un honor para mí haber sido seleccionado por la Universidad de Alicante como antiguo alumno de la misma para colaborar con ella. Si miro el elenco reunido, tengo que reconocer que mis méritos para figurar en él son escasos. Pero sí tengo uno que sobresale: siempre quise ser universitario. Generalmente, las personas quieren ser médicos, abogados, periodistas, informáticos, enfermeros, ingenieros, historiadores… Yo también tenía mi inclinación particular sobre lo que estudiar. Pero por encima de ella, lo que quería era pasar por la Universidad. Ese era el anhelo de un chaval de barrio hace 40 años.

Mi familia siempre fue muy extensa. Pero yo fui el primero en tener estudios que fueran más allá de la instrucción básica, que apenas te habilitaba para leer con dificultades, escribir con graves carencias y sumar y restar siempre que no fueran grandes cifras. El coraje y la determinación de mi madre hicieron que creciera convencido de que no existen más fronteras que las que uno asume. Pero también comprendí pronto que para superar las barreras no había más trampolín que el de la formación integral. La que sólo la Universidad es capaz de proporcionar. La pisé poco, es verdad. Tenía que trabajar al mismo tiempo que estudiaba. Pero, si me permiten la broma, creo que le saqué bastante provecho.

La Universidad ha sido el ascensor social más formidable que ha tenido España. A menudo se dice que la clave para la modernización de nuestro país ha sido la construcción de una poderosa clase media, que ha servido de amortiguador de las tensiones y catalizador de los avances en justicia social y prosperidad que hemos logrado en un lapso muy breve de tiempo en términos históricos. Si eso es así, la Universidad pública ha sido el actor principal de esa transformación. Sin ella, no se hubiera podido producir. Y conviene en estos tiempos de confusión no sólo no olvidarlo, sino reivindicarlo con orgullo.

En los años en que yo pude estudiar, la Universidad era para muchos una aspiración lejana. Ahora más que nunca es una necesidad. Tiene que renovarse, pero no puede perder su esencia. La Universidad está para formar gente que cambie el mundo, no para educar sujetos prisioneros de las coyunturas. Cuando tantas presiones hay sobre ella y su funcionamiento; cuando la opinión dominante parece ser que la Universidad no enseñe a pensar, sino a competir; cuando tanto empeño se pone en colocar el mercado por encima del conocimiento o reducir el conocimiento a una mera herramienta del mercado; cuando con tanta insistencia se quiere sacrificar el espíritu crítico en el altar de la tecnología, conviene no olvidar que el papel de una Universidad pública y de calidad como vector de los más nobles valores y las mejores capacidades de las sociedades y los individuos que las componen jamás podrá ser sustituido por nada.

Hemos vivido una pandemia, de la que empezamos a salir gracias a científicos formados por las universidades, no por las multinacionales. Y estamos en una guerra provocada de nuevo por quienes desprecian la inteligencia y sólo tienen como guía la violencia, una guerra de la que también saldremos gracias a gentes que aprendieron a dialogar en los campus de toda Europa. Me reconozco ateo. Pero ya que la Universidad de Alicante recurrió al Libro de los Salmos para escoger su lema (iter facite eius quae ascendit super occasum, os hago el camino que asciende hasta el ocaso), concluyo acogiéndome a la sentencia del Evangelio que reza “La verdad os hará libres”. Ya nos dejaron dicho los socráticos que la verdad es más un ideal que una meta alcanzable. Pero en todo caso, la Universidad es el templo en el que esa verdad práctica se oficia cada día para conseguir hombres y mujeres dueños de sí mismos.

(*) Texto ampliado de las palabras de agradecimiento pronunciadas por Juan R. Gil, director general de Contenidos de INFORMACIÓN, en el acto en el que la Universidad de Alicante ha entregado su distinción de Alumni Ilustres a una serie de profesionales que se formaron en sus aulas.

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