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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

El puente de Alcántara

La moción de censura de Orihuela es un sofoco con daños limitados para el PP cuyo beneficio para el PSOE está por ver. Pero coloca a la ultraderecha más cerca de gobernar un gran ayuntamiento cuando se celebren las próximas elecciones municipales

El alcalde de Orihuela, Emilio Bascuñana TONY SEVILLA

Decía Winston Churchill que los Balcanes producen más historia de la que el mundo es capaz de digerir. En la Comunidad Valenciana, la Vega Baja son los Balcanes. Y Orihuela, nuestro Sarajevo.

Teatro de operaciones en todas las guerras libradas a lo largo de los siglos por cartagineses y romanos, bizantinos y visigodos, moros y cristianos, castellanos y aragoneses, austracistas y borbónicos, carlistas o isabelinos, la capital del Segura nunca ha tenido una historia pacífica, siempre se apuntó a todos los bombardeos: fue sede de las Cortes convocadas por los Reyes Católicos para preparar el asalto a Granada, bastión de los agermanados en su revuelta contra el emperador Carlos, capital del Reino cuando Felipe V quiso castigar a València y hasta declaró el cantón en la rebelión contra la I República. Es verdad que salió ilesa de la Guerra de la Independencia, excepción que confirma la regla, pero en la Guerra Civil, aunque su ubicación apartada del frente y su condición de refugio y hospital de las brigadas internacionales le permitieron estar más a cubierto, ni escapó a la violencia incontrolada de la retaguardia ni a la cruel represión sistematizada que vino luego y que tuvo en uno de sus hijos, el poeta Miguel Hernández, a una de sus víctimas más sobresalientes. De las peleas de curas en la que es la cuarta ciudad de España con más iglesias, ni hablamos: al final, Orihuela hubo de transigir conque los obispos trasladaran su residencia oficial a Alicante. Pero su nombre sigue encabezando el de la diócesis, cuya catedral es la oriolana de El Salvador. No es lo único en lo que cedió: no sólo llegó a ser capital de gobernación y de provincia, y perdió ambos privilegios. También fue sede de una de las primeras universidades de España, la segunda con que contó el antiguo Reino de Valencia, fundada a mediados del siglo XVI. Esa es la antigüedad que los buenos oficios de Antonio Gil Olcina consiguieron que se transfiriera a la Universidad de Alicante y por eso el campus lucentino tiene en su escudo la referencia orcelitana.

Se preguntarán ustedes que a qué viene este largo exordio, buena parte de cuyo contenido pueden encontrar sin mayor esfuerzo en Google. Les diré que sólo trato de poner en contexto de qué hablamos cuando hablamos de que en Orihuela, por tercera, cuarta o quinta vez en su reciente historia democrática (depende de que cuenten las que han tenido éxito o todas las anunciadas desde 1979) se va a presentar una moción de censura. Quiero decir que ni es una ciudad cualquiera ni tiene una pasado simple. Por el contrario, Orihuela es por muchas razones un municipio simbólico, con una historia tan abigarrada como compleja. Y la política local va pareja a esa tradición de una ciudad cuyo lema en latín viene a recordar que siempre es bueno tener a mano una espada.

Orihuela es fiel a una historia convulsa. Desde 1979 ha tenido ocho alcaldes, cuatro del lado progresista y cuatro del PP, uno de ellos encarcelado, y ha registrado varias censuras


Son muchas las obviedades y los tópicos que hemos estado escuchando desde que a mediados de semana el PSOE y Cambiemos (trasunto local de Podemos) anunciaron haber llegado a un acuerdo con Ciudadanos para que sus concejales, que gobernaban hasta el miércoles con el PP, cambien de bando y se presten a secundar con su voto un golpe de mano que coloque en la Alcaldía a la candidata socialista, Carolina Gracia, manteniéndose ellos en ese gobierno, dentro del cual un día se acostarán de derechas para levantarse al día siguiente de izquierdas, lo que resulta el mejor ejemplo de cambio de chaqueta que seguramente pueda encontrarse.

Que Orihuela es un municipio conservador, es una de esas obviedades. Es difícil encontrar una ciudad donde el sector primario sea el más importante y el voto a la derecha no sea el mayoritario, de la misma manera que los socialistas, en la provincia de Alicante, gobiernan los principales municipios industriales, caso de Elche, Elda o Alcoy. Pero su primer alcalde, Francisco García Ortuño, bajo las siglas de UCD, cojeaba de centro izquierda. Y el segundo y el tercero fueron socialistas. Bien es cierto que, de los tres, a uno lo escabechó su partido y dos (el mencionado García Ortuño, que luego llegó a ser secretario general del PSOE y Vicente Escudero, también socialista) fueron fulminados por mociones de censura. Aún hubo otro alcalde progresista, el único que políticamente murió en la cama, Montserrate Guillén, de Los Verdes, que gobernó entre 2011 y 2015.

Con esos intervalos, el PP siempre ha gobernado. Un total de 32 años sobre 43 que llevamos desde las primeras elecciones municipales. Lo hizo ininterrumpidamente desde que en 1986 Luis Fernando Cartagena le arrebató (también mediante moción de censura) la Alcaldía al socialista Vicente Escudero hasta que en 2011 perdió pie una Mónica Lorente acosada ya por las acusaciones del «caso Brugal». Y volvió a recuperar el poder en 2015, de la mano de José Emilio Bascuñana, tercer médico en asumir la alcaldía de ese consistorio que más parece un ambulatorio que un ayuntamiento. Bascuñana es el octavo alcalde que ha tenido en Democracia Orihuela, dos más que Elche y uno más que Alicante, por ahora. Pero el Ayuntamiento ha sido siempre presa de la inestabilidad. Se rompió UCD estando en el Gobierno, se rompió varias veces el PSOE y se rompió el propio PP, cuya escisión a finales de los años noventa del siglo pasado, cuando cinco ediles populares que formaban parte del equipo de José Manuel Medina, encabezados por el entonces concejal de Urbanismo, Jesús Ferrández, abandonaron el partido pasándose al grupo mixto, propició que empezaran a salir a la luz casos de corrupción que varios años más tarde llevarían al antes citado Luis Fernando Cartagena a la cárcel y supondrían el principio del largo rosario de latrocinios a todos los niveles que luego conocimos. Si en algún momento se llegó a decir que Orihuela había sido la base desde la que el PP lanzó su conquista de la Comunidad hasta sentar en el Palau a Eduardo Zaplana, también habrá que admitir que fue Orihuela el lugar donde empezó el principio del fin.

Orihuelica del Señor tiene, no uno, sino dos señores. El empresario Ángel Fenoll y el abogado José Alcántara. Cada vez que entran en guerra quiebra el Ayuntamiento


Así que no hay nada bajo el sol ahora que no hayamos visto antes en un lugar donde la esperanza de vida de los alcaldes apenas supera los cinco años, en el que son más los que se han visto imputados por delitos graves que los que han pasado por el cargo impolutos y en el que tres de ellos han sido condenados por los tribunales y uno, como ya se ha dicho, ha purgado pena de prisión. No hay novedad, ni siquiera en el proceso a la sombra que ha traido de nuevo a Orihuela a las páginas donde se mezclan la política y los sucesos. Porque si alguna constante hay en la administración oriolana, no es el predomino del PP, sino los tejemanejes de dos ciudadanos que no encabezan listas. El empresario Ángel Fenoll y el abogado y hombre de negocios José Alcántara. Ellos son los que llevan condicionando la política municipal desde hace décadas, utilizando a los alcaldes y los concejales como mera carne de cañón de sus enfrentamientos. ¿Con quién ha negociado el PSOE ahora la moción de censura en la que Ciudadanos -esa cosa que ya nadie sabe lo que es pero todo el mundo sabe que desaparecerá en las próximas elecciones- es la pieza clave, porque sus concejales sustentaban el gobierno del PP y ahora ahormarán el del PSOE y Podemos/Cambiemos? ¿Con la dirección regional de ese engendro? No. ¿Con la nacional, tal vez? Tampoco. Con Alcántara. De la misma manera que el PP se nutrió durante años para ganar las elecciones de los fondos y el personal de Fenoll, según consta en varias sentencias. Orihuelica del Señor no tiene un señor, sino dos. Y cada vez que la pelea entre ellos se sale de madre, quiebra el Ayuntamiento.

El PP no teme por el pacto en la Diputación ni por el gobierno municipal de Alicante y está dispuesto a sacar toda la artillería política y personal si los restos de Cs mueven El Campello


Si para ningún partido perder una Alcaldía es plato de gusto, para el PP quedarse sin la de Orihuela es un sofoco de primer orden. Pero, objetivamente, a falta de un año para las próximas elecciones, el daño es limitado. Ni corre peligro la Diputación, ni el Ayuntamiento de Alicante y los populares están dispuestos a sacar toda la artillería (política y personal) si los restos de los naranjas intentan mover en serio la ficha de El Campello. Y por lo que respecta a este caso, el alcalde saliente si la moción prospera (esto es Orihuela, así que conviene no fiarse de lo aparente) no era santo de devoción de su partido, como demuestra el hecho de que Mazón le impidiera hacerse con la presidencia local y le impusiera hace apenas unos meses una gestora. Así que ahora la cúpula popular tendrá las manos libres para reordenar la organización y buscar candidato nuevo. No hay mal que por bien no venga, pensará su nuevo líder. En cuanto al PSOE, el beneficio a obtener de la operación está por ver. Quien será investida alcaldesa lo va a ser con unos extraños (y en algún caso, nada fiables) compañeros de viaje en el Gobierno. Y con poderosos enemigos en el seno de su propio partido. Antonio Zapata, concejal socialista tránsfuga en la pasada legislatura que ha conseguido volver al partido mediante la trampa de afiliarse en el pueblo de al lado y luego cambiar la ficha de agrupación (estas cosas tan divertidas que sólo pasan en el PSOE) y que milita en el bando de los que ganaron el último congreso provincial, no ha hecho el viaje para ahora quedarse de palmero. ¿Quién gana entonces? Pues, miren, aquel del que no se está hablando. En las elecciones municipales de mayo de 2019, Vox debutó con dos concejales pero como quinta fuerza política, detrás del PP, el PSOE, Ciudadanos y Cambiemos y con sólo un 6,88% de los votos, frente al 33,83% que sumaron los populares, el 23,22% de los socialistas, el 19,13% de Ciudadanos o el meritorio 13,16% de la marca local de Podemos. Pero apenas medio año después, en las generales de noviembre, Vox fue la segunda fuerza más votada en Orihuela, multiplicando casi por cuatro su porcentaje de votos y superando a todos los partidos, salvo al PP. Así que lo que ahora han hecho entre unos y otros es ponerle a la ultraderecha, cuyo único diputado nacional por Alicante es precisamente un general retirado procedente de Orihuela, un puente de plata a la Alcaldía. El puente de Alcántara. Maldita la gracia.

Lecciones de una absolución

J. R. G.

La Audiencia Provincial de Alicante ha declarado firme esta semana la sentencia que absolvió al exdirector de Suma (la agencia tributaria de la Diputación), el economista Manuel Bonilla, del delito de fraccionamiento de contratos del que había sido acusado y por el que se le pedían 12 años de inhabilitación. Concluye así un calvario judicial, profesional y sobre todo personal que nunca tuvo que haberse producido y que partió, en 2019, de una denuncia anónima llegada la Fiscalía Anticorrupción, cuya investigación provocó la destitución fulminante de Bonilla.

El propio fiscal sugirió durante el juicio que esa denuncia podía deberse a un ajuste de cuentas de alguien de dentro de Suma que quería deshacerse de su director. De donde nace una pregunta que no ha obtenido respuesta: ¿y si esos indicios existían, al punto de que la Fiscalía los mencionara en la vista, por qué no se investigó esa línea y se prosiguió con el caso como si no existiera?

Pero el asunto de Bonilla mueve a otras reflexiones. La primera se refiere a la necesidad cada vez más evidente de revisar las normas sobre el fraccionamiento de contratos en la Administración, fuente permanente de conflictos y que tienen a políticos y altos funcionarios diariamente en un ay. La segunda tiene que ver con lo difícil que se lo estamos poniendo a profesionales de gran preparación para que acepten dedicar un tiempo al servicio público. Bonilla trató de modernizar Suma y fueron a cazarlo. Él ha sido absuelto, pero por el camino perdió el puesto, la fama y la salud. Los cazadores, sin embargo, lograron lo que buscaban: apartarlo y que el próximo se lo piense. Mal vamos.


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