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Marc Llorente

No les perdones, Padre

Almeida y Villacís, en la inauguración del homenaje a las víctimas covid en mayo de 2021. EFE

Lo que ya se sabía pero con una cucharada más de la misma sopa. La Audiencia Nacional ha vuelto a condenar al PP por lucrarse con la trama Gürtel. Van tres veces. La nueva sentencia dice que ciertos políticos recibieron comisiones, regalos y dinero a cambio de interceder en adjudicaciones públicas, y vuelve a dejar en evidencia al principal grupo de la oposición como partícipe a título lucrativo. Y tan felices.

¡La corrupción, bien, gracias! No se olvide que la reforma de la sede de Génova (la que iba abandonar Casado), donde ahora Feijóo tiene su mesa, se pagó con dinero negro y que hubo una caja B. Sánchez le reclama que sea implacable contra esa lacra. Pero a él ni le va ni le viene. Están acostumbrados y no se arrugan. Menos mal que este señor defiende la «honorabilidad y la ética». Él y los suyos miran al tendido y obtienen aplausos. Como dijo Rajoy en 2009 y a la vista está, esto es «una trama contra el PP».

Así que todo el entramado, la dinámica de beneficio mutuo y la financiación irregular, mediante fondos ilícitos, son solemnes tonterías sin la menor importancia. Pues bien, seguimos hablando de bobadas. Sin ir más lejos, el escándalo de las mascarillas con un «exagerado beneficio económico», según advierte la Fiscalía Anticorrupción sobre las ganancias logradas por dos empresarios que obtuvieron contratos con el Ayuntamiento madrileño. Es el plato habitual. Sacar provecho en los instantes más difíciles.

La «víctima» ahora es el señor alcalde, Martínez-Almeida, ya que algunos saquean las instituciones con delitos de estafa e irregularidades. O la presidenta-propietaria de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y la corrupción relacionada con su querido hermano. Más mordidas durante la gestión de los primeros tiempos de la pandemia. Hasta la Fiscalía europea está al acecho y mira bajo el sospechoso felpudo a ver qué se cuece.

El actual líder del PP, Núñez Feijóo, quita hierro al problema y canta una saeta. El genuino sabor y la marca de la casa son inconfundibles. Los datos nos han venido recordando que la corrupción (la practique quien sea) cuesta a España más de 90 000 millones al año. No solo eso. Al conjunto de la Unión Europea, 904 000 millones anuales. Un impuesto carísimo y un perjuicio terrible que afecta a todos. A las ayudas de diversa índole y a toda clase de gastos. Y actualmente, por si no fuera bastante, un contexto de inflación, de mayor dificultad económica para la ciudadanía.

Los sufridores del mundo, a golpe de látigo, portan coronas de espinas y el madero a cuestas en un viacrucis permanente, camino del Calvario. El cofrade honorífico, Feijóo, coge una vela, y su cofradía política nos conduce hacia el huerto de sus intereses. Los aficionados a la corrupción se quedan con las treinta monedas de plata y nos invitan a cenar pan duro y a beber amargos tragos en el marco de una humanidad deshumanizada.

La Semana de Pasión continúa. Los hay que se dan golpes de pecho y se santiguan con los pies descalzos, haciendo penitencia a fin de redimirse. Podrían rezar lo siguiente: «Perdona nuestras ofensas, Señor, aunque nosotros no perdonamos a quienes nos sacan los colores. No deberías habernos dejado caer en la tentación del dinero fácil y de los sobresueldos, o de pervertir un poco más el sistema democrático». ¿Qué puede decir quizás cualquier persona? «Padre, no les perdones, porque sí saben lo que hacen».  

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