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Jorge Fauró

Arenas movedizas

Jorge Fauró

Francia ya no es lo que era

El ascenso de la ultraderecha y el hundimiento de los partidos tradicionales en el país vecino dejan a Europa sin su gran referente político y cultural de las últimas décadas

Eiffel

Hubo un tiempo en que ser francés representaba el culmen de la civilización occidental. La grandeur. Todo lo que procediera del país vecino era sinónimo de sofisticación y deseo, la elegancia de la haute couture y las exquisiteces de la nouvelle cuisine, de Yves Saint Laurent a Paul Bocuse; la enseñanza del idioma en los colegios hasta que el inglés se impuso como lengua universal; los bouquinistes del Sena, los cafés del Barrio Latino y Kiki de Montparnasse; el vino de Burdeos, el champán de verdad y las playas de Normandía; la magia de los castillos del Loira y el Mont Saint-Michel; las vacaciones de la jet set en Saint-Tropez y el paseo de las estrellas de Cannes; el lujo indecente de la Costa Azul, la Avenue Montaigne y la muerte de una princesa británica en el Pont de l’Alma. «La moda se desvanece, solo el estilo permanece igual», dijo Coco Chanel. Los franceses exportaban estilo hasta para franquear su frontera y ver películas en Perpignan, comme il faut. Hasta Michel Platini fue Balón de Oro tres años consecutivos en una época en que como nación no daba ni para una pachanga de casados.

Y de repente, Francia perdió el estilo.

¿Dónde ha quedado aquella grandeza? Debatiéndose entre un centrista sin pedigrí y el fascismo de Le Pen y Zemmour, la Francia de Vichy 82 años después. Vargas Llosa, que es peruano y español y miembro de la Academia Francesa, acuñó en 1969 uno de los grandes arranques de la historia de la literatura, aquel de Santiago Zavala mirando «sin amor» hacia la avenida Tacna: «¿En qué momento se ha jodido el Perú?» ¿En qué momento le ha ocurrido lo mismo a Francia? Jean Moulin debe de estar revolviéndose en su cripta del Panteón.

¿Es Francia más rica que hace unas décadas? Rotundamente, sí. Económica y culturalmente, como lo corroboran sus datos de evolución de la riqueza, la creación de empleo o la inflación, incluso en tiempos de covid y en el contexto de una guerra en Europa. El cine, la música o el deporte franceses continúan viviendo un gran momento y nada hace presagiar que la literatura y el resto de las bellas artes del país estén amenazadas por la influencia de culturas como la italiana, la española, la británica o el siempre exportable modelo americano.

Ahora bien, Francia, como muchos otros países del entorno, España incluida, ha registrado en las últimas décadas un cambio generacional tan brusco, tan de inmersión de la nueva realidad social y cultural, con la incorporación de esos nuevos franceses llegados de otros países, que las clases dirigentes (políticas, económicas, culturales) no han sido capaces ni de digerir ni de interpretar el nacimiento de una nueva nación, sin reparar en que ese incipiente estado social abocaba al país a un big bang que debía haber provocado su reverdecimiento como estado referente del continente. En lugar de eso, y en lo que debe constituir una aviso para España (ya estamos observando el crecimiento imparable de la ultraderecha), derivó ese nuevo escenario antropológico hacia los extrarradios de las grandes ciudades o lo arrumbó en determinados barrios de los centros urbanos, en las gradas de los radicales en los campos de fútbol y en movimientos marginales que la siempre celosa élite cultural gala orilló al margen de lo históricamente aceptable y lo socialmente establecido. ¿Es Francia más rica que hace unas décadas? Rotundamente, sí, pero no todos acceden a participar de ese enriquecimiento en la misma medida. Esos nuevos franceses no residen en Le Marais, sino que están condenados a los suburbios, con grandes beneficios sociales, pero sin la aceptación que legítimamente les corresponde y, por tanto, destinados a un futuro difícilmente esperanzador. Y entonces fue cuando se jodió el Perú.

El ascenso de la ultraderecha y el hundimiento de los partidos tradicionales constituyen hoy la foto fija de un país cuya radiografía no puede ser entendida en Europa como reflejo de nada ejemplarizante. A la vista de lo que está ocurriendo en España, aquí estamos a un par de elecciones de recibir el mismo diagnóstico. Para muchos países, Francia es como ese líder al que los demás esperan para dar el primer paso. Si nada lo remedia, tarde o temprano veremos a Marine Le Pen sentada en el Elíseo y a partir de ahí habrá barra libre en Europa. Algunos, como en Castilla y León, ya han pedido la primera ronda. ¿Oído cocina?

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