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Alfonso Soler Gomis

Algunas “frases tóxicas” que no deben recibir las personas mayores

La brecha digital en las personas mayores Pilar Cortés

El lenguaje habitual, las frases que oímos, leemos o se dirigen a nosotros, tienen un gran poder como transmisoras de una información que se esculpe en nuestros cerebros, provocando reacciones internas diversas.

Antonio es una persona de 82 años, que, por unas molestias en el hombro, que comparte casualmente con su nieto que también las padece, decide ir al consultorio para obtener un remedio médico. Tras la descripción de los signos y síntomas por parte de Antonio, lo que no debe recibir es la frase: ¡hombre Antonio!, con su edad… ¿qué espera? Esta es una frase que su nieto nunca hubiera escuchado. Conste que no digo que esta actitud esté generalizada en el admirable sistema sanitario que disfrutamos, pero sabemos que a veces ocurre. A Antonio le ha tocado hoy, y la Interpretación que hace su cerebro muy sensible por circunstancias de la vida es: claro, soy un viejo y esto es lo que hay. Me darán un remedio, pero debo acostumbrarme a tener molestias.

Recién salido de la consulta, coincide la circunstancia de que le toca vacunarse contra la COVID y a la hora del pinchazo, es posible (lo hemos visto en televisión), que se le hable con un tono que todos reconocerán, realizado con toda la buena voluntad, diciéndole: ¡venga Antonio, es un pinchacito de nada! ¡A que no has notado nada!... ¡valiente! Interpretación cerebral antoniana: ya me habían dicho que los viejos somos como niños, y por eso me habla así. Reitero que, sin estar generalizado, esto es frecuente.

Una vez realizado el trámite, nuestro protagonista se dirige a un banco a hacer unas operaciones. Alfredo, el amigo empleado del banco se ha jubilado, y un joven de la institución, muy amable, le requiere: ¿se ha bajado la app al smartphone? Antonio acierta a balbucear: la… ¿qué?... yo confiaba en Alfredo. Nueva interpretación de un cerebro sensibilizado: soy un viejo ignorante. Este mundo no es para mí, me sobrepasa.

Así que, cuando los amigos del nieto de Antonio le proponen realizar una caminata el domingo, Antonio emite, ¡él mismo! otra “frase tóxica”: no, no voy……yo ya a mi edad. Ese “yo, ya a mi edad”, puede reflejar la influencia que la actitud de cierta parte de la sociedad, reflejada en un lenguaje inapropiado, provoca en una persona que tiene aún una vida que puede ser muy fructífera, y tiene consecuencias negativas en la autoestima de Antonio, que se siente viejo e inútil.

Debemos intentar desterrar estas actitudes hacia un colectivo muy heterogéneo, con cada vez más personas mayores que se cuidan, que se informan, que exigen derechos como, entre otros, su empoderamiento social en base a la apertura de cauces de participación en la sociedad en que viven, y a una educación permanente que les capacite como a cualquier otra capa poblacional a “estar” incluidos en ella.

Este es el mensaje: las personas mayores del siglo XXI no somos los mismos de antaño, y las frases que he reseñado, que son solo un ejemplo, no son apropiadas, aun reiterando que se realizan en un intento de procurar confianza, y se hacen con la mejor intención; sería deseable que se replanteara el uso de este lenguaje. En cuanto a los bancos……tendrá que analizarse en otra ocasión; su lenguaje impositivo tiene muchas derivadas, y no cabrían en este espacio.

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