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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

Allons enfants

El resultado de las elecciones presidenciales francesas tendrá consecuencias en la política española. En el PSOE hay quien insiste en que Puig adelante las suyas, aunque el jefe del Consell sigue queriendo agotar

Carlos Mazón y Ximo Puig en el inicio de una reunión celebrada en València. ANA ESCOBAR

El resultado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia que se celebran hoy tendrá, lógicamente, consecuencias en la política española. Si se confirman las encuestas, una victoria de Emmanuel Macron le vendría bien a los dos grandes partidos españoles, el PSOE y el PP, además por supuesto de a Europa: el liberal Macron se encuadra políticamente más cerca de Feijóo, pero mantiene buenas relaciones con Sánchez, que al igual que otros primeros ministros ha pedido públicamente el voto para él. Por el contrario, el triunfo de Marine Le Pen daría alas a la ultraderecha en todo el continente, pero especialmente a Vox en España, lo que perjudicaría al PP, al mismo tiempo que contribuiría a movilizar el voto progresista, cuya desmotivación es el principal enemigo al que se enfrenta la izquierda. Pero en definitiva, todos salvo Abascal perderían, porque con Le Pen en el Elíseo se vería comprometida la estabilidad (y la idea misma) de Europa, precisamente cuando esta se enfrenta a los demonios que había creido enterrar tras la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que la nefasta polarización que sufre la política española encontraría nuevo combustible para seguir con la guerra de trincheras en la que llevamos años empantanados.

Las últimas encuestas dicen que si hoy se fuera a elecciones en la Comunidad Valenciana el PP tendría serias posibilidades de alcanzar la presidencia en coalición con la ultraderecha

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El traslado de todo ello a la política valenciana es un ejercicio forzado, aunque no por ello deja de tener interés. Aunque ideológicamente Carlos Mazón esté más cerca de Macron, hoy por hoy es Ximo Puig el que encarna mejor los valores republicanos (en términos de filosofía política) en los que ha sustentado parte de su campaña frente a Le Pen el líder francés y que serán en gran medida la base de su victoria si finalmente se produce. Con la ventaja de que el que se ha señalado como el principal defecto del presidente galo, la falta de empatía, ha sido por el contrario y hasta aquí la principal virtud del jefe del Consell: la cercanía es uno de los cimientos sobre los que ha construido su presidencia desde que el Botànic alcanzó el poder. Mazón también es un político moderado (uno de sus empeños en estos meses ha sido reconstruir los puentes que Isabel Bonig y sus mariachis habían demolido), pero su necesidad de Vox para llegar al Palau distorsiona su imagen. Es cierto que también Puig se ve presionado por sus extremos y que aquí, a la postre, lo que se van a votar son bloques. Pero la diferencia está en que, después de casi dos legislaturas de ejercicio, sabemos hasta dónde puede llegar y hasta dónde no un gobierno del PSOE con Compromís y Podemos, mientras que desconocemos cuáles serían los límites de uno del PP con Vox. Compromís y Podemos, además, nunca han sido capaces de poner en cuestión el predominio del PSOE en la izquierda y ese claro liderazgo se nota en la gestión del día a día más allá de las proclamas. Vox, por el contrario, sí viene dispuesto a discutir la primacía al PP, y aunque no llegará a tanto, lo cierto es que puede superarle en determinadas zonas de la Comunidad (la Vega Baja, por ejemplo), algo que nunca ha ocurrido en el otro lado del espectro político. Las derivadas de todo esto pueden ser especialmente conflictivas en una comunidad que sería la primera con dos lenguas oficiales en la que la ultraderecha alcanzara el Gobierno si PP y Vox suman los escaños suficientes en las Cortes. Gallegos, vascos y catalanes van por otro lado y en ninguna de esas comunidades Vox tiene chance.

¿Cuáles serían los límites de un gobierno en la Comunidad en el que entrara Vox? Porque sería el primer territorio con dos lenguas oficiales en el que la ultraderecha mandara

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Todas estas reflexiones vienen a cuento no sólo porque en Francia se decida hoy mucho más que quién preside ese país, sino porque aquí entramos en el último año de legislatura para el tripartito que dirige la Generalitat. Un año que, si Ximo Puig mantiene sus previsiones, se agotará para ir a elecciones en mayo de 2023 haciéndolas coincidir con las municipales, aunque periódicamente surjan voces en el propio entorno del presidente aconsejándole adelantarlas para frenar el desgaste, muy intenso en los últimos meses, que el Botànic está sufriendo. Quienes abogan por celebrar las elecciones autonómicas al mismo tiempo que las de los ayuntamientos esgrimen que Compromís, sin quien difícilmente podría seguir gobernando la Generalitat la izquierda, necesita de la fuerza de sus organizaciones locales para mantener sus resultados y que también el PSOE precisa del empuje electoral de sus alcaldes. Es cierto, pero sólo a medias. A Compromís le perjudican las elecciones cuando van parejas a unas generales, como ocurrió en 2019 cuando Puig se cogió de la mano de Sánchez. Eso no parece probable que vuelva a repetirse (entre otras cosas, porque Sánchez también quiere consumir sus plazos, pero como las legislativas se tuvieron que repetir en noviembre de aquel año, estos van mucho más allá de los que tiene Puig), así que la cuestión es que si hubiera en la Comunidad Valenciana adelanto podrían votarse sólo autonómicas, lo que en principio no debería ser un escenario hostil, sino deseable, para una coalición nacionalista. Por otra parte, es verdad que el caso de los abusos de su exmarido a una menor tutelada ha puesto a la líder de Compromís, Mónica Oltra, y a toda la coalición con ella, en una situación muy complicada, con la vicepresidenta a un paso de la imputación. Pero también es cierto que ésta aún no se ha producido y que si el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad siguiera la regla no escrita pero aplicada siempre de «congelar» los casos que afectan a políticos en tanto se disputan campañas electorales para no interferir en las mismas, Compromís no afrontaría esa carrera electoral en buenas condiciones, pero tampoco en las peores. Y en cuanto al «empuje» de los candidatos locales, en el caso del PSOE también es discutible. En Alicante, por ejemplo, de los diez municipios más poblados, en 2019 Puig logró mejores resultados que sus candidatos a los ayuntamientos en la mitad (Alicante, Benidorm, Orihuela, Torrevieja y Villena) y prácticamente el mismo en otro más (Sant Vicent). Sólo en cuatro (Elche, Elda, Alcoy y Dénia) los aspirantes a alcalde lograron cosechar más papeletas en mayo que las que Puig había sumado un mes antes.

Estas últimas son las razones que esgrimen quienes defienden adelantar los comicios y no esperar más, aunque sea jugándosela en solitario. Aducen otros argumentos: que el «efecto pandemia», en el sentido de la buena valoración de la actuación de la Generalitat durante la crisis del covid, se está diluyendo; que los socios del PSOE se están liando y cuanto más cuerda (más distancia hasta las elecciones) se les dé, más se enredará la cometa; que esos mismos socios necesitan marcar territorio respecto a los socialistas y eso pone cada vez más frecuentemente en un brete a Puig, enarbolando como ejemplo el dislate de una tasa turística que se está tramitando en el peor momento posible y con el presidente de la Generalitat (y su secretario autonómico de Turismo) oponiéndose en público a un impuesto con el que sin embargo transige para salvaguardar la unidad del Gobierno; que cuanto más tiempo disponga Mazón para prepararse más posibilidades tendrá de cuajar su alternativa. Y que, si la estrategia estos años ha sido la de enaltecer la figura de Puig, nada más lógico que tratar de rentabilizar ese presidencialismo dejando el duelo electoral entre él y Mazón, sin otros actores por medio.

Puig, sin embargo, sigue pensando que, en tiempos convulsos como estos, en medio de una guerra que ha venido detrás de una pandemia, la estabilidad es su mejor baza para convencer a los ciudadanos de que no es momento de experimentar. Aunque está por ver cuánta es la espuma del «efecto Feijóo» y cuánto el voto que finalmente asienten los populares tras su cambio de liderazgo, lo cierto es que las encuestas de unos y otros señalan que si se fuera a elecciones ahora el PP tendría serias posibilidades de acabar con el Botànic y sentar a Mazón en el trono que ocupa Puig, siempre en sociedad con Vox, que se elevaría a tercera fuerza política de la Comunidad Valenciana, sustituyendo en esa posición a un Ciudadanos que perdería todos sus diputados y que reparte sus votos entre los de Abascal y los de Feijóo, con muy pocos para el PSOE. Por eso Puig no ve claro apretar el botón y sigue pensando en esperar.

El Botànic anda entre la contradicción y la falta de relato. El mayor riesgo de Puig en unas elecciones puede ser la abstención, pero ahora mismo su peor peligro es el fatalismo

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¿Pero un año para hacer qué? No es que no haya muchas cosas que acometer. Al contrario, sobran los retos. Pero lo que está por ver es cuál es el nuevo propósito que lo encauza todo. Esto empezó, hace siete años, por recuperar la reputación de la Comunidad Valenciana, después de haberse exhibido ante toda España como la tierra de la corrupción. Era un buen discurso. Después vino la denuncia de la intolerable discriminación que la Comunidad sufre en términos de financiación. Se consiguió aglutinar a toda la sociedad bajo esa reivindicación. Pero el asunto de la corrupción (a pesar de los golfos de las mascarillas) empieza a estar amortizado en términos electorales y el de la financiación, como cabía esperar, ha entrado en vía muerta. ¿Y ahora qué? ¿Cuál es la «idea fuerza» que nos propone este Gobierno? Construir la Comunidad (Lerma), ponerla en el mapa (Zaplana), limpiar su nombre y reclamar lo que en justicia le correspondía (Puig) eran atractivos banderines de enganche. Resistir, sólo resistir, es una canción del Dúo Dinámico, pero sin más aderezo no enamora a nadie. Y gestionar los asuntos propios, incluso cuando las noticias son buenas (esta semana ha habido varias: el histórico acuerdo para que los regantes alicantinos reciban por fin agua del Júcar, tanto que puede apuntarse la consellera de Compromís Mireia Mollà, o el millonario plan del conseller socialista Arcadi España para reformar la estación del AVE y que sea una auténtica estación central adonde llegue el TRAM, por ejemplo), ni pone a un gobierno a trabajar en una dirección única y reconocible ni tampoco carga las urnas de ilusiones. Miren lo que ha tenido que penar Macron a pesar de ser el presidente que ha llevado a Francia prácticamente al pleno empleo y ha salvado el generoso Estado de Bienestar galo en medio del tormentón que vivimos.

Puig tiene la suerte de que Mazón todavía no ha encontrado el mensaje que le catapulte, le vayan mejor o peor las encuestas. Pero el líder socialista tendrá que poner a los suyos a trabajar para encontrar una nueva frontera. Y liberarse también de algunas cadenas, que cada vez le pesan más. Si no hay elecciones, ya se dijo aquí, tendrá que haber cambio de caras en el gobierno, que permita visualizar que para el tramo final de la legislatura hay bríos e ideas renovadas para combatir el empobrecimiento generalizado que nos amenaza y el apartheid tecnológico que cada vez más gente padece. En definitiva, para mandar un mensaje de pilas recargadas hacia el exterior. Pero también para tensionar el interior. Porque si en las elecciones el principal partido contra el que competirá el PSOE en la Comunidad Valenciana es el de la abstención, mientras éstas no se celebren el mayor rival con el que se enfrenta Puig es el fatalismo que empieza a calar en su equipo y que hace que muchos piensen que, hagan lo que hagan, la suerte, en el sentido que sea, ya está echada, que todo lo que había que hacer ya está hecho y lo que venga a partir de ahora no depende de ellos. En esa línea, también Francia, acabe como acabe el escrutinio presidencial de hoy, tendría que servir de lección: lo que los ciudadanos ya no perdonan es la falta de reflejos, el acomodamiento o la resignación, el anquilosamiento en esquemas superados. Que se lo digan si no a la socialista Anne Hidalgo o a la neogaullista Valérie Pécresse. Y aquí hay muchos en el PP (y no hablo de Mazón) que están vendiendo la piel del oso sin haberlo cazado. Y demasiados en el PSOE (y no me refiero a Puig) que empiezan a bajar los brazos. «Le meilleur de la vie se passe à dire ‘il est trop tôt’, puis ‘il est trop tard’». Lo dijo Flaubert que, siendo un grande, pudo haberlo sido más si no hubiera pensado que se podía vivir de las rentas.

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