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Miguel Ángel Santos Guerra

Escribir entre cafés

Libros y rosas por Sant Jordi en Elche

 Hoy, 23 de abril, celebramos el día del libro. De los libros que escribimos y de los libros que leemos. Un día para rendir homenaje a los autores y autoras que hacen posible y atractiva la lectura. Hablamos de la importancia de leer, pero no podríamos hacerlo si no hubiese antes alguien que ha dedicado su tiempo, su inteligencia, su creatividad y su arte a escribir una obra que nos hace aprender y disfrutar.

Hace algunos años leí un libro titulado “El primer café de la mañana”. Recuerdo que lo compré en el aeropuerto de Madrid, atraído por el título que, después de leer la novela, consideré un acierto porque era una hermosa declaración de amor que Massimo, el protagonista, le hace a su amada francesa Geneviève: quiere tomar con ella el primer café de la mañana… todos los días de su vida. Confieso que no lo compré por el autor, al que entonces no conocía. Supe por la solapa que era la opera prima del autor italiano Diego Galdino, traducida con acierto al castellano por Carlos Gumpert. Leí la novela de un tirón porque el hilo de la historia y la elegante narrativa del autor me llevó en volandas hasta el final.

En un artículo que publiqué en esta misma sección hice referencia a una entrañable anécdota de Massimo, dueño del bar Tiberi y protagonista de la historia, que lleva a la señora María, una anciana que no puede moverse de su domicilio, un café matinal en unas tazas que le trae como regalo de sus viajes: Recuerdo de París, Recuerdo de Barcelona… De ese modo, ella iba viajando simbólicamente a través de su colección de tazas. Hermoso detalle.

Un buen día, de forma sorprendente, me encontré con un comentario en mi blog del propio Diego Galdino, agradeciéndome la lectura de su novela y la elogiosa referencia que había hecho de ella en el artículo citado. Intercambiamos varios correos y fuimos echando así los cimientos de una hermosa amistad.

Supe que era el dueño de un bar de Roma, ciudad en la que se mueven los personajes de su novela. Un bar de ambiente bohemio en el que trabaja de camarero y en el que se inspira su novela. Quise, en un apresurado viaje a Roma visitar al autor-camarero, con tan mala fortuna que se encontraba de vacaciones fuera de la ciudad eterna. Me hubiera gustado compartir un café de los que hace con tanto mimo y tanto ingenio

Por aquel entonces aparecían periódicamente en las librerías las novelas románticas de un escritor francés llamado Nicolás Barreau: “La sonrisa de las mujeres”, “El café de los pequeños milagros”, “París es siempre una buena idea”, “Me encontrarás en el fin del mundo”, “Atardecer en París”, “La mujer de mi vida… Las fui leyendo con curiosidad e interés

Todas las obras del joven autor francés tienen estas ocho características: género romántico de la novela, tan importante en un mundo en el que los sentimientos están olvidados, minusvalorados o ridiculizados; una librería como punto neurálgico de la historia; la ciudad de París como escenario de la acción; una joven de irresistible belleza y bondad que enamora al protagonista y al lector; un final afortunadamente feliz; narración entreverada de sutiles toques de humor; referencias reiteradas a la gastronomía, y golpes imprevisibles del azar…

Cuando leí “El primer café de la mañana,” descubrí un curioso paralelismo con las obras del escritor francés: también se trata de novela romántica; la acción se desarrolla en un bar; la ciudad es ahora la maravillosa Roma; la chica de hermosura irresistible es la protagonista principal; no podía faltar el final feliz; existen toques de humor sugerentes; los cafés son un referente alimenticio y hay imprevistos golpes de azar…

Se lo hice ver a Diego y me dijo que conocía las obras de Nicolás Barreau. No me extrañó. Un buen escritor es necesariamente un buen lector. Estoy seguro de que Diego Galdino es un lector apasionado. No se puede escribir con la soltura de Diego sin haber leído mucho. Porque el buen escritor se nutre de la lectura. Los escritores son como los cerdos (con perdón): la calidad del jamón depende de lo que comen. Es decir que la calidad de lo que se escribe depende de lo que se lee.

Diego Galdino escribió después “Mi arribi come da un sogno” (Vienes a mí como desde un sueño) que, por lo que yo sé no está traducida todavía al castellano. Me ofrecí para actuar de mediador ante la editorial que le había publicado su primera novela. Y así lo hice. No sé lo que sucedió con aquella recomendación.

Hace algunas semanas me escribió Diego para decirme que me iba a llegar una novela suya traducida al castellano con el título “El último café de la tarde”. Ni qué decir tiene que, en cuanto llegó, abandoné cualquier otro compromiso lector y “devoré” la novela con el fervor que se merece un buen autor y con la empatía que se siente por un amigo. Un libro no existe si no hay unos ojos que quieran leerlo.

Le he dicho que si hubiera leído este libro sin saber quién era el autor y me hubiesen preguntado por la autoría del libro, no lo hubiese dudado ni un segundo desde las primeras páginas: Diego Galdino. Ahí estaba él de nuevo, explorando el corazón humano y descubriendo sus recovecos. Porque Diego es un especialista en el corazón humano.

Dos años después de que la joven francesa que le había robado el corazón a Massimo abandonase la ciudad de Roma, porque no supo o no quiso retenerla, el autor nos sitúa de nuevo en el bar Tiberi, donde sigue trabajando Massimo como dueño del café y protagonista de otra historia de amor irresistible. ¡Cómo no enamorarse de la adorable Mina! Allí siguen los personajes de la primera novela, los cafés exquisitos, la ciudad de Roma, sobre todo el barrio del Trastevere, y el inevitable final feliz, que se agradece en un momento y en un mundo tan lleno de amargura, en plena pandemia y con los horrores de una maldita invasión rusa en Ucrania.

Tiene mérito que el propietario de un bar sea, a su vez, un autor ya consagrado. Entre café y café inventado, servido o tomado, la mente del escritor no se detiene. Observa con la pericia de un entomólogo el microcosmos de su bar, describe con tino y gracejo a su clientela, nos hace disfrutar de las maravillas de Roma y explora con acierto los entresijos del corazón.

Hay mucha observación en su relato. El escritor tiene los ojos educados para ver. La vida de un bar con clientes asiduos y visitantes esporádicos es un microcosmos apasionante. Es simpática su forma de describir a los clientes a los que identifica por el pedido habitual: “Se levantó Rina, la florista (café en vaso y vaso de agua)”, “intervino Pino, el peluquero (café en vaso)”, “era Valentino (café corto)”, “intervino el señor Brambilla (carajillo con grappa a la hora que fuera)”, “Luigi, el carpintero (carajillo de sambuca, pero solo a partir de cierta hora) buscaba como de costumbre una excusa para no pagar”, “intervino a su espalda Antonio el fontanero (descafeinado largo)”, “soltó Pino el peluquero (café en vaso)”…Hay mucha pedido habitual: Luigi cientes a los que identifica por el pedido habitual: Luigo (cfquien tiene los ojos abiertos y l

Diego escribe entre cafés, tomados y servidos. Tiene mérito su pasión por la escritura, su amor a los libros, leídos y escritos. Tiene mérito combinar las dos tareas: atender el bar y escribir. Creo que Diego Galdino es un escritor profesional y un camarero amateur. No al revés, por mucho que ame su tarea en el bar y lo mucho que aprenda observando lo que pasa en él. Porque un bar como el de Diego es una escuela en la que se imparten lecciones constantes para quien tiene los ojos abiertos y la mente despierta.

Hay una variante curiosa en esta obra respecto a la primera. Y es que los títulos de los capítulos se corresponden con canciones tradicionales italianas. Los títulos se presentan en su lengua original, aunque son traducidos a pie de página. Esa decisión acentúa la vinculación de la historia al contexto. Es sabido que el texto no se puede entender sin el contexto.

Decía al comienzo que no habría lectura si no hubiese autores y autoras. En el caso de Diego Galdino hay que agradecer que haya compaginado su trabajo de restauración con el oficio de alimentar nuestra mente y de abrigar nuestro corazón. En este día del libro quiero honrar a todos los autores y autoras en la persona de este caballero romano que es, a la vez, no sabemos en qué orden, camarero y autor, autor y camarero.

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