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Fernando Ull

El ojo crítico

Fernando Ull Barbat

El timo del fútbol

Imagen de archivo del campo de fútbol ALBERT GEA

El antiguo pan y circo de la época romana se transformó, con el paso de los siglos, en el actual conglomerado de intereses económicos en los que se basa el fútbol. Hace ya mucho tiempo que el llamado por alguien deporte rey, como si no hubiera ningún otro que pudiese estar a la altura de la supuesta superioridad del fútbol, se convirtió en un conjunto de tejemanejes en los que prima la ganancia monetaria y no los valores. En el fútbol, como en cualquier otro deporte, debería prevalecer la camaradería, la educación y la verdad, pero sin embargo en los partidos vemos a los jugadores que fingen dolores inexistentes después de rozarse con un contrincante, a los entrenadores discutir a grito pelado cualquier decisión arbitral y al público que acude a los estadios graznar tanto a los jugadores como al árbitro toda clase de insultos homófobos y machistas. Lo hacen porque todo está permitido. Al parecer el fútbol sólo se puede entender, o eso dicen, como un lugar donde dar rienda suelta a las emociones (otra palabra que se ha puesto de moda), algo a lo que las personas tenemos derecho a a hacer sin que nadie nos pueda corregir. En los estadios se blasfema y se insulta, en las tertulias televisivas en las que sólo se habla de fútbol durante horas los contertulios gritan, mueven los brazos de manera airada y se pelean entre sí. Nos han hecho creer que para que nuestras vidas tengan sentido tenemos que vivirlas como si el fútbol fuera lo único importante, lo que nos convierte en miembros de ese grupo que por el hecho de existir tiene derecho a hacer lo que le venga en gana. Leer revistas culturales, acudir a museos y escuchar tertulias políticas es propio de gente aburrida. Comprar y libros y leerlos es algo de otros tiempos: hoy día basta ver series de televisión para acceder a la cultura.

La dictadura franquista entendió que el fútbol era una excelente oportunidad de domesticar a la sociedad española. Después de asesinar a mansalva y de meter en la cárcel a miles de personas, Franco se aprovechó del fútbol para controlar a esa parte de la sociedad española que se encontraba cómoda con el dictador Franco, que no quería meterse en problemas con la policía y a la que le daba igual que hubiese dictadura o democracia. Por supuesto, después de la muerte de Franco, se hicieron demócratas de toda la vida e incluso algunos se disfrazaron de comunistas.

Con la llegada de la democracia los partidos de fútbol de los fines de semana se fueron adueñando del resto de los días de la semana gracias a programas de radio diarios, a periódicos cuyos directores dieron más páginas a cualquier noticia que tuviera que ver con el fútbol que con la cultura, la reflexión sobre la política o los problemas de los barrios. Había que aprovecharse de la ignorancia que el franquismo había hecho germinar en buena parte de la sociedad. Poco a poco se impuso la idea de que todo lo relacionado con el fútbol debía invadir nuestras vidas. Las cadenas de televisión, las radios y los periódicos comenzaron a dedicar más páginas y minutos a este deporte que a cualquier otra actividad humana conocida. ¿Alguien conoce a los inventores de la vacuna contra el Covid 19, una vacuna que ha salvado millones de vidas en el mundo? Sin embargo, tenemos que soportar a diario a jugadores de fútbol y sus parejas sentimentales dando lecciones no se sabe muy bien de qué.

Las jerarquías futbolísticas y los responsables de adjudicar el mundial de fútbol a uno u otro país se convirtieron en comisionistas de alto standing que no dudan en adjudicar un torneo según el dinero que vayan a recibir a cambio. El último ejemplo lo tenemos en un pelotazo de 24 millones de euros que va a recibir un tal Gerard Piqué (jugador del Fútbol Club Barcelona) por haber conseguido que la Federación Española de Fútbol haya trasladado la celebración de la Supercopa de España, en la que sólo juegan equipos españoles como indica su denominación, a Arabia Saudí, una dictadura donde se explota a trabajadores inmigrantes para que construyan a 50 grados de temperatura impresionantes palacetes pagados gracias al petróleo y donde las mujeres son seres de segunda categoría que no pueden transitar libremente por los espacios públicos, tienen que vestir con hábitos negros hasta los tobillos o sólo pueden casarse después de obtener permiso de su padre o tutor (hombre también, claro).

Qué lástima que a ninguna de esas personas que se han hecho millonarias haciendo creer a buena parte de los españoles que el fútbol es la actividad lúdica y cultural más importante que existen en sus vidas, se les ocurra nunca invertir el dinero en cultura, educación, ayudas para familias con hijos discapacitados o mujeres sometidas a violencia de género.

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