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Marc Llorente

Difícil ruta de la normalidad

Pedro Sánchez, en el Congreso. EP

Ambos, Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, desfilaron por la pasarela del Círculo de Economía de Barcelona, luciendo sus trajes en días distintos y aireando sus cosas ante esa organización empresarial que anhela una gran coalición entre el PP y el PSOE y ser parte directa de los tres mosqueteros con lo de «uno para todos y todos para uno». Unidad de acción para lograr grandes acuerdos de Estado en energía y pensiones, un pacto de rentas para repartir los costes de la inflación, o llegar a un solidario acuerdo intergeneracional con los jóvenes, los «grandes olvidados». Contribuir a esa causa y sin renunciar a la alternancia de gobierno. ¿Muchos electores votarían próximamente a Sánchez si dijera que se va a coaligar con el PP o si se hubiesen coaligado?

La legislatura está dentro de una borrasca, y la inestabilidad del Ejecutivo de coalición se impone por ahora, después de esquivar piedras que no terminan de desaparecer. La consolidación de la recuperación económica es el objetivo principal en un mundo deshumanizado donde las personas son simples consumidores, cifras, mercancía de usar y tirar o clientes de una maquinaria de compraventa. Todos tan felices en una sociedad de libre contagio, y una séptima ola con sordina, en la que gana el «sálvese quien pueda» y los más vulnerables no importan. Los epidemiólogos avisan. La relajación oficial y las aglomeraciones galopan, y la desinformación, la dejación de funciones, los nuevos casos y las variantes del virus campean con menor o mayor virulencia. No hablamos de la prehistoria, sino de una pandemia viva aún. No es por ser aguafiestas.

En la difícil ruta hacia la normalidad, Sánchez vuelve a exhibir su «Manual de resistencia» en una mano, y en la otra la reforma laboral de Yolanda Díaz con sus favorables efectos en lo que se refiere a contratos indefinidos y a los más de 20 millones de afiliados a la Seguridad Social. Y «el agujero de dicha reforma para contener los salarios», como pretende la CEOE, ese club empresarial que vela solo por sus intereses.

He ahí los «sólidos cimientos», pese a la crisis por la guerra en Ucrania y a lo del espionaje (aun en el marco legal) al movimiento independentista, el cual es legítimo siempre que nadie se pase de la raya. ¿Encuentro o desencuentro de Sánchez con Pere Aragonès? No se puede confraternizar y espiar al prójimo a la vez para «prevenir riesgos». Es decir, la chapuza del «procés» y esta parodia o historieta de espías. A ninguno de los dos le conviene un adelanto electoral ya solicitado por Feijóo.

La herida continúa abierta. Y el camino de la normalización institucional debe seguir adelante en beneficio de la población, con objeto de que este escándalo desaparezca y el horizonte electoral se sitúe a finales de 2023. Si a eso se aspira, las grietas en el Gobierno socialista y de Unidas Podemos no pueden permanecer de pie. O las disputas del ministro de la Presidencia, el apagafuegos Félix Bolaños, y la ministra de Defensa, Margarita Robles, por el caso Pegasus. Los mutuos disparos son lamentables. No se trata de desprestigiar a los propios servicios de inteligencia, pero la tormenta requiere acciones a fin de que el anticiclón sea posible y se supere el desbarajuste, interno y externo, y la debilidad. ¿Es lógico y democrático espiar a la disidencia política?

A todo ello le sumamos la mentira como recurso tan en boga, y que hay «sectores del Estado profundo que están poniendo en cuestión la democracia», según se dice en el libro «Verdades a la cara. Recuerdos de los años salvajes», que es fruto de la conversación entre Pablo Iglesias, exvicepresidente segundo, y el periodista Aitor Riveiro. O sea, «una ultraderecha judicial, policial, mediática y económica que deja de aceptar las reglas de la democracia liberal cuando entran en el Consejo de Ministros o forman parte del bloque de investidura fuerzas políticas cuyas ideas no gustan». ¿Qué harían algunos en el Gobierno si actúan desaforadamente sin estar en él?    

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