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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

¿Y si no se puede?

El exvicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias. EP

 “Es más fácil lanzarse al asalto del cielo que atacar a las pequeñas divinidades de la moda”

Albert Camus. Crónicas. 1944-1953

Siendo Conseller de la Generalitat Valenciana, mi formación política, Compromís, ensayó un acuerdo con un Podemos triunfal. Fue tediosa la campaña, rodeado de aficionados convencidos de que iban a traer un mundo nuevo con cada gesto, que es lo que pasa cuando la militancia se transforma en fe. Pablo Iglesias dio un mitin en un polideportivo de Alicante. Debido a mi condición de cargo público me llamó un técnico con más desparpajo que educación para advertirme que debería esperar a Iglesias dos horas antes en la puerta. Pregunté por qué y me dijo que por “seguridad”. Le dije que no me lo creía y que era viejo el truco de amontonar gente algo conocida para que el líder saliera bonito en la foto. Le aclaré que, hacía décadas, yo había hablado en un mitin con Dolores Ibarruri y que desde entonces tenía hecha íntima promesa de no rendirme a los requerimientos de ningún amo de los carismas; al fin y al cabo La Pasionaria, para bien o para mal, era un pedazo de Historia. El argumento debió sorprenderle y se limitó a castigarme advirtiéndome que no podría subir al escenario, lo que le agradecí infinitamente. Fui un ratito antes y me colocaron en primera fila. Si Hegel dijo que en Jena contempló a Napoleón y vio al Espíritu de la Historia, puedo afirmar que aquella tarde me aburrí lo suficiente como para convencerme de que la nueva política era antiquísima.

La anécdota resume las sensaciones que me produjo la emergencia y desarrollo de Podemos y, luego, sus circunstancias, también llamadas convergencias. Sé que eran necesarias. Y con esto rindo el mayor de los tributos. Resultado del agotamiento del bipartidismo y de la crisis de 2008, su llegada debe apreciarse como algo importante: abrió muchas puertas. Pero una buena parte de sus esfuerzos se fueron en inventar pedantes lenguajes artificiales, molestar a gente que se lo merecía, y a otra que no –muchas de ellas votarán ahora a Vox- y a pregonar un mesianismo hecho de leyendas postmarxistas y poses de pícaro.

Tenían una teoría y, en ella, la relación directa con el pueblo era básica, lo que exigía desarrollar una dialéctica de liderazgos personales. Paladines para afiliaciones que debían despreciar lo que ignoraban. Más tarde supimos, en sus sucesivas escisiones y reencarnaciones, que no todos eran iguales. Elaboraron una teología de lo asambleario para perder el tiempo a poco rato que tuvieran. Y eso les desgastó infinitamente. Llegaron a imaginar la sociedad como una de sus asambleas, eliminaron la auténtica deliberación y construyeron, a base de primarias y otros atajos, una democracia de adhesión siempre pendiente de los suspiros y las iras del guía. En otros partidos hubo contagios.

Colaboré con ellos, convencido de que la tarea de coordinarse era más importante que estas evidentes distancias. Encontré a magnífica gente en el Grupo Parlamentario de les Corts. Y de la otra también: obsesionada por el autobombo y la ostentación de su bondad, que provocaron algunos desastres. Pero, en general, fueron aliados leales. Llegar a estas reflexiones sólo prueba mi incapacidad para apreciar las novedades de las frases hechas, los mensajes cortos y la disposición vehemente a reivindicar el mundo como si fuera obra propia, considerando a los otros advenedizos que requieren de iluminación. Que en IU le bailaran el agua y, ayunos de teoría y práctica, se apuntaran con alborozo a una convergencia estratégica que trajo escaños, pero también confusión, es algo que merecerá ulteriores estudios. Y, con todo, han conseguido estar en el Gobierno y sacar adelante leyes y resoluciones de una importancia capital, sobre todo si la izquierda sigue obteniendo mayorías y esos acuerdos son perdurables. No obstante, me inquieta su forma última de estar en el Gobierno. Aunque también me va intranquilizando, igualmente, la del PSOE.

Digo todo esto porque me ha horrorizado lo ocurrido en Andalucía: llegar tarde es demasiado fácil cuando uno está agotado por haberse pasado muchas horas repartiendo la piel del oso antes de cazado. Prorratear cargos y subvenciones ha acabado siendo la consecuencia lógica de los delirios de grandeza y de la economía de los carismas desigualmente repartidos. Y me da miedo que esta retórica de los pactos salvíficos acabe por hacer regresar el bipartidismo, sólo que donde antes estaba IU, PNV o CiU, esta vez esté Vox apuntalando a la derecha. Y enfrente los otros, en reducido reducto especializado en bramar citas ocurrentes y dispersar sus relatos.

Lo que me pregunto, echadas cuentas, es cuánto bueno y malo ha esparcido Podemos y sus circunstancias en la política y en la izquierda española. Lo que más me preocupa, lo que más me preocupó siempre, fue el convencimiento de que, con sus mejores acciones e intenciones, también fabricaban un agujero negro que alguien llenaría con resentimiento. Y su emblema, ese sonsonete pueril: “!Sí, se puede!”. Porque ¿y si hay veces en que no se puede? O dicho de otra manera: ¿cuáles son los límites del voluntarismo cuando se utiliza principalmente para sostener liderazgos unipersonales y redimir a las estructuras orgánicas del aciago vicio de pensar?, ¿no es el voluntarismo una pésima manera de ocultar la complejidad de la política, simplificando la realidad hasta impedir que pueda ser reconocida por los que vienen a cambiarla?

En fin, veremos qué pasa en Andalucía. Bien no han empezado. Pero siempre hay ocasión para el mito de la unidad con nombre apropiado; “frente amplio”, se dice ahora. Y reconozco sin esfuerzo que hay veces que hay que hacerlo, más que por la suma mecánica de votos por ese punto de alegría que aún puede despertar en algunos abstencionistas. Y así estamos, esperando a Yolanda Díaz, que era de la convergencia de estricta observancia y ahora es mirada con recelo por los que ya no caben en ese valle de lágrimas y dones. Cada rato que pasa ella está a la escucha, pero los potenciales aliados se desangran un poco más y lo mismo se quedan sin palabras, silbidos o murmullos que balbucir. A ver cuándo llega, rodeada por turbamulta de gentes progresistas, sin partidos que enturbien sus intenciones. Pero, en fin, lo que haga falta. Me ofrezco de palafrenero, siempre que no deba ir a sus mítines dos horas antes. Pero con Yolanda –le hablamos fraternalmente porque nos tiene muy oídos- pasa como con el título de aquella novela de Espinosa: “Si tú me dices ven, lo dejo todo…. Pero dime ven”.

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