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Emilio Pérez Díaz

El tiempo según la RAE

El president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, en una intervención en Casa Mediterráneo. David Revenga

En entrevista publicada recientemente por este periódico manifestaba Andrés Perelló, nuevo director de Casa Mediterráneo, que desde el pasado mes de diciembre ha comido con dos ministros y mantenido conversaciones con tres secretarios de estado y cinco directores generales, y sin embargo, todavía se encontraba a la espera de ser recibido por el alcalde de la ciudad y el presidente de la Diputación. Situación que resulta chocante y extraña si consideramos que una institución como esta, Casa Mediterráneo, en caso de prosperar con eventos tanto a nivel nacional como internacionales podría constituir una plataforma de propaganda impagable, y gratuita a la vez, para la ciudad que la alberga. Pero las cosas son como son y no como quisiéramos que fueren. El señor Perelló, que es de la Comunidad pero no de la «Terreta», pronto se enterará del concepto que por estos lares tenemos del tiempo. De esta dimensión, el tiempo, sostenemos la idea de que es algo tan simple que controlamos fácilmente con solo colocarnos un reloj en la muñeca, y nada más lejos de la realidad. Basta con remontarnos a los albores del siglo pasado para contemplar las descomunales discusiones que sobre la misma mantuvieron dos personajes célebres de la época, el filósofo francés Henri Bergson y el científico alemán Albert Einstein. En alguna ocasión llegaron a tal acaloramiento que el autor de la Teoría de la Relatividad llegó a decir aquello de «el tiempo de los filósofos no existe». Menos mal que el diccionario de la RAE optó por simplificar la cuestión y en la segunda acepción define el vocablo «tiempo» como una magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, y cuya unidad en el sistema internacional es el segundo. La definición es bonita, sencilla y lejana de las farragosas e ininteligibles argumentaciones de los dos personajes antes citados, pero ojo, si se comete un error en su interpretación, por mínimo que este sea, el problema está servido.

Y algo de eso es lo que debió ocurrir por estos pagos, que a la hora de adoptar la unidad nos confundimos y elegimos la década en lugar del segundo. Y quizá sea por ello que Casa Mediterráneo, tras trece años de vida se encuentre en la situación que todos conocemos, sin cubrir vientos como dice su director, pegada a un territorio lleno de maleza por donde circulan roedores como conejos, se levantan chozas o cabañas donde residen personas a las que catalogamos como «sin techo» y persisten unas vías de ferrocarril por las que no ha circulado un tren desde hace aproximadamente cuarenta años. Pero qué más da, al fin y al cabo y de acuerdo con nuestra unidad de medida del tiempo, la década, solamente ha transcurrido una y un poquito. También es cierto que en lo tocante a esta institución es posible que haya funcionado así mismo el cainismo político del que desgraciadamente hacemos gala en todo el territorio nacional y aquí en particular. No olvidemos que Casa Mediterráneo nació en un Ministerio de Asuntos Exteriores del Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, hombre considerado por la derecha clásica del país como un individuo más de izquierda que el grifo del agua caliente, lo que ya es decir, y en consecuencia no sea muy del agrado de los políticos que actualmente gobiernan la ciudad, de ahí que hasta hayan dejado de pagar la cuota anual que les corresponde como miembros del consorcio. No obstante, hay algo a este respecto que no cuadra, hace unos días el señor Bellido, concejal de Compromís, reclamaba al Ayuntamiento que abonara esas cuotas que debe a la institución desde hace diez años y un servidor se pregunta si el señor Bellido hizo algo por pagar esa deuda durante los tres años, de 2015 a 2018, que formó parte del gobierno municipal con aquel tripartito de izquierdas.

Le deseo suerte al señor Perelló al frente del Ente, apoyo su idea de solicitar colaboración a otras ciudades mediterráneas como Barcelona, València, Málaga, etcétera y comparto su pensamiento de practicar diplomacia internacional y convertir la institución en algo más que otra «casa de cultura». Si triunfa en su misión, no le quepa la menor duda que Alicante se lo agradecerá. Y respecto a ser recibido o no en determinados sitios, solo me cabe añadir que, por lo general, las grandes ideas nunca nacieron en despachos enmoquetados.

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