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Tomás Mayoral

Tribuna

Tomás Mayoral

Lágrimas secas

Los regantes saben que la liquidación del trasvase tiene un trasfondo político, un territorio en el que están solos y desorientados en una guerra que se está convirtiendo en una causa perdida

Un ciudadano recoge naranjas ayer en la concentración de los regantes para defender el trasvase. | HÉCTOR FUENTES

Nunca, desde que empezó este vía crucis del trasvase Tajo-Segura, estuvieron tan solos los agricultores de la provincia como ayer. La soledad, que es el territorio natural de los derrotados, se nota más cuando estás rodeado de multitudes que te prestan de repente su presunto apoyo, tan súbita como inquebrantablemente, que no tienen reparo en subirse sin vergüenza alguna al carro de una causa en la que solo buscan cómo sacar tajada o cómo conjurar un peligro. Nunca hasta ayer, en la plaza de la Montañeta, durante la concentración convocada a mayor gloria de la lucha por el agua, pudieron darse cuenta quienes dentro de poco ya solo tendrán lágrimas secas que llorar, de que la suya es, casi oficialmente, una causa perdida.

No quiso faltar nadie a la cita. Políticos, empresarios y fuerzas vivas. Como en los mejores funerales. No quiso faltar nadie, pero alguien sí faltó, aunque solo fuera para que se notara más su ausencia. Ximo Puig nunca quiso encabezar esta manifestación del agua y ayer no hizo una excepción. Incómodo, una vez más, se envolvió en la bandera de la institucionalidad y enrocado como un rey del ajedrez que cede el centro del tablero, se hizo carne virtual solo mediante un vídeo y un corte de voz. Nuestro president no frecuenta «aquelarres»: ya lo dijo hace unos meses cuando evitó el peligroso abrazo del oso murciano. Ayer hubiera repetido el gesto e incluido en él a su partido, pero, urgido sin duda por negros vaticinios demoscópicos, no tuvo más remedio que mandar una nutrida representación de los suyos a sumarse, deprisa y corriendo, a la causa. En sus declaraciones insistió en una media verdad no por más repetida más incierta: el problema del trasvase es una cuestión técnica y no política. Un «deja vú» del PSPV, un clásico error repetido de década en década y que suele tener consecuencias catastróficas para sus intereses. Si algo ha hecho el Gobierno socialista de Pedro Sánchez y Teresa Ribera durante los últimos años, como antes lo hizo el de Zapatero al cargarse el PHN, ha sido empeñarse con torpeza en convertir un problema, el del agua, que podía haber tenido muchas soluciones, en un conflicto. Y lo han hecho a conciencia y de la peor forma posible: convirtiéndolo en pura política. Mala, pero política. Amparada en designios medioambientales que parecen una verdad revelada y atribuidos además a Europa. Unos designios que, mira tú qué casualidad, solo afectan a un trasvase de las decenas que hay en España: el Tajo-Segura.

No estuvo solo el PSPV en su laberinto de la Montañeta. Tan descarados fueron unos y otros, representantes de todos los partidos presentes ayer en la plaza que, pese a ser los principales criticados de la concentración, siguieron a lo suyo sin mayores complejos: dejándose ver, controlando daños, recogiendo votos y evitándose unos a otros como si olieran a azufre. Era imposible dar una mínima imagen de unidad que es lo que candorosamente pedían, ahora, los socialistas por boca de su nueva y flamante síndica, Ana Barceló. Como si esto del trasvase y sus líos hubiera empezado ayer. Tampoco entendió nadie el origen del optimismo de la compañera de Barceló hasta la semana pasada en el Consell, y responsable de Agricultura, que ve margen para negociar con Ribera. Mireia Mollà debe saber, supongo, que no estamos en fase de negociación, sino en un momento de ejecución: un tercio del trasvase va a dejar de llegar. Ese optimismo del «no va a pasar» es, posiblemente, lo que nos ha traído hasta aquí: ya está pasando.

Mazón y López Miras estuvieron a lo suyo, que ayer tuvo más de espectáculo que de reivindicación. Aupados al tractor sin complejos, saludaron como toreros al respetable con aire festivo y de victoria que no encajaba mucho con el ambiente lúgubre instalado en la plaza. El mensaje del PP es claro pero plano, por no decir pueril: ellos y Feijóo, como antes dijeron de Casado, nos va a devolver el agua que ahora nos quitan. «PSOE o agua» es el eslogan. Claro. Pero una cosa es lo que dice el propio Mazón y otra lo que Feijóo piense hacer. También en Castilla-La Mancha votan. El PP también tiene un pasado, no precisamente de color de rosa, en esto de ir matando poco a poco el trasvase después de haber prometido una y otra vez que lo apoyarían.

Y aquí es donde viene el peligro, porque ante el general desencanto de las opciones políticas clásicas, recién llegados como Vox esperan recoger a los descontentos que se caigan de todos los rincones del espectro político. Y lo peor es que eso puede pasar aunque la ultraderecha no había estado, hasta ahora, muy interesada en un tema tan «nacional» como la redistribución de los recursos hídricos. Si hay votos, entrarán. Ayer ya se les vio. El mensaje a la contra siempre es lo más fácil.

Los regantes saben que no pueden contar con nadie. Mucho apoyo de boquilla, pero están solos frente a un «Moloch» verde que ha convertido su medio de vida, el agua del trasvase, en objetivo a batir pase lo que pase y caiga quien caiga. Es triste pero lo de ayer no ayudó a dar la sensación de que hay un plan de resistencia más allá de la desesperación para enfrentarse con alguna garantía a tan fenomenal enemigo.

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