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Rodrigo Cortés.EFE

Rodrigo Cortés

No sé a qué espera nuestra televisión pública para poner el foco en nuestro director de cine más intelectual, Rodrigo Cortés, ese señor que tiene el don más preciado para quien suscribe, el de la palabra. En un país inculto donde los haya, donde el lenguaje es pisoteado sin miramiento, que uno de los mejores conversadores se mantenga prácticamente inédito en el medio, parece poco menos que una broma pesada.

Que María Casado tirase de rostros populares con tal de subir audiencia antes que con un personaje tan rotundo como él llamó la atención. También que en dos temporadas La matemática del espejo no le haya incluido en su lista de invitados.

Lo mejor de Rodrigo Cortés es que su brillante discurso no se encuentra al servicio de ninguna ideología, al contrario que algunos otros creadores de oratoria brillante, tan escasos por otra parte. Lo suyo es el goce de la palabra por la palabra, como demuestra en la página 3 del diario ABC en su «Vocabulario» inventado. Lo bien armadas que están sus disquisiciones sobre cualquier idea. A lo que hay que añadir su manera de decir el castellano; aunque las biografías digan que nació en un pueblo gallego, él pació y creció en Salamanca.

Nunca esperaré de las televisiones privadas invitados de tanto pedigrí. Allí siempre son los mismos. Sota, caballo y rey (¿han visto el repertorio de «figuras» que pasan por el nuevo Los miedos de… en Cuatro?).

Incluso me asombra que Rodrigo Cortés no tenga programa propio o se cuente con él como colaborador fijo. Varias conversaciones con él, amén de proporcionar entretenimiento y solaz, ayudarían a elevar el listón cultural del cada vez menos nutrido grupo de diletantes que todavía existen en este país.

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