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Antonio Sempere

Fanfarrones

Turistas en el paseo de la playa de El Postiguet, en Alicante. Jose Navarro

Alicante posee un pecado original que arrastran sus políticos y buena parte de sus representantes públicos: un carácter fanfarrón que les puede. Las hemerotecas han recogido declaraciones, pronunciadas en lo que va de siglo, que desde el día que se publicaron a cinco columnas resultaron provocaron sonrojo. Como que Ciudad de la Luz acogería los mejores estudios de cine del mundo, que Las Cigarreras se convertirían en un Centro de Cultura Contemporánea comparable a las Naves del Matadero de Madrid, que el Festival de Cine de nuestra ciudad tendría tanta relevancia como el de Cannes. Que en nuestra Semana Santa sale el paso con las dimensiones más grandes (de su iconografía) de España. Que después del Rocío, la romería más multitudinaria de España se celebra en Alicante. O la Ofrenda a la Patrona más antigua de todas las existentes. Que no hay Palmera más grande como la que se lanza desde el Benacantil. Ni equipo como el Hércules. Ni agua tan cristalina como la del Postiguet.

Ya quisiera yo que a Alicante le fuesen las cosas la mitad de la mitad de bien de lo que nos las venden quienes sacan pecho por ella. Disfrutaría mucho de sus éxitos. Pero la realidad es bien distinta. Los 25 Premios Max se celebran en Mahón, sin que Alicante los haya olido ni los vaya a oler en mucho tiempo. Y así todo.

Si ni siquiera las cercanas Elche, con sus Patrimonios de la Humanidad, o Alcoy, con su poderío cultural y festero, capaces de mirar de tú a tú a la capital, admiten esa actitud fanfarrona, es que Alicante debería hacérselo mirar.

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