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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

Fuegos artificiales, cuando toquen

Ni la torpeza de la nueva consellera de Cultura ni la sobreactuación del PP y sus socios pueden hacernos olvidar la realidad de que las mascletás en Luceros representan un problema

Las belleas del Foc adulta e infantil, en una mascletá en junio de 2019 Héctor Fuentes

Si alguno de ustedes no lo ha hecho todavía, le recomiendo encarecidamente la lectura del magnífico artículo que publica en este periódico mi compañera Juani Hernández sobre la polémica de las mascletás en Luceros, que lleva como el Guadiana aflorando cada cierto tiempo desde hace más de una década. No van a encontrar mejor resumen ni tampoco muestra más evidente de la artificialidad del último sarpullido que, entre la torpeza de los unos y la sobreactuación calculada de los otros, nos ha vuelto a salir esta semana a cuenta del espectáculo pirotécnico que empezará en la plaza que alberga la fuente de Bañuls a partir del día 18.

Como bien recuerda Juani Hernández, fue un gobierno socialista -el que presidía Ángel Luna, hoy síndic de Greuges- el primero que decidió en 1993, cuando por cierto la Generalitat la gobernaba con mayoría absoluta otro socialista, Joan Lerma, empezar a disparar las mascletás en Luceros, después de haber intentado otros emplazamientos (la Rambla, Campoamor...) que no acabaron de cuajar. Y fue en 2013 un ayuntamiento gobernado por el PP con supermayoría absoluta (18 sobre 29 concejales), con Sonia Castedo de alcaldesa y el que luego sería su sucesor en el cargo, Miguel Valor, como concejal de Cultura, y con una Generalitat también gobernada con mayoría absoluta por otro miembro del PP, Alberto Fabra, el que planteó sacar de allí las celebraciones por el daño que estaban causando a la fuente, cuyas sucesivas restauraciones, la última llevada a cabo por el actual ejecutivo municipal del PP y Cs, llevan camino de costarnos más que si cada año hiciéramos una nueva.

Aquí no hay rojos que quieran acabar con tradiciones ni azules que pretendan depredar el patrimonio. Lo que hay es mucha tontería cara a las últimas fiestas antes de elecciones

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Quiero decir que ni aquí hay unos rojos peligrosos que quieren acabar con las tradiciones empezando por la del disparo de cohetería, ni unos azules insensibles que sólo miden el patrimonio en términos de negocio, sea económico o político. Lo que aquí hay es un problema que la propia configuración de la ciudad, falta de espacios públicos dignos de tal nombre, y el griterío con el que solemos afrontar cualquier dilema, nos lleva años impidiendo resolver con un mínimo de racionalidad. Súmenle a eso, como he dicho, la torpeza de una conselleria de Cultura cuya nueva titular no ha tenido mejor ocurrencia que enviarle un requerimiento al Consistorio a menos de dos semanas de las primeras fiestas tras la pandemia, cuando la Generalitat si hubiera querido de verdad abordar la cuestión ha tenido dos años enteros en suspenso por el covid para hacerlo. Y la sobreactuación de un Barcala y un Mazón que se han puesto a gritar el «¡No pasarán!» como si alguien se quisiera llevar la Explanada, seguramente pensando que la ocasión la pintan calva, que estas van a ser las últimas Hogueras antes de las elecciones y que si el rival se columpia lo mejor que se puede hacer es darle cuerda al manubrio.

A pesar de los pesares, las Hogueras siguen siendo una de las fiestas más inclusivas. El único gran evento en la ciudad de Alicante en el que el valenciano domina sin problemas

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Nunca me han gustado las mascletás en Luceros. Pero no sólo por el perjuicio sobre un hito que, si bien pobre de materiales y demasiado sencillo de concepción, está desde los años treinta marcando una ciudad cuya lamentable falta de referentes en su trama urbana debería llevarla a extremar más el cuidado de los pocos que tiene. No me han gustado sobre todo porque siempre me ha parecido que la zona cada día de concurso se convierte en una ratonera en la que, alguna vez, puede producirse una catástrofe. Una mascletá en Luceros, sin salidas fáciles si hay que desalojar precipitadamente porque todos los posibles abocaderos están colapsados desde horas antes, y donde hay que estar dispuesto a soportar un calor agobiante, no es que sea precisamente lo más atractivo que podamos inventar para propios y foráneos. Pero es cierto que el enclave tiene muchas ventajas que son las que le han hecho mantenerse las últimas dos décadas: la sonoridad y esa sensación de estar viviendo lo más parecido a un terremoto que sólo allí se consigue; lo primero. Pero también, y quizá eso sea lo más importante aunque jamás vayan a confesarlo sus protagonistas, el lucimiento que permite tanto a autoridades como a patrocinadores. Porque la plaza está vacía, salvo por los cañones de pólvora y cohetería que van a dispararse. Así que te encuentras con un espacio donde hay miles de personas concentradas mirando todas hacia un enorme ruedo vallado pero expedito en cuyo interior sólo pueden circular, a la vista de esos miles de ojos, pirotécnicos, cuerpos de seguridad, medios de comunicación, miembros de la Federació de Fogueres y políticos del ayuntamiento con sus invitados. Un escaparate que para sí quisieran tan despejado los organizadores de los Oscar. Y en el que los patrocinadores lucen como en ningún otro acto, sanfermines incluidos. Porque sus rótulos están por todos lados, sin nada que entorpezca su visión. No le den muchas vueltas, si Luceros, contra cualquier análisis racional, es cada año más el centro de las Hogueras, es por esos irresistibles ganchos. Pero hay que pensar seriamente en cómo sacar las mascletás de allí. Por supuesto no este año, que ya se nos ha echado encima y que, además, paradójicamente va a ser el de menor carga explosiva. Pero por el bien de la fuente y, sobre todo, por la seguridad de los asistentes (que nunca, ni en este evento ni en ninguno de ningún sitio puede ser completa, pero sí debe ser razonable), hay que ponerse a trabajar en ello en cuanto acabe esta edición.

Disfruten de estas fiestas, júntense el alcalde y el president de la Generalitat en el balcón la noche de la cremà, bajen a la banyà, y el 25 póngase todo el mundo a buscar soluciones

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Las Hogueras son muy importantes. Lo digo sin ñoñería alguna. Son importantes en su vertiente estrictamente lúdica, especialmente con los años que uno tras otro nos están cayendo encima como bloques de hormigón armado (Gran Recesión, pandemia, guerra...). Pero no puede despreciarse su carácter integrador, como tan a menudo se hace. Lo escribe quien nació y ha compartido toda su existencia con ellas, hasta el punto de que un junio sin olor a pólvora no le resulta comprensible. Pero también quien vio cómo su madre, migrante de otro lugar de la provincia, pagaba religiosamente el cupón de la Hoguera que nos hacía ser parte del lugar en el que vivíamos.  Quien se colaba de niño por debajo de los cerramientos de las barracas mendigando vales para refrescos. Quien conoció el amor con la espalda en la arena del Postiguet y el cielo estrellado de palmeras. Y quien tuvo el privilegio de contar todo esto a la vez que presentaba en la plaza del Ayuntamiento a la Bellea del Foc y su corte. La mayoría de las fiestas, por propia definición, no son inclusivas. Las Hogueras, pese a la fama de lo contrario que los guardianes de todas las ortodoxias han querido imponerles, sí lo son. ¿Quieren un ejemplo? Pues basta con que reparen que en una ciudad donde la mayor parte de sus habitantes no ha nacido en ella y que siempre ha estado presta a lanzarse al cuello de cualquier conseller o consellera de Educación (incluida la popular María José Catalá) que haya tratado de dar al valenciano un papel acorde con la historia y el Estatut, no tiene ningún problema en que sus fiestas mayores tengan por idioma principal, precisamente, el valenciano, ya sea en llibrets, barracas o monumentos. En Luceros, el momento clave es cuando la Bellea del Foc coge micrófono y dice: «Senyor pirotècnic, pot començar la mascletá». Ni castellano, ni inglés. Valenciano. Y todo el mundo está contento.

Todo eso es lo bueno de las Hogueras. Unas fiestas a las que nadie tiene que invitarte porque puedes disfrutarlas sin pedir ningún permiso. Por eso hay gente de toda la provincia aquí durante esa semana. Y gente de fuera de ella. Por eso mueven tantas miles de personas. Pero por eso , por su crecimiento exponencial, necesitan periódicamente revisarse. Para no morir de éxito ni provocar que quienes viven en Alicante no acaben siendo sus principales detractores por tener que soportar determinados abusos que se están produciendo. Mantener las mascletás en Luceros conlleva peligros que no se limitan a lo patrimonial. Pero aún es peor, y lo denuncié hace ya años en estas mismas páginas, el confinamiento que sobre todo en la zona centro de la ciudad se impone cuando llegan estas fechas a muchas personas mayores que se encuentran con su calle cerrada, su puerta bloqueada y su balcón ocupado por un bafle que se pasa el día escupiendo decibelios, haya o no alguien escuchándolos. Se han ido tomando medidas para combatir en parte los excesos que se han llegado a cometer con esta privatización manu militari del espacio público que ni siquiera respeta las emergencias. Pero son necesarias más. Las Hogueras no pueden ser una fiesta para muchos, pero una tortura de la que es imposible escapar para otros muchos también. Son arte, son música, son pólvora, es fuego y es desinhibición. Pero también tienen que velar por quienes ni siquiera tienen opción a convivir con ellas.

Vienen unas Hogueras especiales. Las primeras después del parón de dos años al que la covid nos obligó. Así que esto tiene que ser una juerga a la altura del sufrimiento que hemos padecido y aún estamos soportando. Pero inmediatamente después, hay trabajo que hacer por parte del Ayuntamiento, de la Generalitat y de la Federació de Fogueres que por fin preside una mujer, Toñi Martín Zarco. Hay problemas consecuencia del crecimiento, problemas con determinados actos, problemas económicos derivados de las sorprendentes carencias de patrocinio que tiene un evento tan multitudinario como éste... Hay molta faena que fer. Pero a partir del 25. El día 24, en el balcón del Ayuntamiento, cuando la Bellea del Foc dé la orden de pegarle fuego a la Hoguera oficial, y con ella a todos los malos tragos de un año que en esta ciudad va de junio a junio, no de enero a enero, junto a ella estará el alcalde, Luis Barcala, que para eso son las fiestas de Alicante. Pero al lado tiene que estar el president de la Generalitat, Ximo Puig. Y luego que bajen a la plaza y los bañen a ambos. Que tampoco es tradición. Pero les aseguro que sienta muy bien.

Agua: política de Estado


J. R. G.

La número uno del PP en el Congreso de los Diputados y número dos en el partido, Cuca Gamarra, mostró el viernes, en el foro organizado en Alicante por INFORMACIÓN, una gran solvencia al ser preguntada por el trasvase Tajo-Segura. Gamarra aseguró literalmente que «la política de recortes [del trasvase] se puede revertir», algo que no gustará escuchar a sus correligionarios en Castilla-La Mancha. Pero eso son palabras, no compromisos, que puede llevarse el viento. De hecho, el PP ha gobernado casi tres lustros el Estado y cinco la Comunidad Valenciana y no ha resuelto el problema, así que nada le otorga ahora mayor credibilidad. Lo que sí resultó interesante es la filosofía tras el discurso. Gamarra dijo que «el agua es de todos», que hay que conseguir que el uso de ese recurso «nos una y no nos divida», que el asunto «es muy difícil y muy complejo y por eso hay que sentarse a hablar mucho de él pero estando dispuestos a liderar soluciones», que hay que apostar «por el consenso y no por el enfrentamiento», que la opción de la desalación hoy por hoy «empobrece a muchas provincias» y que, a la hora de hacer balance, el PP también «podría haber hecho mejor las cosas». Ximo Puig, presidente de la Generalitat, firmaría ese discurso. Carlos Mazón sabe que es ese, y no el de la guerra, el que permitiría salir del callejón. La CEV es la línea que está propugnando. Y muchos agricultores también es la que quieren que se siga. Hay tiempo. Aunque parezca que no. Hasta 2027 no hay ningún recorte que realmente tenga por qué imponerse. Por tanto, puede diseñarse una política, por primera vez, de Estado. Sánchez y Teresa Ribera sabrán.


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