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Manuel Alcaraz

Luceros no está para tirar cohetes

Mascletá disparada en la plaza de Luceros en una edición pasada de las Hogueras Alex Domínguez

En la primera mitad de la década de los años 80 fui, sucesivamente, Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Alicante y miembro de la Comisión Gestora de les Fogueres. No tuvimos ningún problema con la mascletá de Luceros: no existía. Han pasado muchos años, pero menos de los que habían transcurrido desde la fundación de nuestra fiesta hasta esa fecha que recuerdo. Esto lo digo porque los antropólogos urbanos advierten que cuando más se invoca lo “inmemorial” de una tradición, más fácil es deducir que no será para tanto. Y es que hay una confusión entre la tradición –quemar inmoderadamente pólvora como señal de alegría- y costumbre –el lugar o momento donde se hace-. Las Hogueras, literalmente, han quemado costumbres de manera impresionante. Y hasta tradiciones -¿qué queda de las despertàs, qué de la financiación popular mediante cupones, auténtico vínculo con el vecindario?-. La mascletà de Luceros, siempre con el propósito de imitar a València, llegó en un momento –hace unos 30 años- en que determinadas élites sociales, festivas y políticas, consideraron oportuno centralizar la fiesta, masificarla –que es lo contrario de popularizarla- con cargo a presupuestos públicos y proporcionar escenarios a la muy pueblerina afición a “dejarse ver”, por ejemplo en casetas de prensa y otros chiringuitos, con los famosos (?) locales y, ahora, ocasión de selfis maravillosos. Bien está. Es divertido. Yo he ido a veces y hasta me han hecho fotos, en razón de mi cargo, en algunas de esas cursilísimas expresiones del querer y no poder de la millor terra del món.

Sigo con mi biografía fogueril: allá a finales de los 80 y principio de los 90 fui miembro de la foguera Diputació-Renfe. Un año, nuestro monumento, hecho por Ricardo Granja, consistió en una fuente de Luceros cubierta de telas: era la divertida réplica de la auténtica, ubicada apenas unos metros más allá, que estuvo en ese estado de letargo reparador mucho tiempo. ¿Cuántas veces se ha recompuesto desde entonces? Hacia la mitad de la década del 2000 se retiraron los caballos para hacer la estación del TRAM. La Plataforma de Iniciativas Ciudadanas, que presidía entonces, hizo una campaña para exigir respeto y seguridad. Se nos llamó exagerados. Y ahí andamos todavía, con un ir y venir de informes y advertencias. De golpes de pecho y compungidos lamentos nerviosos en cuanto se acercan nuestros más amados días.

A mí la cuestión me aburre. Si a estas alturas alguien no es capaz de entender que el ruido y los agentes químicos tienen que ser dañinos para la venerable fuente, es imposible explicárselo. Por más informes que se le den. Otra clase de negacionistas. Mejor que se caiga que renunciar a la forma de entender su fiesta. Y si alguno no concibe el riesgo para centenares de personas apiñadas en un espacio pequeño, con los peligros añadidos del calor sofocante, cohetes sobrevolando las cabezas, consumo de alcohol y dificultades obvias para la evacuación, es inútil explicarlo. Son negacionistas. Mejor sufrir por la patria chica que renunciar a este sitio. Así que no seré yo quien traiga a colación ningún argumento suplementario.

Lo que me causa perplejidad son las causas que hacen que una ciudad esté dispuesta a quemar una de sus señas de identidad permanentes y más queridas por unas acciones que podrían hacerse en otro sitio. Porque, que nadie lo dude, con buena voluntad podrían hacerse en otro sitio. Y que los capitostes de la cosa son conscientes de los riesgos se demuestra con las sucesivas reducciones de pólvora, de mascletás, con la idea de encajonar las figuras más debilitadas, con el traslado de chiringuitos. Pero todo eso, que puede presentarse como muestra de prudencia, no es sino culpable reconocimiento de cobardía para afrontar de verdad la cuestión. Que se arrastrará por años hasta que, al final, las mascletás se disparen en otro lugar más razonable. El caso es que abominamos de nuestra manera de ser que prioriza el pensat i fet, esto es: la improvisación y lo efímero frente a lo pensado y permanente. Pues bien, aquí está su mejor símbolo: gastamos en humo la destrucción de la piedra. Parece un verso, pero es la muestra de la sinrazón de nuestros dirigentes. Celebramos en 5 minutos el deterioro de nuestra memoria. Ciudad-alzheimer que luego se lamenta del patrimonio histórico que se arruinó. En los llibrets festivos hay adecuada cuenta de ello.

En ese marco ideológico y cultural aparece un confuso informe de la Conselleria de Cultura que, para una vez que se acuerda de Alicante, ya podría haberlo hecho mejor. Pero, en fin, es obvio que no van a poner problemas a las Hogueras. Es más: es más que posible que Ximo Puig venga por aquí para hacer unas promesas como la digitalización de los caballos malheridos, un centro mundial de doma de caballos de cemento o algo así. Pero lo que me alucina –aún tengo juvenil capacidad para la sorpresa- es la reacción de nuestro querido Alcalde, al que tengo por hombre cabal que llegó a ser Alcalde sin sudar, por una tránsfuga -pero de eso, ¿quién se acordará bajo el embrujo de la pólvora?-. Nunca un Alcalde lo tuvo mejor: llegó, de la mano de una trásfuga, que no sé si lo he dicho, tras el mayor fracaso de la izquierda alicantina, con las arcas más saneadas y con proyectos redactados. Sólo tiene horizonte por delante. Para tener una imagen afable, de esas que dan voto transversal, le bastaría con no perseguir con sadismo y ostentación a mendigos o prostitutas. Porque, que no se engañe: por eso será recordado. Por eso y por no saber articular frases con abundancia de sustantivos, prefiriendo la solemnidad hueca de la sobredosis de adjetivos.

Pero no sabe salir de ahí, empeñado en confundir patrioterismo de pandereta con mantener las mascletás y preparar esplendores para Vox, que lo mismo un día encuentra a un trásfuga que le cante y a él le pongan a hacer guardia sobre los Luceros. Y ciclotímico, como es, habla con sosiego un día, y al siguiente, en un tema tan esencial como este, adopta el principio fascista de confundir al adversario con el enemigo y en tema menor, muy menor, se echa a la épica de la caballería ligera y de la artillería festiva para insultar a la izquierda, y, en definitiva, a todos los que, sencillamente, discrepamos de sus conocimientos y principios ético-festivos. Las fiestas son la ocasión de cohesionar e impulsar el grupo. Para él no. Nada mejor que dividir, tensar, polarizar. Lo curioso es que no se ha dado cuenta de que una buena parte de la izquierda local sólo sabe disparar con pólvora mojada y que está feliz con que gobierne el PP y limitarse a criticar sus circunstancias sin alzar en demasía la vox. Y que sus mejores representantes estarán los días de guardar en Luceros, haciéndose selfis. Y es que el lema de las izquierdas alicantinas es: per Sant Joan, bacores!, verdes o madures, pero segures.

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