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Mercè Marrero.

Aburrirse es un lujo

La ciencia ha definido a la persona más aburrida del mundo. Un analista de datos, religioso, que ve la tele y vive en la ciudad. Que alguien nos lo explique

Una joven estudia delante del ordenador y libros. DAVID REVENGA

Me llaman la atención los resultados de ciertos estudios. Vienen precedidos de titulares como: “Los siete beneficios increíbles que te aporta el zumo de granada”, “Por qué nos fijamos en parejas menos inteligentes que nosotros” o “La Universidad de Harvard da con las claves de las canas en el pelo”. Siento curiosidad por conocer el proceso hasta llegar al titular lo suficientemente curioso como para hacer clic. O qué lleva a unos investigadores con bata blanca a juntarse alrededor de una mesa y a decidir qué cuestiones son lo suficientemente interesantes como para invertir tiempo, dinero y talento en ellas.

No me he podido resistir a “Así define la ciencia a la persona más aburrida del mundo”. Según investigadores de la Universidad británica de Essex, el perfil más anodino es el de un trabajador religioso, que se dedica al análisis de datos, le gusta ver la televisión y vive en una ciudad. El mismo equipo de (se supone) investigadores ha dictaminado que entre las aficiones más soporíferas está observar pájaros, fumar o la religión. Tengo lo que merezco. He clicado sobre un titular surrealista y me encuentro con información de la misma naturaleza. Mea culpa. Sin embargo, ¿por qué le tenemos tanta tirria al aburrimiento? Una prima mía le dijo a su padre que sentía hastío y éste estuvo a punto de darle un sopapo al grito de “¡Nadie inteligente se siente así!”. Hay frases que escuchamos de pequeñas y marcan nuestra forma de ser. Mi prima tiene cargo de conciencia si está inactiva y, por eso, vive bajo estrés constante. Ese progenitor hubiera aportado algo positivo a la humanidad si le hubiera respondido con un “Qué bien. Puede que de ahí salga algo bueno”. Ella, seguro, se tomaría la vida de forma diferente. Hoy, si un niño se queja por no saber qué hacer, le plantamos un móvil delante o le apuntamos a extraescolar tras extraescolar. El bostezo por aburrimiento genera pánico.

En su libro Pensamientos, Pascal decía que no hay nada tan insoportable como estar en pleno reposo, sin pasiones, quehaceres o divertimento y que era justo ahí cuando la persona sentía un vacío que provocaba que, del fondo de su alma, apareciera el aburrimiento. Personalmente, me gusta estar aburrida. Quiere decir que tengo tiempo libre y pocas preocupaciones. De hecho, pienso que es un estado que disfrutan los privilegiados. Kierkegaard asoció el aburrimiento con la creatividad y aseguró que esa apatía provocó que los dioses crearan la humanidad. La idea es poética. Pintores, músicos y artistas, en general, paren grandes obras a partir de esa nada.

Volviendo al estudio, alguien capaz de analizar datos no es el prototipo de persona aburrida. Las mentes organizadas y analíticas son admirables. También lo son las personas capaces de mantenerse inmóviles en un entorno natural y, simplemente, observar el comportamiento de los pájaros. Con la religión pasa algo parecido. Enhorabuena a los que encuentran sosiego en sus creencias, siempre que no insistan e intenten adoctrinar. Coincido en que quien disfruta de estar plantado delante de la tele es poco motivante, como tampoco lo es el incapaz de levantar su vista del móvil durante una cena. Fumar es una pena y soy incapaz de interpretar el dato relacionado con vivir en la ciudad. Llegados a ese punto, los investigadores debían estar aburridos.

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