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Ánxel Vence

Irresponsables

El rey Juan Carlos I a su llegada al palacio de la Zarzuela.

Hay mucho irresponsable en España, empezando por el máximo nivel. Dice en efecto el artículo 56.3 de la Constitución que “la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. El -o la- monarca no puede equivocarse ni, por supuesto, cometer delito. Pero, aun si lo perpetrara, habría que remitirse al artículo anterior.

Así se entiende que la aspiración más extendida entre el vecindario de este y otros países sea la de vivir a cuerpo de rey. No tanto por el acceso gratuito a palacios, yates, aviones, viajes, escoltas y demás provechos adjuntos al cargo; sino más bien por el derecho a hacer lo que a uno le dé la real gana sin temor a las consecuencias.

La irresponsabilidad no es solo cosa de España, desde luego. Otras constituciones protegen a sus jefes de Estado, siempre que actúen en el ejercicio de las funciones que les son propias. Es un asunto profesional, dado que están en la obligación de respaldar con su firma las decisiones tomadas por otros.

Difícilmente podrían apelar a ella en el caso de que los pillasen en fraude fiscal, pongamos por caso; o en cualquier otro delito cometido a título personal.

No está claro que ocurra eso en España, donde los juristas discuten aún sobre la extensión de tal privilegio; aunque tienden a interpretar que la irresponsabilidad abarca también los actos particulares del rey.

Todo esto viene de antiguo. En la Constitución liberal de 1812, viva la Pepa, el rey Fernando VII lo era “por la gracia de Dios y la Constitución”. Doblemente agraciado, por tanto. Esa gracia divina se mantuvo en algunas de las constituciones del siglo XIX, que consideraban “sagrada” e “inviolable” la persona del rey.

En la de 1978, ahora vigente, desapareció tal gracia; pero se mantiene, como hace dos siglos, la irresponsabilidad del monarca.

El rey pasa a ser en el nuevo texto constitucional el “símbolo de la unidad y permanencia del Estado”; y como un símbolo no puede delinquir, la persona del jefe del Estado no está sujeta a responsabilidad.

Aquí entramos en el terreno de la metafísica aplicada a la Corona. No es frecuente, desde luego, que un símbolo acuda a las regatas, salga en el Hola o inaugure congresos y obras públicas, además de moralizar al pueblo en sus discursos de Nochebuena. Quién lo hace es una persona, que a la vez es rey y, por tanto, símbolo de la unidad. Persona, rey y símbolo podrían confundirse a ojos del profano; y en esto se conoce que la Monarquía, que en principio tuvo origen divino, comparte también misterios con la Iglesia y sus trinidades.

Pese a todas estas amenidades jurídico-metafísicas, la Monarquía ha perdido gran parte de su original aura divina para convertirse en un asunto terrenal.

De hecho, podría entrar en el juego de partidos si sus más ardorosos partidarios insisten en convertirla en una institución de derechas. También a la República, democrática, pero apartidaría, la prohijaron en su día las izquierdas, incurriendo en el mismo error. En realidad, cualquiera de los dos regímenes funciona en Europa, donde una y otra forma de Estado conviven sin problemas con la democracia.

Lo de la irresponsabilidad, tan española, ya es una cuestión particular de la Constitución de este país. Sorprende un tanto que el símbolo de su unidad y permanencia pueda ser, técnicamente, un irresponsable. Habrá que consultar a Peñafiel.

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