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Tomás Mayoral

Ciudad de la Luz. Estudio de cine. Interior-Día. Toma 1. ¡Acción!

Ximo Puig ha comparecido este miércoles en Ciudad de la Luz Héctor Fuentes

Cuando el próximo 1 de julio la Comisión Europea le quite definitivamente la mortaja a Ciudad de la Luz, el complejo volverá a ser la fábrica de sueños que nunca debió dejar de ser. El sitio de la luz habrá cerrado una década de oscuridad, como el final de un largo fundido en negro. Durante estos diez años, Ciudad de la Luz ha sido uno de esos perdedores entrañables que pueblan la historia del séptimo arte. Como ellos, ha malvivido saliendo y entrando de muchos trabajos después de que le echaran del suyo, igual que le solía pasar a algunas estrellas que han hecho (casi) de todo, de mala racha en mala racha, antes de triunfar delante de las cámaras. Si lo piensan, han sido “trabajos” que hubieran dado para una buena película: aspirante a “valley” de empresas digitales, vacunódromo de masas en una pandemia mundial, centro de refugiados de una gran guerra. Ciudad de la Luz no ha dejado de vivir muchas historias en esta década, pero han sido relatos cruzados de una sola historia vicaria, porque no era la suya. Su regreso es uno de esos guiones de superación con antihéroe incluido que tanto gustan al público, porque los estudios alicantinos se han ganado el derecho a una segunda vida cuando ya muchos se habían olvidado de su existencia. Si Ciudad de la Luz vuelve por sus fueros, como parece que va a hacerlo, Ximo Puig debería aparecer en lugar destacado en los títulos de crédito de esta peli con final feliz. Hay que admitir que lo fácil desde su posición de presidente ‘heredero’ de un proyecto megalómano condenado por la Comisión Europea por hacer trampas hubiera sido quitarse el muerto de encima, pareciendo o no un accidente. Nadie le hubiera podido criticar por malvender esos tristes estudios vacíos por una mínima parte de lo que costaron. Pero Puig quiso ser ese entrenador correoso que saca al protagonista vapuleado del pozo, que cree en él cuando todos le han dado la espalda. “El Consell no quiso resignarse”, explicaba el president ayer en el marco, por una vez realmente incomparable, de uno de los estudios de Ciudad de la Luz. Cuando el ‘Brexit’ llegó como ese “deus ex machina” que salva al héroe por los pelos y en el último momento, cogió la oportunidad por las solapas y pidió la reapertura del caso. Europa no pudo decir que no y anuló la condena. Si el Reino Unido, pérfido fiscal del caso, se largaba, desaparecía el agravio que lo causó todo. Era de cajón de madera de pino que fuera así, de “Pinewood”, que dirían los británicos evidenciando una vez más lo bien que suena todo en inglés. Pero hacía falta aguantar y esperar a la escena que venía después del fundido en negro. Y luego había que quedarse hasta el final de la película y entender el primoroso bucle cinematográfico que convierte ese final en el principio de un nuevo film, de una nueva vida. Se nota que a Puig le gusta el cine.

Y una cosa más:

Hay exitosas ciudades en este mismo solar ibérico que han convertido en un arte la queja, la denuncia digna del agravio, la vindicación permanente de lo que crees que es tuyo y de ninguna manera vas a permitir que te lo quite nadie. Con convicción y respeto. Sin que lo cortés quite lo valiente. Puede que aquí se denomine "dar la matraca" y suene aún a peyorativo pero en Washington lo llaman "hacer lobby" y es un oficio prestigioso y bien pagado. Nunca hay que dejar de quejarse porque somos periferia y la periferia tiende al olvido, especialmente por parte del centro. De momento, los AVE de Alicante se quedan en Atocha. Ahí lo dejo. 

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