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Tomás Mayoral

Alguien debería hablar con Oltra

Mónica Oltra con una de las camisetas que motivó su expulsión en una sesión plenaria de las Cortes. JOSE ALEIXANDRE

Aunque sean legión los que lo piensan, nadie quiere decir abiertamente dentro del Botànic que Oltra debe irse. Los propios porque, salvo el huido Marzà (hábil como ha demostrado ser, ahora se ve que su súbita marcha era para evitar el día de ayer estando dentro del Consell) están atrapados en sus propias contradicciones y tienen más miedo al post-oltrismo que al seguidismo kamikaze de que Mónica se quede, aunque los arrastre a todos en su caída. 

Los extraños porque pese a saber que el globo electoral vuela ya bajo y que el lastre de un Compromís despedazado por su propia parroquia sería letal para sus aspiraciones de seguir gobernando, tienen miedo a la reacción incontrolada del animal herido. Cuando digo su propia parroquia hablamos de los votantes de Compromís, de esa gente de izquierdas, nacionalista o ambas cosas a la vez que no va a perdonar la inconsecuencia ética, que no va a entender que la más significada de las suyas caiga en la doble moral que tanto ayudó a desenmascarar cuando eran otros los que la ejercían. Su iNadie se atreve en el Consell a decir que Mónica no puede arrastrar el nombre de la institución sentando como imputada a su vicepresidenta ante los magistrados del TSJ. 

Sea cual sea el resultado final, lo que le espera allí es un infierno porque Mónica quiso plantearlo como un desafío, de poder a poder, a esos jueces. Los señores de la toga llevan mal los desafíos. Además, no sabemos qué puede salir cuando se empiece a cavar con una atención mediática previsiblemente brutal (a ver qué guión de serie se ha atrevido con los elementos que tiene este caso) que puede agravar aún más la situación. Día a día. Minuto a minuto. 

Mónica no puede entender que el mundo puede funcionar solo a base de adhesiones inquebrantables, de prietas las filas, de impasible el ademán y de un culto a la personalidad más interesado que real, porque eso son las cosas que ella ha puesto a parir durante décadas y caer en ellas ahora está feo, es estéticamente imperdonable. Ética y estética son una vez más los dos extremos de una cuerda que la amarra y le deja una sola salida. Tiene derecho a defenderse, faltaría más, pero sin utilizar la institución de la que forma parte en esa defensa. Nadie del Botànic se atreve a decirlo y a decírselo. Pero alguien debería hacerlo.

Y una cosa más:

Habrá cuarta dosis de la vacuna contra el COVID. La ministra de Sanidad, Carolina Darias, anunció ayer que la decisión de las autoridades sanitarias está tomada, en un anuncio sorprendente porque ningún país del mundo ha llegado aún a tanto. Hemos interiorizado la pandemia y "gripalizado" el virus, que sigue teniendo una incidencia alta, aunque sus efectos, precisamente por las vacunas, sea ya muy leve. Habrá que hacer mucha promoción y mucha pedagogía de nuevo porque va a ser difícil alcanzar las cotas tan altas de las dosis anteriores entre la población.  

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