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Rafael Simón Gil

EL OCASO DE LOS DIOSES

Rafael Simón Gil

El daño, los daños y las dañadas

La vicepresidenta del Consell, Mónica Oltra, durante su comparecencia de este viernes. Francisco Calabuig

Por lo general, todo, o casi todo, es cuestión de tiempo, la única incógnita a despejar de esta implacable ecuación es saber cuándo. Desde tiempos remotos el ser humano ha venido haciéndose esa trascendental pregunta con el objeto de saber, entre otras conspicuas cuestiones, por qué estamos en este mundo y qué nos deparará la vida (póngase como ejemplo el de los filósofos machistas del siglo V a.C., a los que afortunadamente el gobierno “femiwokequeer” ha puesto tasa arrojándolos -a los filósofos- a la hoguera de indeseables). A la cuestión del tiempo, y en los tiempos que han sucedido desde Heráclito, se fueron añadiendo las cuestiones ideológicas, léanse, por todas, las pergeñadas por un feminista convicto y confeso como Carlos Marx, inventor del marxismo transmutado a socialismo científico y, después, a comunismo (por todos, de nuevo, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot o Fidel Castro, consumados feministas). Cuando los paraísos miltonianos se perdieron definitivamente en campos de concentración, detenciones indiscriminadas, torturas, fusilamientos, hambre, pobreza y falta de libertad y democracia, la contemporaneidad ideológica devino en un cambio de estrategia fundamental, a saber: si ya no podíamos vender ideología comunista por su patético y trágico fracaso, vendamos identidades. Y en esas estamos.

La progresía neocomunista, el izquierdismo pleonástico y las maniqueas obviedades binarias (salvad el planeta; un mundo mejor; paz y amor; no más hambre; que no haya pobreza, etcétera), fueron las nuevas banderas que enarbolaron quienes, solo décadas atrás, desertizaron el mar de Aral en la comunista Unión Soviética causando un daño medioambiental irrecuperable, y también silenciaron la catástrofe de Chernóbil. Los mismos que impusieron las hambrunas al campesinado de Ucrania o las que produjo el Gran Timonel Mao en China con decenas de millones de muertos. La ideología que propició los asesinatos genocidas de los “jemeres rojos” camboyanos, la persecución de los homosexuales en todo el orbe comunista, y especialmente en los campos de “reeducación” instalados por el icono pop del Che Guevara y su boina. Pero también quienes practican, sin el menor pudor, la preterición sistemática de los derechos de la mujer en esa otra sociedad religiosa alternativa (Irán, Afganistán, Egipto, Sudán, Paquistán, Arabia Saudí…) que se nos intenta vender como multicultural, como el logro de la Alianza de Civilizaciones. Todo ello, insisto, ha venido de ese neoizquierdismo en que ha mutado el socialismo que se llamaba científico, el comunismo y la izquierda fashionprogre que, a falta de ideología científica, del fracaso de la lucha de clases, cambia de guión y hoy vende aquello que previamente se había encargado de destruir, sobre todo, las señas identitarias, entre las que se encuentra la ideología de género.

Pero como no podía ser de otra manera, dado el código genético de quienes hoy vuelven a alzarse como únicos valedores y custodios (lean también, por favor, valedoras y custodias) de género, de los derechos de la mujer, todo debe hacerse desde la concentración de poderes, desde las élites orgánicas, desde la dictadura, desde la estigmatización de quienes no siguen milimétricamente, con absoluta devoción y obediencia, a las nuevas sacerdotisas (también hay pitonisos y popes de entre ellos, pero solo se les consiente estar, no ser) que vigilan el templo de la ortodoxia. Es lo mismo que hace unos decenios respecto del comunismo, pero al fracasar, muta. Y volvemos al principio: todo es cuestión de tiempo. Es decir, el tiempo en que la sociedad, la ciudadanía, contempla nuevamente las falacias que esconden estas élites que se autoeligen para gobernar a las masas, antes llamadas proletariado.

Esta semana conocíamos que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana (TSJCV) llamaba a declarar, en calidad de investigada (antes imputada), a la todopoderosa vicepresidenta de la Generalitat Valenciana Mónica Oltra por los abusos de su exmarido a una menor tutelada. Sí, es la misma Mónica Oltra otrora implacable azote de los azotes, papisa de la ideología de género, defensora, casi en régimen de exclusividad, de las mujeres y las desamparadas, de las más vulnerables, sobre todo de las menores. Y claro, con esas credenciales, con ese currículo inmaculado y esa acrisolada credibilidad, al populacho se le antojaba ontológicamente imposible que pudiera haber el más mínimo atisbo de desviación en sus conductas, no solo personales -que sería obligado desde el canon de la ortodoxia de género-, sino, sobre todo, en las institucionales, en las de responsabilidad política como máxima tutora de los derechos y la defensa de las mujeres, sobre todo, insisto, de las menores tuteladas.

¿Defensa de las mujeres y sus derechos? ¿Defensa de los derechos de las mujeres que han sufrido abusos sexuales? ¿Defensa de los derechos de las mujeres más vulnerables que han sufrido abusos sexuales? ¿Defensa de los derechos de las mujeres más vulnerables, menores y que han sufrido abusos sexuales? ¿Defensa de los derechos de las mujeres que han sufrido abusos sexuales, más vulnerables, menores y tuteladas? ¿Qué parte del no es no y no han entendido ustedes dos? ¿Cómo es posible que la ministra de Igualdad, Irene Montero, no haya salido todavía -reitero todavía- en manifestación junto al sínodo plenipotenciario de las defensoras de género en defensa de esa mujer menor y tutelada, de esa niña que ha sufrido abusos sexuales? Recuerden que cuando ocurrieron los deleznables y repugnantes hechos de que fue objeto esa mujer menor y tutelada, una niña de 14 años, el autor de los mismos -condenado a cinco años de prisión por abusar de la menor- aún era el marido de Mónica Oltra. ¿Dónde está el ultrafeminismo en este turbio asunto? ¿Dónde están mirando Calvo, Belarra, Yolanda, Montero y un largo etcétera? ¿Y ellos? El daño ya está hecho y la víctima ha sufrido un interminable calvario. Los daños siguen produciéndose por el escándalo y la desconfianza que todo ello suscita. Y las dañadas son todas esas menores tuteladas que, en silencio, abandonadas a su suerte, vilipendiadas y desprotegidas, gozan de la irónica, trágica condición de tuteladas por las defensoras de género. Y todas y todos de perfil. A más ver.

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