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Matías Vallés

Los tecnomelones de Gabriel Rufián

Gabriel Rufián.

Mi mayor asombro tecnológico no radica en el poderío de las innovaciones, sino en que un teléfono móvil cueste más que una sandía. Alarmarse por esta desigualdad suena esperpéntico, hasta tal punto tenemos interiorizada la dictadura informática resumida en las bufonadas de Facebook o Twitter. Con todo, cuando una persona no transhumanista se pasa un día sin beber, hasta un economista tenderá a conceder que se incrementa el valor que concede a la pieza de fruta, y decrece el peso monetario otorgado a su utensilio telefónico esencial.

El mayor precio de un smartphone sobre una sandía (a la que ni siquiera anglificamos en watermelon) no refleja el coste superior del primero de los productos. Los mismos expertos, no se me ocurre mayor insulto, que decretan esta jerarquía se derraman en elogios sobre el milagro del funcionamiento de los seres vivos. Un móvil cuesta más que la fruta para encarecer la preeminencia de las personas involucradas en su fabricación, frente a los humildes labriegos. Repito, hasta que llega la sequía. Y no se trata aquí un tema abstracto o intemporal. Nada menos que Gabriel Rufián trasladó ayer la estupefacción tecnoagraria a la sesión de control del Congreso. Tratándose de la izquierda siempre tramposa, ha adaptado el dilema móvil/sandía como una mera estrategia asfixiante del capital.

Rufián se escandalizó de los melones a trece euros, con un salario medio a 16.300. Según se ve, el precio de las cucurbitáceas se equipara poco a poco con el de los prodigios informáticos, aunque los pioneros en la denuncia de esta contradicción aspirábamos a que la corrección igualara a la baja. Y los adictos a Tip y Coll no debemos dejar de reseñar que el sueldo anotado permite que un trabajador compre más de mil melones al año, a cambio de que no realice ninguna otra transacción económica. La aportación valiosa del independentista consiste en asumir que esa inflación «nos puede arrasar a ustedes y a nosotros». La liquidación política ya está ocurriendo porque no es el IVA, son las sandías. Y su injusta infravaloración frente a los artilugios electrónicos, en nuestra trascendente aportación.

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