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Pilar Ruiz Costa

La importancia de llamarse Antonio

¿Qué nombres triunfan entre los bebés alicantinos nacidos esta última década?

Al llegar a la piscina me crucé con una mujer con una sillita de bebé. La criatura tendría aún más ganas de agua que yo y sin haber aparcado del todo saltó y echó a correr, mar adentro. Entonces la mujer le gritó: “¡Fernández, no, Fernández!”. Yo no daba crédito y me giré —lo que son las cosas— tratando de ver si el niño, de verdad, tenía cara de Fernández.

Tirando de probabilidades —quiero decir: prejuicios—, diré que por el aspecto de la señora no creo que fuera la madre, sino la niñera, pero no pude evitar preguntarme en qué punto un niño de tan corta edad ya se ha quedado sin nombre. Y mi cabeza submarina empezó a bucear por los recuerdos de EGB entre Pepes y Antonios que acabaron convertidos en Sánchez o García solo si tuvieron la suerte de que Cuatro ojos, Orejas de soplillo o Vaca gorda ya estuvieran pillados. El bullying no estaba descubierto, pero tampoco la audacia en los padres que a lo más que llegaban, si ya tenían un Antonio, era a ponerle José Antonio o Juan Antonio. Como cantaba Rosa León: “José se llamaba el padre, Josefa la mujer y tenían un hijito que se llamaba…”.

¿Escucharemos a lo largo de nuestra vida alguna palabra más que nuestro propio nombre? A los gritos para que salgas del agua, te acabes la comida o vayas a la pizarra. Alguien alguna vez nos lo susurrará al oído. Lo subrayaremos en infinitas firmas. Ahí estará, en las mayúsculas doradas de algún diploma; encabezando nóminas, multas y las sobrecogedoras comunicaciones de Hacienda somos todos. Decimos que nuestro nombre nos va a acompañar toda la vida, pero es más grave, que los camposantos están llenos de los nombres de quienes ya solo eso les queda.

Y quién lo iba a decir, también hay nombres que mueren contigo. El doctor en historia medieval, Dr. J, publicaba en su cuenta de Twitter: “Estoy desolado, la última mujer española que se llamaba Urraca falleció en 2015. No hay nadie en España que se llame Urraca, repito: no quedan Urracas. En cambio hay 189 Daenerys, 1168 Aryas y 624 Shakiras. Llorando”.

Y el guionista y director Jorge Naranjo: “Me parece injusto que haya mujeres que se llamen Angustias, Dolores o Soledad y no haya ningún hombre que se llame Agobio, Espasmo o Alboroto”.

Porque bien lo saben los Fernández, las Urraca, los Vaca gorda y Cuatro Ojos; hay nombres que pesan, que duelen más que otros. Imagínense llamarse —toda la vida— Socorro, Sandalia o Primitiva. Imagínense llamarse Auxilio, Pancracio o Tesifonte. ¿Y qué hacemos con los padres que, aun conociendo la herencia demoníaca que legaban a sus hijos, dieron a luz a María Concepción Culo Bonito, José de la Polla Grande, Antonio Bragueta Suelta o Ana Mier de Cilla? —Todos nombres verídicos—. Hay historias de amor donde se masca la tragedia en sus apellidos que ríase uno de los Capuleto y los Montesco, pero, ¿cómo explicas a tus hijos que te pareció una buena idea llamarlos Dolores Fuertes de Barriga, Armando Guerra Segura, Luz Cuesta Mogollón, Sandalio Botín Descalzo o Miren Amiano Desnudo? Todos nombres reales que se pasaron por el forro el Artículo 54 de la Ley de 8 de junio de 1957 sobre el Registro Civil: “Quedan prohibidos los nombres extravagantes, impropios de personas, irreverentes o subversivos así como la conversión en nombre de los apellidos o pseudónimos”. O en su modificación de 1994: “Quedan prohibidos los nombres que objetivamente perjudiquen a la persona, así como los diminutivos o variantes familiares y coloquiales que no hayan alcanzado sustantividad”.

¿En qué punto exacto tras el nacimiento ponerle a alguien un nombre “extravagante, impropio, irreverente, subversivo o la conversión en nombre de apellidos o pseudónimos que objetivamente perjudican a la persona” deja de estar prohibido?

Ya no nos quedan Urracas. Solo 20 Pantaleonas, Exiquias y Parmenias. Los nombres más comunes entre las españolas siguen siendo María del Carmen, María y Carmen —en ese orden—, pero son de otras generaciones. La de ahora es de Lucía, Martina y Sofía. España sigue siendo Antonio, Manuel y José, pero se hacen mayores. Lo que lo peta ahora es llamarse Martín, Hugo o Mateo. Antonio ha pasado del número uno en nombres asignados a los varones en las décadas de los 50 y 60 al puesto 29 en 2020, muy por detrás de Bruno, Izan, Oliver o Thiago. Traicionando a su propia etimología: Antonius; el que enfrenta a sus adversarios. Antonia ya ni aparece en la lista de los cien nombres más registrados.

¿Volverán las Antonias, las Urracas y los Cojoncios como los pantalones de campana? Den tiempo a que una serie o un futbolista condicione nuestras ganas. A las pruebas me remito: Hay 976 Diego Armando, 885 Lionel, 322 Ronaldo, 224 Neymar y 104 Fernando Alonso. Tenemos 20 Beyoncé, 107 Lady Diana —y 101 Leidy Diana— y un boom Juego de Tronos entre Daenerys, Arya, Sandor y Bran. Pero mientras, por si acaso, si tienen un Antonio en su vida, ¡cuídenlo! Que no nos damos cuenta y estamos, tal vez, puede ser… ante una especie en extinción.

@otropostdata

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