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Antonio Papell

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Antonio Papell

Ética y estética: la OTAN en el Prado

La Policía evitó un asalto al Museo del Prado contra la cumbre de la OTAN

Decía Walter Gropius que “nuestro mundo es de una infinita fealdad”. Y ciertamente, el contexto actual es brutalmente sucio, desagradable, repugnante. La guerra de Ucrania, en buena parte retransmitida casi en directo, impregna los pixeles de los televisores del hedor repulsivo de los cadáveres putrefactos. Hedor que también se inhala en la frontera de Melilla o en las rutas sureñas de Texas, donde el hombre es mercancía dañada que puede arrojarse al estercolero de la historia.

Pues bien: en medio de este drama de sangre y miedo, la OTAN, única elaboración humana actual que todavía manifiesta su decisión de preservar los derechos humanos y las libertades civiles por la fuerza si es necesario, se ha reunido en Madrid, y en afortunada convergencia, ha celebrado una histórica reunión en uno de los más hermosos rincones del mundo, el Museo del Prado, donde la estética —es decir, el valor de la sensibilidad humana— guarda sus mejores tesoros.

Ya se sabe: José María Valverde, catedrático de Estética en Barcelona, abandono su cátedra cuando al catedrático de Ética Aranguren le privaron en Madrid de la suya: “Nulla esthetica sine ethica”. Siglos antes, Nietzsche lo había propuesto al revés: “Nulla esthetica sin ética”. Y también es incuestionable.

Esta vez, la ética y la estética parecen haber ido de la mano frente a la irracionalidad, el furor y la propia guerra. Y ese maridaje es el secreto del único futuro posible, que pasa sin duda por defender la civilización que ha sido capaz de engendrar a Velázquez, a Picasso y a la democracia parlamentaria en su irrenunciable tradición de mejora constante del ser humano.

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