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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Un nuevo material de resistencia

La frialdad con que el Gobierno de izquierdas ha evaluado la tragedia ocurrida el viernes pasado en la valla de Melilla nos coge por sorpresa, acostumbrados a la política intensa, cargada de gestos y empatía

Una imagen del intento de salto de la valla de Melilla.

La masacre en la frontera de Melilla, 23 muertos y docenas de heridos, pilló a España con los últimos preparativos de la cumbre de la OTAN. Está uno acicalando la alfombra roja que pisarán los líderes mundiales en la puerta delantera y los desposeídos de la tierra embisten la trasera. De todas las malas respuestas posibles que Pedro Sánchez pudo ofrecer sobre el consumado desastre, el presidente español escogió la peor, la menos compasiva. No estamos acostumbrados. Llevamos años de política intensa, de reacciones sobreactuadas de empatía con todo lo que se mueva y sufra, sea Rociíto, sean los perros abandonados en verano, los desplazados por un incendio o las víctimas de un naufragio de patera. Y de repente se acabó la solidaridad, que se reserva para Marruecos y sus fuerzas de seguridad en la represión brutal del asalto a la verja. De tender la mano a Open Arms para inaugurar la legislatura del cambio y la cooperación, a invocar la integridad territorial como única norma moral. En qué habrá quedado la frase «haber salvado la vida de 630 personas hace que valga la pena dedicarse a la política» del libro de Sánchez Manual de Resistencia, sobre la acogida a los inmigrantes rescatados por el barco Aquarius en el Mediterráneo. Ahora se resiste agarrado a la silla mirando para otro lado, como en política se ha hecho toda la vida. La violencia de la carga policial y las fosas cavadas en tiempo récord para meter dentro a los subsaharianos aplastados, muchos refugiados procedentes de países en guerra, y el cerrojazo informativo, han merecido una elocuente callada del gobierno de izquierdas. Qué les costaba a presidente y ministros mostrarse un poco más tristes y menos contrariados; ni se han tomado la molestia de fingir.

Vamos a tener que redefinir el concepto de tragedia humanitaria. Para empezar, dejará de considerarse como tal todo acontecimiento que les haga luz de gas a los grandes estadistas cuando están ocupados en asuntos trascendentales de geopolítica. «Hi Joe, al fin solos, ¿cómo te va?». «Algo fastidiado, Pedro. He mandado a Kamala a gestionar el asunto de los cincuenta y pico inmigrantes latinos asfixiados en un camión abandonado en Texas. Se le da bien». «Son las mafias, Joe. No hay nada qué hacer. Yo no me canso de repetirlo y me critican». «Mejor si lo explica una persona racializada, lo tengo comprobado».

En la reunión de la OTAN, la empatía se reserva a las mujeres. A las primeras damas, con su agenda secundaria paralela que proporciona suculentas contracrónicas para diarios y revistas del corazón. Hace un tiempo, mientras ellos cortaban el bacalao, ellas se daban un paseo por algún museo o se iban al ballet. En la actualidad visitan además casas de acogida, dedicándose al amor mientras ellos preparan la guerra. La reina Letizia y Jill Biden recorrieron un centro de refugiados ucranianos en Pozuelo de Alarcón. Allí se hicieron el inevitable selfi con el cocinero José Andrés, que en sus caravanas de World Central Kitchen alimenta en la frontera a los desplazados por el ataque de Rusia a Ucrania. También se reunieron con diferentes oenegés que actúan en la zona de guerra. Quién sabe si llegaron a comentar algo sobre las desgracias cercanas que hace tiempo que dejaron de resultar fotogénicas.

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