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Esperando a Godot

Daniel McEvoy

El Ministerio del silencio

A pesar de que el dato de inflación publicado el pasado miércoles le ha restado algo de protagonismo por un instante, el «amado líder» está teniendo su momento de gloria gracias a la cumbre de la OTAN que se está celebrando en Madrid. Ni siquiera que le colocaran la bandera de España del revés, acaso por un agente de la inteligencia marroquí infiltrado, ha empañado sus apariciones en público.

Johnson y Biden, durante el encuentro de la OTAN en Madrid JONATHAN ERNST

Hace ya un tiempo, el 20 de julio de 2018, en un artículo publicado en esta misma sección, titulado Nineteen-Eighty-Four, comentamos una de las más conocidas novelas del celebérrimo escritor inglés George Orwell: 1984. En esa novela que representa un futuro distópico que ya hemos superado con creces, el régimen dictatorial al que estaban subyugados los personajes de la historia había creado una serie de ministerios que regían sus destinos.

El Ministerio del silencio

En concreto, esos ministerios eran el Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a las noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas artes, el Ministerio de la Paz, para los asuntos de guerra, el Ministerio del Amor, encargado de mantener la ley y el orden, y el Ministerio de la Abundancia, al que correspondían los asuntos económicos. En la neolengua que utilizaban los dirigentes del régimen esos ministerios se denominaban Miniver, Minipax, Minimor y Minindancia.

En concreto Winston, el protagonista de la novela, trabajaba como funcionario en el Ministerio de la Verdad y su trabajo consistía en alterar noticias ya publicadas en la prensa para que se acomodaran a los intereses del líder, el Gran Hermano, y a traducir del inglés a la neolengua del régimen una serie de textos. En la nívea e imponente fachada que albergaba el enorme edificio de oficinas que constituía el Ministerio podía leerse adherido a ella su lema: «La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza».

Los acontecimientos acaecidos la última semana en España, y también en Elche, como les relataré más adelante, han hecho que lo que parecía una desbordante imaginación cuando Orwell pergeñó la trama de su novela, se hayan visto totalmente superados por la realidad de un Gobierno, y de un equipo de gobierno municipal, que tienen una capacidad de tergiversar la realidad que asombraría al propio Winston, protagonista de 1984, a pesar de que su función en el Ministerio en el que prestaba servicio fuera precisamente esa.

Los hechos a que me refiero tuvieron su primer episodio tras las declaraciones del presidente del Gobierno que siguieron al violento asalto a la valla de Melilla, y posterior entrada en territorio español de al menos un centenar de ellos, por parte de unos quinientos emigrantes de origen subsahariano, veintisiete de los cuales, siempre según fuentes marroquíes, murieron como consecuencia de los esfuerzos realizados por la gendarmería alauita por evitar esa violación de nuestra frontera.

En concreto, en las declaraciones de Pedro Sánchez a las que me refiero éste afirmó que «el intento masivo de cruzar la valla en Melilla había sido ‘bien resuelto’ por las fuerzas de seguridad españolas y la Gendarmería marroquí». Es evidente que cualquier país del mundo tiene el derecho, casi la obligación, de defender sus fronteras de intentos de entrada ilegales, máxime si son masivos, orquestados y violentos como los que se vienen produciendo en Ceuta y Melilla los últimos años; pero subcontratar con una dictadura esa potestad, mostrando además una falta de empatía con las víctimas rayana en la psicopatía, debería tener consecuencias políticas.

Consecuencias que todos pensábamos que se iban a dirimir tras la rueda de prensa que siguió al Consejo de Ministros del pasado lunes, en el que compareció la ministra de Igualdad, Irene Montero, junto a la ministra Portavoz, Isabel Rodríguez, y la vicepresidenta Nadia Calviño; hasta en cinco ocasiones interpelaron los periodistas a la podemita sobre los sucesos acaecidos en nuestra frontera sur y otras tantas fueron las que la Portavoz del Gobierno le impidió contestar, inaugurando con ello un nuevo ministerio de corte orwelliano: el Ministerio del Silencio, o Minisil, cuya máxima es la de permanecer calladitos para no perder la poltrona.

Pero que no cunda el pánico. A pesar de que el dato de inflación publicado el pasado miércoles le ha restado algo de protagonismo por un instante, el «amado líder» está teniendo su momento de gloria gracias a la cumbre de la OTAN que se está celebrando en Madrid. Ni siquiera que le colocaran la bandera de España del revés, acaso por un agente de la inteligencia marroquí infiltrado, ha empañado sus apariciones en público y hasta el Rey ha tenido que mostrarle en alguna ocasión donde colocarse, pues su afán de acaparar cámara siempre le hace saltarse el protocolo.

Sin embargo, dejando a un lado las bromas que genera el carácter poco modesto de nuestro presidente, cuando esta cumbre de la OTAN se analice de una manera más fría, nos daremos cuenta que el único líder de la organización que realmente ha conseguido una victoria política significativa ha sido el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, al lograr, a cambio de levantar su veto a la entrada de Suecia y Finlandia, que esos dos países reconozcan al PKK, grupo que promueve la separación del Kurdistán, como una organización terrorista. Pero las reuniones y el comunicado final, en cambio, se cierran sin una sola mención expresa a la defensa de las ciudades españolas africanas de Ceuta y Melilla.

Cuando esta cumbre de la OTAN se analice de una manera más fría, nos daremos cuenta que el único líder de la organización que realmente ha conseguido una victoria política significativa ha sido el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan

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Mientras tanto, en Elche, el PSOE y Compromís calcan, dentro de las competencias que tienen atribuidas en el consistorio, los comportamientos de los partidos que conforman la coalición que rige el Gobierno de España. Es decir, la incongruencia, la inconsistencia, la falta de criterio y los giros copernicanos en sus planteamientos. Si Orwell levantara la cabeza no entendería lo del «Mercado Provisional», que podríamos llamar «Provimer», en neolengua, transformado en definitivo. Bueno, no lo entiende ni Orwell ni nadie, pero tampoco nos lo explican.

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