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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

¿Quién va a ganar las elecciones?

Las encuestas que manejan los partidos sitúan al bloque de la derecha por delante de los partidos del Botànic - Puig aún gana en las preferencias, pero los factores externos juegan en su contra y a favor de Mazón

Reunión entre Puig y Mazón en Valencia.

Escribí aquí el 4 de julio de 2021 («Comienza el espectáculo») acerca de la amenaza real que la llegada de Carlos Mazón a la presidencia regional del PP de la Comunidad Valenciana suponía para los partidos que gobiernan la Generalitat. «El presidente de la Diputación de Alicante abre una nueva etapa, en la que el PP deja a un lado los complejos y se muestra convencido de que puede volver al poder en la Comunitat», decía uno de los sumarios de aquel texto. Un año después, los populares celebraron ayer (de nuevo en València, hay cosas que no cambian nunca) el primer aniversario de aquella entronización con lo que entonces era una brisa convertida en viento de cola. Ni reaccionaron aquel día el PSOE y Compromís (Unidas Podemos es en este territorio un mero convidado de piedra), ni está claro que sean capaces de hacerlo ahora.

Las últimas encuestas que manejan los partidos políticos sitúan ya al bloque de la derecha, representado por el PP y Vox, por delante en votos y escaños del de la izquierda, algo que hace un año no ocurría. Son encuestas, es decir, fotos fijas de un tiempo y unas circunstancias. Y están hechas en el momento más dulce para los populares, recién contados los votos que les han dado el gobierno con mayoría absoluta en Andalucía, la región más poblada de España y más simbólica para el PSOE. Y en la coyuntura más difícil para la izquierda desde que en 2015 recuperó después de 25 años el gobierno de la Generalitat, debido fundamentalmente (aunque no solo) a la crisis de Compromís.

En las elecciones de 2019, que por primera vez en la historia tuvieron que convocarse separadas de las municipales y unidas a las nacionales para salvar los muebles a Podemos (lo que le valió al Botànic revalidar triunfo pero a cambio dejó marcada la división y el enfrentamiento entre el PSOE y Compromís para toda la legislatura) la izquierda sumó 52 diputados, frente a los 47 que lograron el PP, Ciudadanos y Vox.

Pero aquel resultado fue engañoso.

En primer lugar, porque la diferencia de votos entre ambos bloques fue de poco más de 40.000 papeletas, sobre un censo de 3,6 millones.

En segundo lugar, porque el PP, que antes dominaba todo el espectro de la derecha, contemplaba esta vez cómo, si no tenía suficiente con la sangría que ya sufría hacia el centro liberal que decía encarnar Ciudadanos desde 2015, ahora se veía obligado a competir con otra marca por su extrema derecha, que venía pisando fuerte: Vox.

Se podrá decir que lo mismo le ocurría al PSOE del otro lado. Pero no es exactamente así. Los socialistas siempre tuvieron que pelear el voto con formaciones a su izquierda de mucho pedigrí, como fueron la extinta UPV o la sempiterna Esquerra Unida. Formaciones que las más de las veces no han sido capaces de alcanzar el porcentaje de sufragios suficiente para entrar en las Cortes Valencianas y sin embargo sí han restado escaños a la suma final de la izquierda. Pero el PP, desde que deglutió hace más de dos décadas a la antigua Unión Valenciana, nunca había sufrido quebrantos hasta 2015 y nunca de las proporciones de las de 2019.

En tercer lugar, el resultado final, ese Botànic II, de cuyos tres firmantes dos ya no forman parte del Consell, tuvo también algo de trampantojo porque las candidaturas de la derecha obtuvieron la segunda, tercera y quinta plaza en papeletas y diputados. Las de la izquierda lograron situar al PSOE por delante del PP. Pero Compromís quedó relegada a cuarta fuerza y Unidas Podemos cayó por detrás de Vox, que quedó sexto grupo de un hemiciclo de seis. Quiero decir que ya en 2019 a Ximo Puig le fallaban los socios, que de hecho retrocedieron siete escaños: dos Compromís y cinco Podemos, pese a estrenar alianza con EU.

Las encuestas que ahora están circulando invierten el escenario que se dio la noche electoral de 2019, llegando algunas (las que le hacen al PP, lógicamente) a pronosticar 52 escaños para el bloque de la derecha, frente a 47 para el de la izquierda. ¿Cómo puede darse ese vuelco? Pues como pueden ver repasando las cifras anteriores, no es necesario que se muevan muchos votos de un lado al otro para que se produzca.

La cuestión está en que, mientras en un bloque, el de la derecha, el PP recupera prácticamente a los 18 huerfanitos que deja Cs, partido que no alcanza ni el 3% de los votos cuando llegó a tener casi el 18% en las anteriores elecciones, en el de la izquierda la caída de Compromís, cuyo votante cabreado con el incomprensible espectáculo peronista que está ofreciendo la coalición parece estar por quedarse en casa y abonar la abstención, no la puede compensar el PSOE, que vuelve a crecer, como ya sucedió en 2019, pero no lo suficiente.

Los politólogos dicen que en la Comunidad Valenciana, una vez aplicada la ley D’Hont, la «prima» por ser el partido más votado supone entre tres y cinco escaños de más. Pues esa es la cosa: que el PP crece a base de recuperar buena parte de lo que se le fue en su día a Ciudadanos, pasando a ser otra vez el primer partido y cobrando el premio que ello conlleva. Y lo que los populares no se anotan se lo come un Vox cuyo crecimiento se ralentiza, pero que sigue en todo caso ganando escaños.

Mientras que en el bando que ahora forma gobierno, el PSOE también aumenta, pero no repite como fuerza predominante y encima sus posibles aliados bajan sin trasvasarle lo suficiente para desnivelar a su favor la balanza, como sí ocurrió en 2015. Compromís, en esos sondeos podría perder hasta siete de sus 17 escaños (aguanta muy bien en Valencia, pero se hunde en Alicante y Castellón, al punto de que si yo fuera el exconseller Vicent Marzà no aceptaría otro puesto en esa provincia que no fuera el de cabeza de lista y aún así no lo tendría claro). Y Podemos perdería como mínimo uno.

La política sufre una dinámica de aceleración como jamás habíamos visto. Hace un año, el día que Mazón fue proclamado líder del PPCV con Casado de padrino, me atreví a escribir que el fuerte de aquella foto, contra lo que se decía en València, no era el presidente nacional del partido, que un día defendía una causa y otro la contraria, sino el que estrenaba el cargo, o sea, Mazón, que tenía claro lo que quería. Aquello me valió alguna que otra burla. Pero doce meses después, Mazón ha celebrado su aniversario mientras lo que queda de Casado ya es historia. Así que lo que hoy dicen las encuestas, mañana puede bailar. Pero sea como fuere esto ya es cosa de dos, Ximo Puig y él. Ambos tienen puntos fuertes y débiles. De cómo los manejen dependerá el resultado final.

En el caso de Puig, no hay que ser muy avispado para comprender que el mayor activo es él mismo. De hecho, incluso las encuestas que tiene el PP, dándole al bloque de la derecha mayoría absoluta para gobernar, aún flaquean en dos preguntas claves. Cuando los entrevistadores inquieren a los encuestados sobre quién creen que va a ganar las elecciones, responden que el PSOE. Cuando les interrogan acerca de a quién preferirían como presidente, contestan que a Puig. Todavía. Pero en ambos casos, el PP y Mazón, que antes estaban muy lejos del PSOE y de Puig, ahora les pisan los talones. Puig, además, tiene el problema de que todo lo que no depende de él le resta: sus socios están a la baja, pero él parece no encontrar la forma de ir a por ese electorado sin perder votos por el centro; Pedro Sánchez le da más disgustos que alegrías; la guerra y la economía, la situación nacional e internacional, en definitiva, en la que poco puede hacer… todo le perjudica. Las encuestas retratan momentos, pero también señalan tendencias. Y su propio partido, como ya advertí aquí, está instalado en el fatalismo: nadie se esfuerza en explicar las razones por las que pueden ganar, todo el mundo se empeña en justificar los motivos por los que podrían perder.

En el caso de Mazón, ocurre al contrario: todo lo que él no maneja, le beneficia. No le importa lo que haga Vox: si crece, se aliará con la ultraderecha sin mayor problema y si la contiene, como ha pasado en Andalucía y los sondeos apuntan que también puede ocurrir aquí, los votos que los de Abascal no saquen se irán directamente a la cesta del PP y no a la de la abstención, como sucede con los que se deja por el camino Compromís. Feijóo, de momento, no sólo es que sume, es que le da a Mazón alas, mientras que su amigo Casado se las cargaba de plomo. Las penurias de la recesión a la que la guerra de Ucrania nos aboca no las pagará él, sino que se puede aprovechar de ellas. Y los suyos, lejos de la resignación, lo que están es convencidos de que el Palau será de su propiedad en unos meses.

He dicho de su propiedad, y he dicho bien. Porque si la única ventaja que le queda aún a Puig es la percepción de proximidad que sigue siendo capaz de transmitir a la ciudadanía, el mayor obstáculo que Mazón todavía tiene es el de convencer a la gente, pero sobre todo a la élite de València, de que no es una versión corregida y aumentada de Zaplana, y de su concepción del ejercicio del poder. Difícil, porque la presión que Mazón empieza a ejercer sobre los principales actores sociales se parece cada vez más a la que se vivió a mediados de los noventa con la ascensión del nuevo PP de Aznar y su corresponsal en la Comunidad Valenciana.

Baste ver lo ocurrido con la Cámara de Comercio de Alicante, cuyas elecciones Mazón se tomó casi como si fueran unas primarias de las autonómicas. Así que de repente la presidencia de una institución difícil de entender incluso para los que le hemos prestado siempre atención se convirtió en un objetivo político de tal calibre como para movilizar a todos los alcaldes populares, que llamaron a los empresarios de sus respectivas zonas para dejarles muy claro a quién había que votar. Y votaron al que les dijeron, lógicamente: no se iban a enfrentar con Mazón por una cosa como esa que les importaba un pepino ni iban a ir de valientes cuando del otro lado dejaban hacer sin inmutarse. Abandonando el campo incluso antes de empezar la batalla. Salió Baño con más de tres mil votos, pero hubiera sido elegido con más de diez mil si eso hubiera sido lo que se necesitaba. Porque si algo ha demostrado en este año de reinado Mazón es que no viene, ni pidiendo perdón (pese a todo lo que todavía nos debe en ese sentido el PP) ni pidiendo permiso. Él viene a ganar. Mientras la izquierda, o al menos una parte importante de ella, está ocupada en preparar el argumentario de la derrota.

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