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Joaquín Rábago

El regador, regado

Los ingresos de Rusia por gas y petróleo aumentan desde el inicio de la guerra.

Estaban nuestros atlantistas gobernantes convencidos del éxito de su estrategia de castigar económicamente a Rusia por su invasión de Ucrania y al final va a resultar como en aquella vieja película de los hermanos Lumière titulada “El regador, regado”.

Ya nos lo advierte el Banco Central Europeo: si, en represalia, Rusia corta el suministro del gas a Europa central y occidental, tendremos en 2023 una recesión económica y tres años de fuerte subida de precios tanto en los bienes como en los servicios.

El precio del barril de petróleo oscilará entre los 170 y los 180 dólares, el doble que el actual y habrá una fuerte caída del PIB que afectaría de modo especial a Alemania, principal motor de Europa, con graves consecuencias para todos.

La interrupción del flujo de gas frenará la actividad en los sectores productivos más expuestos ya al incremento de los precios de la energía, lo que se traducirá en una notable pérdida de competitividad en los mercados internacionales, de las que sólo pueden beneficiarse EEUU y los países asiáticos.

Por no hablar del inevitable aumento del paro en un momento en el que, siguiendo instrucciones de Washington, los gobiernos europeos han apostado por el incremento del gasto militar en claro detrimento de los por otro lado cada vez más necesarios programas sociales.

Esto es algo que parece que se ve con mucha más claridad que en Alemania en la también industrial Italia, donde ha estallado una fuerte polémica entre los partidos de la coalición de Gobierno sobre la conveniencia o no de seguir armando a Ucrania como reclama su presidente, Volodímir Zelenski.

Pero también en Alemania comienza a cundir el miedo, y los medios hablan ya de que, si Rusia interrumpe el suministro de gas, el país puede tener que recurrir a lo que llaman “una economía de guerra”, lo cual supondría una intervención directa del Estado en la actividad empresarial como ocurrió en los años cuarenta del siglo pasado.

En el caso de que Moscú llegara a ese extremo, el rendimiento de la economía alemana podría caer un 12, 7 por ciento, es decir mucho más que la caída del 4,9 por ciento que sufrió en 2020, el año de la pandemia del coronavirus, según calcula el Instituto Prognos, de Basilea.

La prolongación indefinida de la guerra, por la que parece que apuestan sobre todo los gobiernos anglosajones para desangrar, según dicen, a Rusia, puede terminar convirtiéndose en el suicidio económico de Europa.

Ocurre además que, si con el bloqueo económico y financiero impuesto a Rusia por Occidente se pretendía hundir al rublo, resulta que ha sucedido lo contrario: la divisa ha alcanzado últimamente récords históricos frente al dólar y al euro.

Ello se explica porque el rublo está estrechamente vinculado a los productos energéticos, de los que Rusia es importante proveedor y que son los fundamentos más sólidos que puede tener una moneda.

Así, el gigante gasista ruso Gazprom obtuvo el año pasado unos beneficios de 8.000 millones de dólares, un 62 por ciento más que el año anterior y los mayores de su historia, y algo similar ocurrió con la petrolera Rosneft.

Rusia, que fue expulsada por Occidente del sistema Swift, empleado por los bancos de todo el mundo para sus transacciones transfronterizas, está además desarrollando con su aliada China sistemas alternativos. 

El problema de nuestras cancillerías es que no parecen muchas veces ver que existe otro mundo, integrado por países tan importantes como China, India, Brasil, Indonesia o Suráfrica, que miran lo que ocurre en Ucrania con otros ojos y, pese a desaprobar la invasión, se niegan a seguir en todo a Washington. 

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