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Juan Carlos Padilla Estrada

Las crónicas de Don Florentino

Juan Carlos Padilla Estrada

Conciliación de derechos

Un instante de la cremà de la Hoguera Oficial, tras la palmera desde el Benacantil David Revenga

Extinguidos los ecos de las mascletás y el aroma de la pólvora, quizá convenga reflexionar sobre eso que llamamos “la festa”

En las sociedades avanzadas rige un sistema de jerarquización de derechos.

Eso consiste en supeditar unos derechos a otros de manera que prevalezcan los más importantes sobre los secundarios, como no puede ser de otra manera en una sociedad compleja.

Con un ejemplo se entenderá mejor: entre la opción de trabajar o la de divertirse prevalece la primera, el derecho al trabajo es más importante que el indudable derecho a la fiesta. Viene esto a colación de un tema recurrente cuando llega junio en Alicante: las fiestas de las hogueras de San Juan. Resulta que la ciudad alicantina se paraliza durante casi una semana.

Las calles se llenan de barracas donde la gente se divierte hasta altas horas sin considerar la emisión de decibelios. Las calles están interrumpidas aquí allá por hogueras y barracas y eso hace es prácticamente imposible la circulación, el desarrollo de muchos negocios y la vida normal de la ciudad.

Podemos considerar, de hecho, considero que está muy bien que exista una semana de fiesta, como en cualquier pueblo o ciudad de España. Pero no estaría mal que contempláramos ejemplos de cómo se gestionan estos festejos en otros sitios. Uno de ellos podría ser Sevilla: existe un recinto ferial que se abre con toda la parafernalia del mundo y donde se instalan casetas, la gente va a pasear y a divertirse hasta las tantas sin molestar a nadie. Esa es la clave de la cuestión: molestar. ¿No sería posible en Alicante establecer un recinto ferial, por ejemplo, en las atalayas, donde instalar mil y una barracas, racós y hogueras, establecer un línea de autobuses gratuita y permanente que desplazara a los ciudadanos de la ciudad al recinto ferial, donde podrían permanecer 24 horas al día con la música a máxima potencia sin molestar a nadie? Y de paso trasladar las mascletás de la plaza de los luceros, donde están dañando irremediablemente al único monumento significativo que disponemos en Alicante, a otro lugar de mayor capacidad, como podría ser el puerto de la ciudad. Estas propuestas, ya conocidas, chocan siempre con planteamientos inmovilistas que comienzan por recordar el derecho de las personas a divertirse.

Nadie lo niega, únicamente algunos pensamos que se podría compatibilizar este derecho con el de la libre circulación, el trabajo, el descanso, el reposo de los enfermos, ancianos y niños y la libre circulación de los ciudadanos por la ciudad.

Las costumbres… esgrimen algunos para mantener situaciones que el tiempo parece haber consolidado. Nada menos consistente. Volvamos la vista atrás y recordemos la vigencia de la esclavitud, el feudalismo o la costumbre de regalar a los médicos en Navidad. Los vientos del cambio los han arrasado, no son lo mismo los derechos en tiempos medievales que tras la revolución francesa; la declaración universal de derechos humanos consagró una filosofía que aun no ha impregnado a toda la especie humana. Pero aquí tratamos, en definitiva, de conciliar dos conceptos: derecho y respeto.

Y sí, son conciliables, aunque eso exija cesiones por ambas partes. El problema es que esas cesiones hayan sido, tradicionalmente, siempre del mismo lado.

Y si no, repasen la historia de los festeros frente a los ciudadanos no festeros ─sin duda mayoría─, al menos en la ciudad de Alicante.

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