Me preocupa, como pedagogo y como padre, la formación del carácter de los hijos y de las hijas. También la de los alumnos y de las alumnas. ¿Estamos formando personas blanditas, que rehúyen el esfuerzo, que se acobardan ante la menor dificultad, que no soportan el mínimo fracaso? ¿Estamos criando niños de mantequilla que se derriten al más leve rayo del sol de la adversidad? Lejos de ir haciéndose resilientes con el paso del tiempo, se van debilitando de forma progresiva. Las consecuencias son nefastas. Se están jugando la vida. No solo porque van a vivir infelizmente sino porque pueden llegar a bordear el precipicio de la autodestrucción. ¿Cómo explicar, si no, las terribles cifras de suicidios de jóvenes? “Es más fácil criar niños fuertes que reparar hombres rotos”, dice Frederick Douglas.

Mucho me temo que, en ciertos ambientes, la sobreprotección de los padres esté causando graves daños a los hijos y a las hijas. El amor está lleno de trampas. Queremos ganar su afecto, les evitamos los esfuerzos, rebajamos al mínimo las exigencias, disculpamos los errores, nos deshacemos en elogios por un éxito insignificante, accedemos a las peticiones más extravagantes, les cedemos los mejores sitios, renunciamos al derecho de elegir qué programa de televisión vamos a ver en familia…“. No es fácil amar a los hijos”, es el titulo de un interesante libro de Georges Snyders. Claro que no es fácil. Porque con el amor no basta. Y porque el amor esconde riesgos inquietantes.

Holderlin utiliza una interesante metáfora para hablar de la educación. Dice que los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a los continentes, retirándose. Para que el continente emerja, las aguas tienen que retroceder. El peligro es anegarlos.

Lo que nos tienen que decir los hijos y los alumnos a los adultos es lo siguiente: “ayúdame a hacerlo solo”. No es bueno que digan: “hazlo por mí”, “piensa por mí”, “decide por mí”, “responsabilízate por mí”… Porque algunos, acomodados en la inoperancia, la pereza y la falta de esfuerzo, pueden sentirse más cómodos sin asumir ninguna responsabilidad. Es entonces cuando el adulto tiene que decir: “no, porque te quiero”. Hay que practicar la negativa a las demandas excesivas, caprichosas o irresponsables. Decir no es una forma de decir te quiero. Decir no es una forma de forjar el carácter. Un no firme y razonado, no caprichoso. Un no sensato, no sádico.

Hay padres que llevan la mochila de sus hijos, que les hacen las tareas, que critican a los profesores por corregirlos, que insultan al árbitro que les pita una falta en un partido de fútbol… He conocido padres que se han presentado en el instituto para agredir a una profesora que ha suspendido a su hijo o que le ha dado un castigo, he visto a padres que se han presentado en la facultad para quejarse de una nota con la que el profesor ha evaluado a su hijo. Ese chico, ¿no tiene pies para ir a la facultad, no tiene valor para solicitar una revisión del examen, no tiene tiempo para celebrar una entrevista? ¿No le da vergüenza que, a su edad, le tengan que sacar las castañas del fuego…? Y aquí tenemos un caso de doble irresponsabilidad: la del padre por hacerlo y la del hijo por no hacerlo.

Conozco el caso de una madre que le pide a su marido que se deje ganar al tenis para que el niño de cinco años se sienta orgulloso de su victoria Consideraba que era una forma de animarle.

- Una forma irreal, falsa, mentirosa…, decía con razón el padre.

Hay niños que se acostumbran a tener en casa camareros, taxistas, cocineros, limpiadoras, enfermeras, guardaespaldas, planchadoras, cuidadoras… Y es lógico y justo que así sea mientras son pequeños e indefensos. Pero, de forma progresiva, tienen que ir haciéndose autónomos, independientes, autosuficientes. No es sano prolongar esa situación inicial de dependencia.

El primer día que el niño (o la niña, que a veces está más sobreprotegida por ser una niña) pueda peinarse solo, que lo haga. Lo que pasa es que los papás disfrutan haciéndolo y sintiéndose imprescindibles. El primer día que puedan cruzar la calle solos, que no les lleven de la mano. El primer día que puedan viajar solos, que lo hagan. Todo esto significa que hay que asumir algunos riesgos. Decía María Montessori que cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo.

Algunos niños piensan que el dinero cae del cielo o que se fabrica en máquinas ocultas que los padres manejan mientras ellos duermen, creen que todo se lo merecen y que tienen derecho a todo lo que les dan y a todo a lo que no les dan. No son conscientes del sacrificio que cuesta ganar el dinero necesario para satisfacer necesidades y caprichos.

Tienen que aprender que hay formas de comportarse adecuadas e inadecuadas, responsables e irresponsables, egoístas y generosas. Y que no da igual elegir unas u otras. Porque existen consecuencias a las que deben hacer frente.

Desarrollar la tolerancia a la frustración es muy importante porque la vida no siempre es un camino de rosas. Afrontar pequeñas dificultades prepara para superar otras mayores.

La educación se realiza en el presente, pero se proyecta hacia el futuro. La sobreprotección puede generar una situación placentera en el momento, pero lamentablemente, destruye las bases para hacer frente a las dificultades futuras. Es curiosa la trampa de la sobreprotección. Queremos cuidarlos tanto que les hacemos daño, les abrazamos con tanta fuerza que les asfixiamos.

Una cosa es proteger y otra, muy distinta, sobreproteger. La protección es necesaria, la sobreprotección es dañina y tiene graves secuelas. He aquí algunas muy notables:

  • Destrucción del autoconcepto y de la autoestima. Porque, a fuerza de mostrarles una y otra vez nuestra ayuda y nuestra protección, acaban por pensar que ellos no saben o no pueden hacerlo por sí mismos.
  • Inseguridad emocional. Se sienten inseguros porque siempre se han fallado a sí mismos ya que eran otros quienes, sin llamarlos, venían en su ayuda. era otros quienes les solucionaban los problemas.
  • Debilitación de la voluntad. Para fortalecer la voluntad hay que ejercitarla. No se consigue la fortaleza sin entrenamiento.
  • Dificultad para comunicarse. Al no considerarse valiosos para sí mismos piensan que tampoco lo son para los demás.

Mi querida amiga Cristina Gutiérrez Lestón, directora de La Granja, dice que hay padres que preparan el camino a sus hijos y otros que preparan a sus hijos para el camino. Son dos actitudes opuestas. Cuando se les prepara el camino, se quitan los obstáculos, se colocan señales, se aplaude el avance o, incluso, se les lleva a cuestas… no se piensa que se les está haciendo inútiles y que los padres no van a estar ahí siempre… Sin embargo, cuando se les prepara para el camino, se les hace autónomos para recorrerlo, tenga dificultades pequeñas o grandes.

Acostumbrados a oír hablar de derechos, a exigirlos o, más bien, a que otros luchen por ellos, se han olvidado del correlato de las obligaciones.

La periodista americana Abigail Van Buren dice: “Si usted quiere que su hijo tenga los pies sobre la tierra, cuélguele alguna responsabilidad sobre sus hombros”.

En la vida hay fracasos dolorosos, decepciones inesperadas, errores desastrosos, hechos desagradables, personas crueles, situaciones difíciles, muerte de seres queridos, rupturas amorosas, traiciones incomprensibles, jefes tóxicos, enfermedades horribles, trabajos ingratos… Para afrontarlos, hace falta fortaleza y espíritu de sacrificio. No se puede hacer solamente aquello que nos agrada, no es posible limpiar el camino de obstáculos… Hay que aprender a superar la adversidad. Tienen que saberlo los hijos y las hijas. Saberlo y hacerlo.

Lean el libro de Luis Rojas Marcos titulado “Superar la adversidad”. No es que su lectura les vaya a eliminar los obstáculos, pero quizás encuentren algunas estrategias para sortearlos y algunas sugerencias para trabajar con sus hijos y sus alumnos en el fortalecimiento de la voluntad.